Nombres

Niño rata. Bicho raro. Monstruo. Freddy Krueger. E.T. Asqueroso. Cara lagarto. Sé cómo me llama la gente. He estado en suficientes parques para saber que los niños pueden ser muy malos. Lo sé, lo sé, lo sé.

Acabé en el cuarto de baño de la segunda planta. No había nadie porque la primera clase ya había empezado y todos estaban en sus aulas. Cerré la puerta de mi cubículo, me quité la máscara y me puse a llorar durante un buen rato. Luego fui a la enfermería y le dije a la enfermera que me dolía el estómago, cosa que era cierta, porque me sentía como si me hubiesen dado un puñetazo en la barriga. La enfermera Molly llamó a mamá y me dijo que me tumbase en el sofá que había junto a su mesa. Quince minutos después, mamá estaba en la puerta.

—Cielo —dijo, mientras corría a abrazarme.

—Hola —farfullé. No quería que me preguntase nada hasta más tarde.

—¿Te duele el estómago? —preguntó, poniéndome la mano en la frente de manera automática para ver si tenía fiebre.

—Dice que tiene ganas de vomitar —contestó la enfermera Molly, mirándome con unos ojos muy dulces.

—Y me duele la cabeza —susurré.

—Será algo que has comido —dijo mamá, algo preocupada.

—Hay un virus intestinal por ahí suelto —respondió la enfermera Molly.

—Caray —dijo mamá, levantando las cejas y negando con la cabeza. Me ayudó a levantarme—. ¿Llamo a un taxi o puedes volver andando?

—Puedo ir andando.

—¡Qué chico tan valiente! —dijo la enfermera Molly dándome una palmadita en la espalda mientras nos acompañaba hasta la puerta—. Si empieza a vomitar o le da fiebre, debería llamar al médico.

—Por supuesto —contestó mamá, estrechándole la mano—. Muchas gracias por cuidar de él.

—De nada —dijo la enfermera Molly. Me puso la mano debajo de la barbilla y me hizo levantar la vista—. Cuídate mucho, ¿vale?

—Gracias —mascullé, asintiendo con la cabeza.

Mamá y yo volvimos a casa caminando abrazados. No le conté nada de lo que había pasado; luego, cuando me preguntó si me encontraba lo bastante bien para ir a pedir chuches por las casas después de clase, le dije que no. Aquello le preocupó, porque sabía cuánto me gustaba ir a pedir chuches por las casas.

Oí que hablaba con papá por teléfono y le decía: «Ni siquiera tiene fuerzas para ir a pedir chuches por las casas… No, no tiene fiebre… Sí, lo haré si mañana no se encuentra mejor… Ya lo sé, pobrecillo… Imagínate cómo estará para perderse la fiesta de Halloween».

También me libré de ir al colegio al día siguiente, que era viernes. Tenía todo el fin de semana para pensar. Estaba bastante seguro de que no iba a volver al colegio.