Truco o trato

August dijo que no se encontraba bien para ir a pedir chuches por las casas esa tarde. Era una pena, porque sé cuánto le gusta, sobre todo cuando se hace de noche. Aunque yo ya era mayor para ir a pedir chuches, siempre me ponía alguna máscara para acompañarlo de casa en casa y verlo llamar a las puertas, ilusionado a más no poder. Sabía que era la única noche del año que podía ser igual a cualquier otro niño. Nadie sabía que, bajo la máscara, era diferente. Para August, la sensación debía de ser increíble.

Esa tarde, a las siete, llamé a su puerta.

—Hola —dije.

—Hola —contestó.

No estaba jugando con la PlayStation ni leyendo un cómic. Estaba tumbado en la cama, mirando al techo. Daisy, como siempre, estaba a su lado, con la cabeza sobre sus piernas. El traje de Scream estaba arrugado en el suelo junto al de Boba Fett.

—¿Cómo tienes el estómago? —pregunté, sentándome a su lado sobre la cama.

—Aún tengo ganas de vomitar.

—¿Seguro que no te apetece ir al desfile de Halloween?

—Seguro.

Aquello me sorprendió. Normalmente, a August no le afectaban tanto sus problemas médicos. Se le podía ver con el monopatín unos días después de una operación o sorbiendo comida por una pajita con la boca prácticamente inmovilizada. Estamos hablando de un niño que, a sus diez años, había recibido más pinchazos, había tomado más medicinas y se había sometido a más intervenciones de los que tendría que soportar casi todo el mundo en diez vidas. ¿Y unas simples náuseas lo dejaban fuera de juego?

—¿Quieres contarme qué te pasa? —dije, hablando como mamá.

—No.

—¿Es por algo del colegio?

—Sí.

—¿Profesores? ¿Trabajos? ¿Amigos?

No contestó.

—¿Alguien ha dicho algo? —pregunté.

—La gente siempre dice algo —contestó con amargura. Vi que estaba a punto de llorar.

—Dime qué te ha pasado.

Y me contó lo que le había pasado. Había oído algunas cosas muy crueles que decían sobre él algunos niños. No le había importado lo que habían dicho los otros chicos, eso se lo esperaba, pero le había dolido que uno de los chicos fuese su «mejor amigo» Jack Will. Recordé que había nombrado a Jack un par de veces en los últimos meses. Recordé que mamá y papá habían dicho que parecía un chico muy majo, y que estaban muy contentos de que August tuviese un amigo como él.

—A veces, los niños son estúpidos y dicen cosas estúpidas —le respondí en voz baja, dándole la mano—. Seguro que no lo ha dicho en serio.

—Entonces, ¿por qué lo ha dicho? Ha estado haciéndose pasar por amigo mío desde el primer día. Seguro que Traseronian lo ha sobornado de alguna manera. Le habrá dicho: «Oye, Jack, si te haces amigo del monstruo, este curso no tendrás que hacer exámenes».

—Sabes que no es verdad —le recriminé—. Y no te llames monstruo.

—Qué más da. Ojalá no hubiese ido nunca al colegio.

—Pero pensaba que te gustaba.

—¡Lo odio! —De repente se puso furioso y comenzó a darle puñetazos a la almohada—. ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio! —gritó a voz en cuello.

No dije nada. No sabía qué decir. Estaba dolido. Estaba enfadado.

Dejé que descargase su furia durante unos minutos sin hacer nada. Daisy se puso a lamerle las lágrimas que le caían por la cara.

—Vamos, Auggie, venga —dije, dándole una palmadita en la espalda—. ¿Por qué no te pones tu disfraz de Jango Fett y…?

—¡Es un disfraz de Boba Fett! ¿Por qué los confunde todo el mundo?

—Tu disfraz de Boba Fett —dije, intentando no alterarme. Le pasé el brazo por encima de los hombros—. Vamos al desfile, ¿vale?

—Si voy al desfile, mamá pensará que me encuentro mejor y mañana me obligará a ir al colegio.

—Mamá nunca te obligaría a ir al colegio —contesté—. Venga, Auggie. Vámonos. Te prometo que será divertido. Y te daré todos mis caramelos.

No me lo discutió. Salió de la cama y poco a poco se fue poniendo su disfraz de Boba Fett. Le ayudé a ajustarse las correas y a apretarse el cinturón. Cuando se puso el casco, supe que ya se encontraba mejor.