Los nervios del primer día

Vale, reconozco que el primer día de clase estaba tan nervioso que las mariposas en el estómago se parecían más a unas palomas revoloteando por mis tripas. Seguramente mamá y papá también estaban algo nerviosos, pero se mostraron encantados y nos hicieron fotos a Via y a mí antes de salir de casa, porque también era el primer día de instituto para mi hermana.

Hasta unos días antes aún no estábamos seguros de si iría al colegio. Después de la visita, mamá y papá se habían cambiado los papeles. Ahora mamá era la que decía que no debía ir, y papá decía que sí. Papá me había dicho que estaba muy orgulloso de cómo me había comportado con Julian y que me estaba convirtiendo en un tío duro. Oí cómo le decía a mamá que ahora pensaba que ella había tenido razón desde el principio. Pero mamá ya no estaba tan segura. Cuando papá le dijo que Via y él querían acompañarme andando hasta el colegio, ya que les pillaba de camino a la parada de metro, a mamá pareció aliviarle saber que iríamos todos juntos. Creo que a mí también.

Aunque el colegio Beecher está tan solo a unas manzanas de casa, yo solo había estado en esa manzana un par de veces. En general, intento evitar los lugares donde hay muchos niños. En nuestra manzana me conoce todo el mundo y yo conozco a todo el mundo. Me conozco todos los ladrillos, todos los troncos de los árboles y todas las grietas de la acera. Conozco a la señora Grimaldi, la que siempre está sentada junto a su ventana, y al señor mayor que se pasea por la calle silbando como un pájaro. Conozco la tienda de la esquina donde mamá compra los bollos y a las camareras de la cafetería, que me llaman «cielo» y me dan Chupa-Chups cuando me ven. Me encanta mi barrio de North River Heights, por eso se me hizo raro recorrer estas manzanas con la sensación de que todo me resultaba nuevo de repente. La avenida Amesfort, una calle por la que he pasado un millón de veces, me parecía totalmente diferente. Estaba llena de gente que no había visto nunca esperando el autobús o empujando carritos de bebé.

Cruzamos Amesfort y giramos por Heights Place. Via caminaba a mi lado, igual que hace siempre, y mamá y papá iban por detrás. En cuanto doblamos la esquina, vimos a todos los chicos delante del colegio: había cientos de chicos hablando entre sí en grupitos, riéndose, o allí plantados mientras sus padres hablaban con otros padres. Yo llevaba todo el rato la cabeza gacha.

—Todos están igual de nerviosos que tú —me dijo Via al oído—. Recuerda que hoy es el primer día de clase para todo el mundo. ¿Vale?

El señor Traseronian estaba dando la bienvenida a alumnos y padres ante la puerta de entrada al colegio.

He de reconocerlo: hasta el momento no había pasado nada malo. No había pillado a nadie mirándome, ni siquiera me habían visto. Solo una vez levanté la vista y descubrí a unas chicas mirándome y susurrando algo tapándose la boca con la mano, pero miraron hacia otro lado en cuanto vieron que me había dado cuenta.

Llegamos a la puerta de entrada.

—Bueno, ha llegado el gran momento, grandullón —dijo papá, apoyándome las manos en los hombros.

—Que lo pases bien en tu primer día. Te quiero —dijo Via, y me dio un besazo y un abrazo.

—Tú también —contesté.

—Te quiero, Auggie —dijo papá, dándome un abrazo.

—Adiós.

Luego me abrazó mamá, pero se notaba que estaba a punto de llorar, y eso me habría dado muchísima vergüenza, así que le di rápidamente un fuerte abrazo, me di media vuelta y desaparecí por la puerta del colegio.