El instituto

Lo que más me gustaba del colegio de secundaria era que se trataba de algo diferente e independiente de casa. Allí podía ser Olivia Pullman, y no Via, que era como me llamaban en casa. En primaria también me llamaban Via. En aquella época todo el mundo lo sabía todo de nosotros, claro. Mamá me recogía y August siempre iba en el cochecito. No había mucha gente cualificada para hacer de canguro de Auggie, así que mamá y papá se lo llevaban a todas mis obras de teatro, conciertos, recitales y ceremonias del colegio, a todas las ventas de bizcochos con fines benéficos y a todas las ferias del libro. Mis amigas lo conocían. Los padres de mis amigas lo conocían. Mis profesores lo conocían. El conserje lo conocía. («¿Cómo te va, Auggie?», le decía, y le chocaba esos cinco). August casi formaba parte del mobiliario en la Escuela Pública número 22.

Pero en secundaria mucha gente no había oído hablar de August. Mis antiguas amigas, sí, claro, pero mis nuevas amigas no. O, si lo sabían, no era necesariamente lo primero que oían de mí. A lo mejor era lo segundo o lo tercero que oían cuando alguien hablaba de mí. «¿Olivia? Sí, es maja. ¿Sabes que tiene un hermano deforme?» Siempre he odiado esa palabra, pero sabía que así era como describían a Auggie. Y sabía que esas conversaciones seguramente se daban a todas horas cuando yo no estaba delante, cada vez que salía de la habitación en una fiesta o me encontraba con grupos de amigos en la pizzería. No pasa nada. Siempre voy a ser la hermana de un niño con un defecto de nacimiento: ese no es el problema. Lo que pasa es que no siempre quiero que me conozcan por eso.

Lo mejor del instituto es que casi nadie me conoce. Menos Miranda y Eva, claro. Y saben que no tienen que ir por ahí hablando del tema.

Miranda, Eva y yo nos conocemos desde primero. Lo que más me gusta es que nunca tenemos que darnos explicaciones. Cuando decidí que quería que me llamasen Olivia en lugar de Via, lo pillaron sin que tuviera que explicárselo.

Conocen a August desde que era un bebé. Cuando éramos pequeñas, nuestro juego favorito era jugar a vestirlo; le poníamos boas de plumas, sombreros grandísimos y pelucas de Hannah Montana. A él le encantaba, claro, y nosotras pensábamos que estaba mono y adorable a su manera. Eva decía que le recordaba a E.T. No lo decía con maldad, claro (aunque a lo mejor sí lo decía con un poco de maldad). La verdad es que en la película hay una escena en la que Drew Barrymore disfraza a E.T. con una peluca rubia: era idéntico a Auggie en la época que nos dio por Miley Cyrus.

En secundaria, Miranda, Eva y yo formábamos un grupo bastante cerrado. No éramos ni populares ni queridas: no éramos cerebritos, ni deportistas, ni ricas, ni drogatas, ni malas, ni unas santas, y ni teníamos las tetas enormes ni estábamos planas. No sé si las tres acabamos juntas por ser tan parecidas en tantas cosas o si precisamente por estar juntas acabamos pareciéndonos tanto en tantas cosas. Nos pusimos muy contentas cuando nos enteramos de que nos habían admitido a las tres en el instituto Faulkner. Me acuerdo de los gritos que pegamos por teléfono el día que recibimos las cartas de aceptación.

Por eso no entiendo qué nos ha pasado últimamente, desde que estamos en el instituto. No se parece en nada a como me lo había imaginado.