Hay gente que me ha preguntado por qué me junto tanto con «el monstruo». Es gente que ni siquiera lo conoce bien. Si lo conociesen, no lo llamarían así.
—¡Porque es un buen chaval! —contesto siempre—. Y no lo llames así.
—Eres una santa, Summer —me dijo Ximena Chin el otro día—. Yo no podría hacerlo.
—No es para tanto —contesté sinceramente.
—¿Te pidió el señor Traseronian que te hicieses amiga suya? —me preguntó Charlotte Cody.
—No, soy amiga suya porque quiero ser amiga suya —contesté.
¿Quién iba a imaginarse la importancia que tendría que me sentase con August Pullman a la hora de comer? La gente se comportaba como si fuese lo más raro del mundo. Es curioso lo rara que puede ser la gente.
El primer día me senté con él porque me dio pena, nada más. Allí estaba, aquel niño con esa pinta en un colegio nuevo, sin nadie que hablase con él y con todo el mundo mirándolo. Todas las niñas de mi mesa estaban cuchicheando sobre él. No era el único alumno nuevo en Beecher, pero era el único del que hablaban todos. Julian lo había apodado el Chico Zombi, y así era como lo llamaban todos. «¿Has visto ya al Chico Zombi?» Esas cosas se extienden enseguida. Y August lo sabía. Bastante duro es ya ser el nuevo cuando tienes una cara normal. ¿Os imagináis cómo será teniendo su cara?
Por eso fui hasta donde estaba y me senté con él. No fue para tanto. Ojalá la gente dejase de intentar convertirlo en algo importante.
No es más que un niño. El niño con la pinta más rara que he visto en mi vida, sí. Pero un niño.