La señora Petosa nos habló de ella. Nos contó cosas aburridas sobre el lugar donde se había criado y nos dijo que siempre había querido dar clase y que había dejado su trabajo en Wall Street unos seis años antes para perseguir su «sueño» y dedicarse a la enseñanza. Al final, preguntó si alguien tenía alguna duda. Julian levantó la mano.
—Sí… —Tuvo que mirar a la lista para recordar su nombre—. Julian.
—Está guay eso de perseguir su sueño —dijo.
—¡Gracias!
—¡De nada! —contestó, y sonrió orgulloso.
—Muy bien. ¿Por qué no nos hablas un poco de ti, Julian? De hecho, es lo que quiero que hagáis todos. Pensad en dos cosas que queráis que los demás sepan de vosotros. No, esperad un momento. ¿Cuántos de vosotros habéis hecho la primaria en Beecher? —Más o menos la mitad levantó la mano—. Vale, entonces unos cuantos de vosotros ya os conocéis. Pero los demás supongo que sois nuevos en el colegio, ¿no? Bien, pues pensad en dos cosas que queráis que los demás sepan de vosotros… y si ya conocéis a algunos de los otros alumnos, intentad pensar en qué cosas no saben todavía de vosotros, ¿vale? Bien. Empezaremos por Julian y seguiremos con el resto de la clase.
Julian frunció el ceño y empezó a darse golpecitos con el dedo en la frente, como si estuviese pensando en serio.
—Muy bien. Cuando estés listo —dijo la señora Petosa.
—Vale, pues lo primero es que…
—Hacedme un favor y empezad diciendo cómo os llamáis —lo interrumpió la señora Petosa—. Eso me ayudará a recordar vuestros nombres.
—Ah, vale. Me llamo Julian y lo primero que me gustaría contarles a todos sobre mí es que… acaban de comprarme el Battleground Mystic para la Wii y es una pasada. Lo segundo es que este verano nos han comprado una mesa de ping-pong.
—Muy bien, a mí me encanta el ping-pong —dijo la señora Petosa—. ¿Alguien quiere preguntarle algo a Julian?
—¿El Battleground Mystic es para un jugador o pueden jugar más de uno? —preguntó el chico que se llamaba Miles.
—No, no me refería a esa clase de preguntas —dijo la señora Petosa—. Muy bien, ¿y tú…? —Señaló a Charlotte, seguramente porque su mesa era la que tenía más cerca.
—¡Claro! —Charlotte no lo dudó ni un segundo. Era como si supiera exactamente lo que quería decir—. Me llamo Charlotte. Tengo dos hermanas, y en julio nos han regalado una perrita que se llama Suki. La adoptamos de una perrera y es preciosa.
—Estupendo, Charlotte. Gracias —dijo la señora Petosa—. Muy bien, ¿a quién le toca ahora?