El paseo de vuelta a casa

Después de la recepción fuimos andando a casa para tomar pastel y helado. Iban Jack, sus padres y su hermano pequeño, Jamie. Summer y su madre. El tío Po y la tía Kate. El tío Ben. La abuelita y el abuelito. Justin, Via y Miranda. Y mamá y papá.

Era uno de esos estupendos días de junio en que todo el cielo está azul y brilla el sol, pero no hace tanto calor como para desear estar en la playa. Hacía un día perfecto. Todos estábamos contentos. Yo aún tenía la sensación de estar flotando con la música de La guerra de las galaxias sonando en mi cabeza.

Yo caminaba al lado de Summer y Jack, y no podíamos parar de reír. Todo nos hacía partirnos de risa. Estábamos con la risa tonta: solo hacía falta que alguien te mirase para echarte a reír.

Oí la voz de papá por delante de mí y levanté la vista. Estaba contando una historia graciosa mientras bajábamos por la avenida Amesfort. Los adultos también se morían de risa. Mamá siempre decía que papá podría ganarse la vida de cómico.

Vi que mamá no iba con los demás adultos, así que miré hacia atrás. Se estaba quedando un poco descolgada, pero sonreía para sus adentros, como si estuviese pensando en algo dulce. Parecía feliz.

Retrocedí unos cuantos pasos y la sorprendí abrazándola mientras caminaba. Me pasó un brazo por encima de los hombros y me dio un apretón.

—Gracias por hacerme ir al colegio —dije en voz baja.

Me abrazó con más fuerza, se agachó y me dio un beso en lo alto de la cabeza.

—Gracias a ti, Auggie —contestó casi en un susurro.

—¿Por qué?

—Por todo lo que nos has dado —dijo—. Por entrar en nuestras vidas. Por ser tú. —Se agachó y me susurró al oído—. Eres maravilloso, Auggie. Eres maravilloso.