August a través de la mirilla

Sus ojos están unos tres centímetros por debajo de donde deberían estar, casi a mitad de camino de las mejillas. Están inclinados hacia abajo formando un ángulo exagerado; casi parecen unos cortes diagonales que alguien le hubiera hecho en la cara, y el ojo izquierdo está sensiblemente más bajo que el derecho. Se le salen de las órbitas porque estas son demasiado superficiales para darles cabida. Los párpados de arriba siempre los tiene medio cerrados, como si estuviera a punto de dormirse. Los párpados de abajo los tiene tan caídos que casi parece que alguien estuviese tirando de ellos hacia abajo con un hilo invisible: se puede ver la parte roja de dentro, casi como si estuviesen vueltos del revés. No tiene cejas ni pestañas. Su nariz es desproporcionadamente grande para el tamaño de su cara, y bastante carnosa. Donde deberían estar las orejas, parece como si alguien hubiese usado unos alicates gigantescos para aplastarle la parte media de la cara. No tiene pómulos. Unos pliegues profundos que parecen de cera le bajan de ambos lados de la nariz hasta la boca. A veces, la gente cree que se quemó en un incendio: es como si sus rasgos se hubiesen derretido, como las gotas de cera que caen por los lados de una vela. Varias operaciones para arreglarle el paladar le han dejado unas cuantas cicatrices alrededor de la boca; la que más se nota es un corte irregular que va desde la mitad del labio superior hasta la nariz. Los dientes de arriba los tiene pequeños y separados. Tiene retrognatismo severo y una mandíbula mucho más pequeña de lo normal. Su barbilla es diminuta. Cuando era muy pequeño, antes de que le implantasen quirúrgicamente un trozo del hueso de la cadera en la mandíbula inferior, no tenía nada de barbilla. La lengua le colgaba fuera de la boca sin nada debajo para impedírselo. Afortunadamente, ahora está mejor. Al menos puede comer: cuando era más pequeño, se alimentaba a través de un tubo. Y puede hablar. Y ha aprendido a mantener la lengua dentro de la boca, aunque le costó varios años de aprendizaje. También ha aprendido a controlar el babeo; antes, la baba le caía por el cuello. Todas estas cosas se consideran milagros. Cuando era un bebé, los médicos creían que no sobreviviría.

También puede oír. Casi todos los niños que nacen con estos defectos de nacimiento tienen problemas en el oído medio que les impiden oír, pero de momento August oye bien a través de sus diminutas orejas con forma de coliflor. Los médicos creen que, con el tiempo, tendrá que llevar audífonos. August no quiere oír hablar del tema. Cree que los audífonos se notarán demasiado. Yo no le digo que los audífonos serían la menor de sus preocupaciones, porque estoy segura de que lo sabe.

Aunque la verdad es que no estoy muy segura de qué es lo que sabe o deja de saber August, ni de lo que entiende o deja de entender.

¿August se da cuenta de cómo lo ven los demás, o se le da tan bien fingir que no ve que ya ni le molesta? ¿O sí le molesta? Cuando se mira en el espejo, ¿ve al Auggie que ven mamá y papá, o ve al Auggie que ven todos los demás? ¿O verá a otro August, alguien ideal más allá de su cabeza y su cara deformes? A veces, cuando miraba a mi abuela, por debajo de sus arrugas veía a la chica guapa que había sido. Veía a la chica de Ipanema en sus andares de señora mayor. ¿August se ve a sí mismo tal como podría haber sido?

Ojalá pudiese preguntarle estas cosas. Ojalá me dijese cómo se siente. Antes de las operaciones era más fácil adivinarlo. Sabías que cuando entrecerraba los ojos estaba contento; que cuando fruncía los labios estaba pensando en alguna travesura; que cuando le temblaban las mejillas estaba a punto de llorar.

Ahora tiene mejor aspecto, de eso no cabe duda, pero las señales que usábamos para evaluar su estado de ánimo han desaparecido. Hay otras nuevas, claro. Mamá y papá saben interpretarlas. A mí me cuesta trabajo mantenerme al día. Además, hay una parte de mí que no quiere seguir intentándolo: ¿por qué no puede decir lo que siente, como todo el mundo? Ya no lleva un tubo traqueal en la boca que le impide hablar ni tiene la mandíbula inmovilizada. Tiene diez años. Puede hablar. Pero giramos a su alrededor como si aún fuera un bebé. Cambiamos de planes, pasamos al plan B, interrumpimos conversaciones, incumplimos promesas, dependiendo de su estado de ánimo, de sus caprichos, de sus necesidades. Eso estaba bien cuando era pequeño, pero ahora necesita madurar. Tenemos que dejarle, ayudarle, obligarle a madurar. Yo creo que hemos pasado tanto tiempo intentando hacer que August piense que es normal que ahora piensa que es normal. El problema es que no es normal.