Del uno al diez

Mamá siempre tiene la manía de que puntúe las cosas en una escala del uno al diez. Todo empezó cuando me operaron de la mandíbula y no podía hablar porque me la habían inmovilizado. Me habían quitado un trozo de hueso de la cadera para insertármelo en la barbilla para que así pareciese más normal, así que me dolía en un montón de sitios. Mamá señalaba uno de los vendajes y yo levantaba los dedos para decirle cuánto me dolía. Uno quería decir un poco. Diez quería decir mucho, mucho, mucho. Luego, cuando el médico me visitaba, ella le decía qué vendaje necesitaba que me ajustase y cosas así. A veces, a mamá se le daba muy bien leerme el pensamiento.

A partir de entonces, nos acostumbramos a hacer lo de la escala del uno al diez para cualquier cosa que me doliese. Por ejemplo, si me dolía la garganta, me preguntaba: «¿Del uno al diez?», y yo contestaba: «Tres», o lo que fuera.

Cuando acabaron las clases, salí del colegio y vi a mamá. Estaba esperándome frente a la entrada principal igual que los demás padres o canguros.

—Bueno, ¿qué tal te ha ido? ¿Del uno al diez? —fue lo primero que me preguntó después de abrazarme.

—Cinco —contesté, encogiéndome de hombros, y mi respuesta la dejó totalmente sorprendida.

—¡Vaya! —dijo en voz baja—. Es mejor de lo que esperaba.

—¿Vamos a recoger a Via?

—Hoy la recoge la madre de Miranda. ¿Quieres que te lleve la mochila, cielo? —Habíamos echado a andar entre los niños y sus padres. Casi todos me habían visto y estaban señalándome «en secreto».

—No hace falta —contesté.

—Parece que pesa mucho, Auggie —dijo, y empezó a quitármela.

—¡Mamá! —exclamé, tirando de la mochila. Eché a andar por delante de ella entre la gente.

—¡Hasta mañana, August! —Era Summer, que iba en dirección contraria.

—Adiós, Summer —dije, saludándola también con un gesto de la mano.

—¿Quién era esa chica, Auggie? —me preguntó mamá en cuanto cruzamos la calle y nos alejamos lo suficiente de la multitud.

—Summer.

—¿Está en tu clase?

—Tengo muchas clases.

—¿Está en alguna de tus clases? —dijo mamá.

—No.

Mamá esperó a que dijese algo más, pero no me apetecía hablar.

—Entonces, ¿te ha ido bien? —preguntó mamá. Se notaba que se moría de ganas de hacerme un millón de preguntas—. ¿Todos han sido amables contigo? ¿Te han gustado los profesores?

—Sí.

—¿Y los chicos que conociste la semana pasada? ¿Han sido amables?

—Sí, sí. He pasado mucho rato con Jack.

—Estupendo, cariño. ¿Y ese tal Julian?

Me acordé de su comentario sobre Darth Sidious. Era como si lo hubiese hecho hace cien años.

—No ha estado mal —dije.

—¿Y la chica rubia, cómo se llamaba?

—Charlotte. Mamá, ya te he dicho que todos han sido amables.

—Vale —contestó mamá.

La verdad es que no sé por qué estaba enfadado con mamá, pero el caso es que estaba enfadado. Cruzamos la avenida Amesfort y ella no volvió a abrir la boca hasta que llegamos a nuestra manzana.

—Entonces —dijo mamá— ¿cómo has conocido a Summer si no está en ninguna de tus clases?

—Nos hemos sentado juntos a la hora de la comida —contesté.

Había empezado a darle patadas a una piedra y a pasármela de un pie a otro, como si fuese un balón de fútbol, y a perseguirla por toda la acera.

—Parece muy simpática.

—Sí, es simpática.

—Es muy guapa —dijo mamá.

—Sí, ya lo sé —contesté—. Somos como la Bella y la Bestia.

No quise quedarme a ver la reacción de mamá. Eché a correr por la acera persiguiendo la piedra después de darle una patada al frente con todas mis fuerzas.