Al día siguiente, August fingió que le dolía el estómago para no tener que ir al colegio. Reconozco que me sentí un poco mal por mamá, preocupada por si Auggie tenía un virus estomacal, pero le había prometido a August que no le contaría nada de lo que había pasado.
El domingo seguía decidido a no volver al colegio.
—¿Qué piensas decirles a mamá y a papá? —le pregunté cuando me lo contó.
—Me dijeron que podría dejarlo cuando quisiese —dijo, concentrado en el cómic que estaba leyendo.
—Pero tú nunca has sido de los que dejan las cosas a medias —contesté sinceramente—. No es propio de ti.
—Voy a dejarlo.
—A mamá y a papá tendrás que explicarles por qué —señalé, quitándole el cómic para que tuviese que mirarme mientras hablábamos—. Entonces, mamá llamará al colegio y todos se enterarán.
—¿Y a Jack le caerá una bronca?
—Supongo.
—Bien.
Reconozco que August me sorprendía cada vez más. Sacó otro cómic de la estantería y se puso a hojearlo.
—Auggie —dije—. ¿De verdad vas a dejar que un par de idiotas te impidan volver al colegio? Sé que has estado pasándotelo bien. No les des ese poder sobre ti. No les des esa satisfacción.
—No tienen ni idea de que los oí mientras hablaban —explicó.
—No, ya lo sé, pero…
—No pasa nada, Via. Sé lo que hago. Ya he tomado una decisión.
—¡Es una locura, Auggie! —exclamé, quitándole también el segundo cómic—. Tienes que volver al colegio. Todo el mundo odia el colegio en algún momento. Yo también odio el instituto a veces. Y a veces no soporto a mis amigas. Así es la vida, Auggie. Quieres que te traten como a alguien normal, ¿no? ¡Pues esto es lo normal! Todos tenemos que ir al colegio aunque a veces tengamos días malos, ¿vale?
—¿La gente se aparta para no tocarte, Via? —preguntó, y eso me dejó sin saber qué decir durante unos segundos—. Ya. Me lo figuraba. No compares tus días malos con los míos, ¿vale?
—Vale, me parece bien —dije—. Pero esto no es un concurso para decidir qué días son peores, si los tuyos o los míos, Auggie. La cuestión es que todos tenemos que aprender a vivir con los días malos. A menos que quieras que te traten como a un bebé durante el resto de tu vida, o como a un niño con necesidades especiales, tendrás que aguantarte y seguir adelante.
No dijo nada, pero creo que mis últimas palabras le afectaron.
—No tienes por qué decirles nada a esos chicos —proseguí—. August, en realidad es guay que sepas lo que dijeron, pero que ellos no sepan que sabes lo que dijeron.
—¿Cómo?
—Ya sabes a qué me refiero. Si no quieres, no tienes por qué volver a hablar con ellos nunca más. Y ellos nunca sabrán por qué. ¿Lo entiendes? O puedes fingir que eres amigo suyo, pero sabiendo en el fondo que no lo eres.
—¿Así es como lo haces tú con Miranda? —preguntó.
—No —contesté enseguida, a la defensiva—. Con Miranda nunca fingí lo que sentía.
—¿Y por qué dices que yo debería hacerlo?
—¡No he dicho eso! Lo único que digo es que no deberías dejar que te afectase lo de esos imbéciles.
—¿Igual que te afectó a ti lo de Miranda?
—¿Por qué tienes que sacar todo el rato a Miranda? —grité impaciente—. Estoy intentando hablarte de tus amigos. Por favor, no metas a los míos.
—Ni siquiera sois amigas ya.
—¿Y qué tiene eso que ver con lo que estamos hablando?
La mirada de August me recordó a la de un muñeco. Me miraba con una cara inexpresiva y con sus ojos de muñeco medio cerrados.
—Llamó el otro día —dijo por fin.
—¿Cómo? —pregunté, atónita—. ¿Y no me lo dijiste?
—No te llamaba a ti —contestó, quitándome los dos cómics de las manos—. Me llamaba a mí para saludarme y ver cómo estaba. Ni siquiera sabía que ahora iba a un colegio de verdad. No me puedo creer que no se lo contases. Dijo que vosotras dos ya no os veis mucho, pero quería que supiese que siempre me querrá como una hermana mayor.
Aturdida. Pasmada. Estupefacta. Así me quedé, incapaz de pronunciar palabra.
—¿Y por qué no me lo contaste? —pregunté por fin.
—No sé. —Se encogió de hombros y volvió a abrir el primer cómic.
—Si dejas de ir al colegio, voy a contarles a mamá y a papá lo de Jack Will —le amenacé—. Traseronian seguramente te llamará para que vayas al colegio y obligará a Jack y a los otros chicos a disculparse delante de toda la clase, y todos te tratarán como si fueses alguien que debería ir a un colegio para niños con necesidades especiales. ¿Es eso lo que quieres? Porque eso es lo que va a pasar. Si no quieres, vuelve al colegio y haz como si no hubiera pasado nada. O si quieres enfrentarte a Jack, perfecto. Pero si…
—Vale. Vale. Vale —me interrumpió.
—¿Qué?
—¡Vale! ¡Iré! —gritó en voz baja—. Pero deja ya el tema. ¿Puedo leer ya mi cómic?
—¡Vale! —contesté. Cuando estaba a punto de salir de la habitación, se me ocurrió otra cosa—. ¿Miranda dijo algo más de mí?
August levantó la vista del cómic y me miró a los ojos.
—Que te dijese que te echa de menos. Así, literal.
Asentí con la cabeza.
—Gracias —dije con indiferencia, demasiado avergonzada para dejar que él viese lo feliz que me hacían sus palabras.