En casa

No nos habíamos alejado ni media manzana del colegio cuando mamá me preguntó:

—¿Qué? ¿Cómo te ha ido? ¿Te ha gustado?

—Aún no, mamá. Cuando lleguemos a casa.

En cuanto llegamos a casa, me fui corriendo a mi habitación y me tiré en la cama. Me di cuenta de que mamá no sabía lo que me pasaba, y creo que yo tampoco. Me sentía muy triste y un poquito contento al mismo tiempo, otra vez esa especie de sensación que me hace estar a punto de reírme y de echarme a llorar.

Mi perra, Daisy, me siguió hasta la habitación, se subió de un salto a la cama y se puso a lamerme la cara.

—Perrita buena —dije imitando la voz de mi padre—. Perrita buena.

—¿Va todo bien, cariño? —preguntó mamá. Quería sentarse a mi lado, pero Daisy estaba ocupando casi toda la cama—. Perdona, Daisy. —Al final se sentó, empujando a Daisy con el codo—. ¿Esos chicos no han sido amables contigo, Auggie?

—Sí, sí —contesté, mintiendo solo a medias—. No ha estado mal.

—Pero ¿han sido amables contigo? El señor Traseronian me ha dicho que eran unos chicos encantadores.

—Ajá —le dije, pero seguí mirando a Daisy, dándole besos en la nariz y frotándole la oreja hasta que empezó a hacer ese movimiento con la pata trasera que hacen los perros cuando se rascan si tienen pulgas.

—Ese Julian parecía especialmente simpático —dijo mamá.

—Qué va, era el menos simpático de todos. Pero Jack me ha caído bien. Él sí que ha sido amable. Pensaba que se llamaba Jack Will, pero se llama Jack a secas.

—Espera, a lo mejor los estoy confundiendo. ¿Cuál era el moreno que iba peinado hacia delante?

—Julian.

—¿Y ese no era amable?

—No, nada amable.

—Ah. —Se quedó pensativa durante un segundo—. ¿No será uno de esos chicos que se comportan de un modo con los adultos y de otro modo con los niños?

—Sí, supongo que sí.

—Ah, a esos no los soporto —contestó, estando de acuerdo conmigo.

—Decía cosas en plan: «¿Qué te pasa en la cara, August?» —Mientras lo decía, no dejaba de mirar a Daisy—, y: «¿Te lo hiciste en un incendio o algo así?».

Mamá no dijo nada. Cuando la miré a la cara, vi que estaba completamente horrorizada.

—No lo ha dicho con mala leche —añadí rápidamente—. Solo me lo ha preguntado.

Mamá asintió con la cabeza.

—Pero Jack me ha caído muy bien —proseguí—. Le ha dicho: «¡Cállate, Julian!». Y Charlotte le ha dicho: «¡Eres un grosero, Julian!».

Mamá volvió a asentir. Se apretó la frente con los dedos como si así quisiera espantar el dolor de cabeza.

—Lo siento mucho, Auggie —dijo en voz baja. Tenía las mejillas rojas como un tomate.

—No pasa nada, mamá. De verdad que no.

—Si no quieres, no tienes por qué ir al colegio, cielo.

—Sí que quiero —contesté.

—Auggie…

—De verdad que quiero, mamá —dije, y no mentía.