La ceremonia de graduación iba a celebrarse en el auditorio de la escuela superior Beecher. El otro edificio del campus solo estaba a quince minutos andando de casa, pero papá me llevó en coche porque iba muy bien vestido y llevaba unos zapatos negros nuevos que apenas me había puesto y no quería que me doliesen los pies. Los alumnos debían llegar al auditorio una hora antes del comienzo de la ceremonia, pero llegamos antes todavía, así que nos quedamos sentados en el coche para hacer tiempo. Papá puso un CD y sonó nuestra canción favorita. Los dos sonreímos y comenzamos a mover la cabeza al ritmo de la música.
—«Andy se cruzaría la ciudad en bicicleta para llevarte caramelos» —cantó papá siguiendo la canción.
—¿Llevo recta la corbata? —pregunté.
Me miró y la estiró un poco mientras seguía cantando:
—«Y John te compraría un vestido para ponértelo en el baile del instituto…».
—¿Qué tal llevo el pelo? —pregunté.
Papá sonrió y asintió.
—Perfecto —dijo—. Estás estupendo, Auggie.
—Via me ha puesto un poco de gomina esta mañana —contesté, bajando el parasol. Me miré en el espejito—. ¿No parece demasiado hinchado?
—No. Te queda muy bien, Auggie. Creo que nunca lo habías llevado tan corto, ¿verdad?
—No, me lo corté ayer. Creo que así parezco mayor, ¿no?
—¡Y tanto! —Sonrió mientras me miraba y asentía—. «Pero soy el tío con más suerte del Lower East Side, porque tengo coche y a ti te apetece dar un paseo». ¡Mírate, Auggie! —añadió, sonriendo de oreja a oreja—. Mírate, lo grande y lo estupendo que estás. ¡No me puedo creer que vayas a graduarte de quinto!
—Ya lo sé. Es increíble, ¿eh?
—Y parece que fue ayer cuando empezaste.
—¿Recuerdas que aún tenía aquella trenza de La guerra de las galaxias colgándome de la parte de atrás de la cabeza?
—Ay, madre. Es verdad —dijo, pasándose la palma de la mano por la frente.
—Odiabas aquella trenza, ¿verdad, papá?
—«Odiar» es una palabra demasiado fuerte, pero podría decirse que no me gustaba.
—La odiabas. Venga, reconócelo —bromeé.
—No, no la odiaba —contestó sonriendo y negando con la cabeza—. Pero reconozco que sí odiaba aquel casco de astronauta que llevabas, ¿te acuerdas?
—¿El que me regaló Miranda? ¡Pues claro que me acuerdo! Lo llevaba a todas horas.
—Dios mío, ese sí que lo odiaba —dijo riéndose para sus adentros.
—Me fastidió un montón que se perdiera.
—Ah, pero si no se perdió —contestó despreocupadamente—. Lo tiré yo.
—Espera. ¿Cómo dices? —Pensaba que no lo había oído bien.
—«El día es precioso, y tú también» —cantó.
—¡Papá! —exclamé, bajando el volumen.
—¿Qué?
—¿Lo tiraste?
Por fin me miró a la cara y vio lo enfadado que estaba. No me podía creer que no se diera cuenta. Para mí era toda una revelación, y él hacía como si no fuera nada del otro mundo.
—Auggie, no podía soportar ver que esa cosa te tapase la cara —reconoció con torpeza.
—¡Papá, me encantaba ese casco! ¡Para mí significaba mucho! Cuando se perdió me fastidió una barbaridad, ¿es que no te acuerdas?
—Pues claro que me acuerdo, Auggie —dijo en voz baja—. Ay, Auggie, no te enfades. Lo siento mucho, pero es que no soportaba seguir viéndote con esa cosa en la cabeza. Pensaba que no era bueno para ti. —Intentaba mirarme a los ojos, pero yo no quería mirarlo—. Vamos, Auggie, intenta entenderlo —prosiguió, poniéndome la mano bajo la barbilla e inclinándome la cara hacia él—. Llevabas el casco a todas horas. Y la verdad de la buena era que echaba de menos ver tu cara, Auggie. Ya sé que a ti no siempre te gusta, pero tienes que comprender… que a mí me encanta. Me encanta tu cara, Auggie. La amo apasionadamente. Y me partía el corazón que siempre estuvieses tapándotela.
No paraba de mirarme, como si de verdad quisiera que lo entendiese.
—¿Mamá lo sabe? —pregunté.
Abrió los ojos como platos.
—Ni hablar. ¿Bromeas? ¡Me habría matado! —contestó con tono de miedo.
—Puso la casa patas arriba buscando el casco, papá —dije—. Se pasó una semana buscándolo en cada armario, en la lavandería… en todas partes.
—Ya lo sé —contestó asintiendo—. ¡Por eso me mataría!
Y entonces me miró, y vi algo en su cara que me hizo reír. Eso hizo que él abriese la boca de par en par, como si acabase de darse cuenta de algo.
—Un momento, Auggie —continuó, señalándome con el dedo—. Tienes que prometerme que nunca se lo contarás a mamá.
Sonreí y me froté las palmas de las manos como si de repente fuese alguien muy codicioso.
—Veamos —dije, acariciándome la barbilla—. Quiero la nueva Xbox cuando salga el mes que viene. Y quiero tener coche propio dentro de unos seis años, un Porsche rojo estaría bien, y…
Se echó a reír con ganas. Me encanta ser yo quien hace reír a papá, ya que él acostumbra ser el payaso que siempre nos hace reír a todos.
—Ay, madre. Ay, madre —dijo, negando con la cabeza—. Vaya si has crecido.
Empezó a sonar entonces la parte de la canción que más nos gusta cantar, así que subí el volumen y los dos nos pusimos a cantar.
—«Soy el tío más feo del Lower East Side, pero tengo coche y a ti te apetece dar un paseo. Te apetece dar un paseo. Te apetece dar un paseo. Te apetece dar un paseeeeeeeeeeeeeeeeeeo».
Esa última parte siempre la cantábamos a grito pelado, intentando sostener la última nota tanto como el cantante, pero siempre acabábamos partiéndonos de risa. Mientras nos reíamos, vi que Jack había llegado y se acercaba a nuestro coche. Me preparé para salir.
—Espera —dijo papá—. Solo quiero asegurarme de que me has perdonado.
—Sí, te perdono.
Me miró agradecido.
—Gracias.
—¡Pero no vuelvas a tirarme nada sin decírmelo!
—Te lo prometo.
Abrí la puerta y salí justo cuando Jack llegaba junto al coche.
—Hola, Jack —dije.
—Hola, Auggie. Hola, señor Pullman.
—¿Qué tal, Jack? —preguntó papá.
—Hasta luego, papá —dije, cerrando la puerta.
—¡Buena suerte, chicos! —gritó papá, bajando la ventanilla delantera—. ¡Nos vemos al otro lado de quinto curso!
Lo saludamos con la mano mientras arrancaba el coche y se disponía a salir, pero me acerqué corriendo y él paró el coche. Puse la mano en la ventana para que Jack no oyese lo que estaba diciendo.
—¿Podéis hacer el favor de no besarme mucho después de la graduación? —pregunté en voz baja—. Es bastante vergonzoso.
—Haré lo que pueda.
—¿Se lo dirás a mamá?
—No creo que pueda resistirse, Auggie, pero se lo diré.
—Adiós, mi viejo y cansado padre.
—Adiós, mi niño, mi niño —contestó papá sonriendo.