Cuando volvimos al despacho, mamá y el señor Traseronian seguían hablando. La señora García fue la primera en vernos y sonrió de oreja a oreja mientras entrábamos.
—Dime, August. ¿Qué te parece? ¿Te ha gustado? —preguntó.
—Sí —contesté, mirando a mamá.
Jack, Julian y Charlotte se quedaron plantados junto a la puerta. No estaban seguros de si tenían que irse o si aún los necesitaban para algo. Me pregunté qué más les habrían contado de mí antes de conocerme.
—¿Has visto el pollito? —me preguntó mamá.
Negué con la cabeza.
—¿Se refiere a los pollitos de la clase de ciencias? —dijo Julian—. Los donan a una granja a final de curso.
—Ah —repuso mamá, desilusionada.
—Pero cada curso nacen unos nuevos —añadió Julian—. August podrá verlos en primavera.
—Bien —dijo mamá, mirándome—. Eran preciosos, August.
Me gustaría que no me hablase como si fuera un bebé delante de otras personas.
—August —intervino el señor Traseronian—, ¿los chicos te han enseñado bien el colegio o quieres ver algo más? Se me ha olvidado decirles que te enseñen el gimnasio.
—Pero se lo hemos enseñado, señor Traseronian —contestó Julian.
—¡Estupendo! —repuso el director.
—Y yo le he hablado de la obra del colegio y de algunas de las optativas —dijo Charlotte—. ¡Ay, no! —añadió de repente—. ¡Se nos ha olvidado enseñarle el aula de dibujo!
—No pasa nada —dijo el señor Traseronian.
—Pero podemos enseñársela ahora —propuso Charlotte.
—¿No teníamos que ir a recoger a Via? —le dije a mamá.
Esa era la señal que habíamos pactado mamá y yo para indicarle que quería marcharme.
—Es verdad —contestó mamá, levantándose de la silla y haciendo como que miraba la hora en su reloj—. Lo siento, he perdido la noción del tiempo. Tenemos que ir a recoger a mi hija en su nuevo instituto. Hoy han organizado una visita extraoficial. —Esa parte no era mentira; Via había ido a visitar su nuevo instituto. Lo que sí era mentira era que teníamos que ir a recogerla. Iba a volver a casa con papá más tarde.
—¿A qué instituto va? —preguntó el señor Traseronian levantándose de la silla.
—Este otoño empieza en el instituto Faulkner.
—Vaya, no es fácil entrar allí. Me alegro por ella.
—Gracias —contestó mamá—. Para ella va a ser una paliza. Tiene que coger la línea A hasta la Ochenta y seis, y luego el autobús hasta el East Side. En coche solo se tarda quince minutos, pero así tardará una hora.
—Le compensará. Conozco a un par de chicos que entraron en Faulkner y les encanta —repuso el señor Traseronian.
—Tenemos que irnos, mamá —dije, tirándole del bolso.
Nos despedimos rápidamente. Creo que al señor Traseronian le sorprendió un poco que nos marchásemos tan de repente. Me pregunté si les echaría la culpa a Jack y a Charlotte, aunque Julian había sido el único que me había hecho sentir mal.
—Todos han sido muy simpáticos —le dije al señor Traseronian antes de irnos.
—Estoy deseando tenerte aquí como alumno —contestó el director, dándome una palmadita en la espalda.
—Adiós —les dije a Jack, a Charlotte y a Julian, pero no los miré ni levanté la vista hasta que salimos del edificio.