Cuando sonó el timbre todo el mundo se levantó para salir. Miré mi horario y comprobé que la siguiente clase era lengua, en el aula 321. No me paré a ver si alguien más iba al mismo sitio que yo; salí pitando del aula, eché a correr por el pasillo y me senté tan lejos de la primera fila como pude. El profesor, un hombre muy alto de barba rubia, estaba escribiendo algo en la pizarra.
Entraron varios grupos de chicos, pero no levanté la vista. Volvió a pasar lo mismo que había pasado en el aula de tutoría: nadie se sentó a mi lado aparte de Jack, que estaba bromeando con unos chicos que no eran de nuestra aula. Se notaba que Jack era de esos chicos que caen bien. Tenía muchos amigos y hacía reír a la gente.
Cuando sonó el segundo timbre, se calló todo el mundo y el profesor se volvió para mirarnos. Se presentó como el señor Browne y se puso a hablar de lo que íbamos a hacer durante el semestre. En un momento dado, entre Harry Potter y la piedra filosofal y El hobbit, se fijó en mí, pero siguió hablando como si nada.
Yo me dedicaba a garabatear en mi cuaderno mientras él hablaba, pero de vez en cuando miraba furtivamente a los demás alumnos. Charlotte estaba en aquella clase. Julian y Henry, también. Miles, no.
El señor Browne había escrito en mayúsculas en la pizarra:
P-R-E-C-E-P-T-O
—Muy bien. Escribidlo todos en la parte superior de la primera página de vuestro cuaderno de lengua. —Mientras hacíamos lo que nos había pedido, añadió—: ¿Quién sabe decirme qué es un precepto? ¿Lo sabe alguien?
Nadie levantó la mano.
El señor Browne sonrió, asintió con la cabeza y se giró para escribir algo más en la pizarra:
PRECEPTOS = REGLAS SOBRE COSAS
QUE SON REALMENTE IMPORTANTES
—¿Como un lema? —preguntó alguien.
—¡Como un lema! —contestó el señor Browne, confirmándolo con un gesto mientras seguía escribiendo en la pizarra—. Como una cita famosa. Como una frase de una galleta de la suerte. Cualquier dicho o principio que pueda motivaros. Básicamente, un precepto es cualquier cosa que nos guía cuando tomamos una decisión sobre algo importante.
Lo escribió todo en la pizarra y luego se giró para mirarnos.
—A ver, ¿qué cosas son realmente importantes? —preguntó.
Unos cuantos levantaron la mano. El señor Browne los fue señalando y ellos contestaron mientras él escribía en la pizarra con muy mala letra:
NORMAS. TRABAJO EN CLASE. DEBERES.
—¿Qué más? —preguntó mientras escribía, sin girarse en ningún momento—. ¡Id diciéndomelo! —Y se puso a escribir todo lo que le decían.
FAMILIA. PADRES. ANIMALES.
—¡El medio ambiente! —gritó una chica.
EL MEDIO AMBIENTE,
Escribió en la pizarra, y añadió:
¡NUESTRO PLANETA!
—¡Los tiburones, porque comen cosas muertas en el mar! —dijo uno de los chicos, un chaval llamado Reid, y el señor Browne escribió:
TIBURONES.
—¡Las abejas!
—¡Los cinturones de seguridad!
—¡El reciclaje!
—¡Los amigos!
—Muy bien —dijo el señor Browne, y escribió todas esas cosas. Luego se dio media vuelta para mirarnos de nuevo—. Pero nadie ha dicho la cosa más importante de todas.
Todos nos quedamos mirándolo. Se nos habían acabado las ideas.
—¿Dios? —preguntó un chico.
Aunque el señor Browne escribió «Dios», se notaba que no era la respuesta que esperaba. Sin decir nada más, escribió:
¡QUIÉNES SOMOS!
—Quiénes somos —dijo, subrayando cada palabra—. Quiénes somos. Nosotros. ¿Lo entendéis? ¿Qué clase de personas somos? ¿Qué clase de personas sois? ¿Acaso eso no es lo más importante de todo? ¿No es esa la pregunta que deberíamos hacernos a todas horas? ¿Qué clase de persona soy? ¿Alguien se ha fijado en la placa que hay junto a la puerta del colegio? ¿Alguien ha leído lo que pone? ¿Nadie?
Miró a su alrededor, pero nadie sabía la respuesta.
—Pone: «Conócete» —dijo. Sonrió y asintió—. Y estáis aquí para aprender a conoceros.
—Pensaba que estábamos aquí para aprender lengua —soltó Jack, y todo el mundo se echó a reír.
—¡Bueno, sí, para eso también! —contestó el señor Browne, en un gesto de lo más guay. Se volvió y se puso a escribir algo en mayúsculas que ocupaba toda la pizarra:
EL PRECEPTO DE SEPTIEMBRE DEL SEÑOR BROWNE:
CUANDO PUEDAS ELEGIR ENTRE TENER RAZÓN O SER AMABLE, ELIGE SER AMABLE.
—Bien, escuchad todos —dijo, mirándonos de nuevo—. Quiero que empecéis una sección nueva en vuestro cuaderno y la llaméis «Los preceptos del señor Browne». —Siguió hablando mientras hacíamos lo que nos había mandado—. Poned la fecha de hoy en la parte superior de la primera página. A partir de hoy, a comienzos de cada mes, voy a escribir un nuevo precepto del señor Browne en la pizarra y vosotros vais a escribirlo en vuestros cuadernos. Luego hablaremos de ese precepto y de lo que significa. Y a finales de mes escribiréis una redacción sobre él y sobre lo que significa para vosotros. Así, a final de curso tendréis vuestra propia lista de preceptos. A todos mis alumnos les pido que durante el verano piensen en un precepto, lo escriban en una postal y me la envíen desde donde estén de vacaciones.
—¿Y la gente lo hace? —preguntó una chica cuyo nombre no conocía.
—¡Claro! —contestó—. La gente lo hace. Algunos alumnos me han seguido enviando nuevos preceptos varios años después de graduarse. Es increíble.
Hizo una pausa y se acarició la barba.
—Pero ya sé que el próximo verano os parece muy lejos todavía —bromeó, y todos nos reímos—. Así que relajaos un poco mientras paso lista. Cuando acabemos, os contaré todas las cosas divertidas que vamos a hacer este curso… en lengua —añadió señalando a Jack. Eso también tuvo su gracia, y todos volvimos a reírnos.
Mientras escribía el precepto para septiembre del señor Browne, de pronto me di cuenta de que el colegio iba a gustarme. Pasara lo que pasase.