Volvimos por donde habíamos llegado, en dirección a la pantalla gigante. Entonces nos tropezamos con un grupo de chicos que no conocíamos. Ellos salían de entre los árboles, de hacer algo que estoy seguro que a sus profesores no les hubiese gustado. Olía a humo de petardos y a cigarrillos. Nos iluminaron con una linterna. Eran seis: cuatro chicos y dos chicas. Parecían de séptimo.
—¿De qué colegio sois? —preguntó uno de los chicos.
—De Beecher —comenzó a decir Jack, cuando de repente una de las chicas se puso a gritar.
—¡Dios mío! —gritó, tapándose los ojos con la mano como si estuviera llorando. Pensé que a lo mejor un bicho enorme se había chocado contra su cara.
—¡No puede ser! —gritó uno de los chicos, y se puso a sacudir la mano, como si acabase de tocar algo muy caliente. Luego se tapó la boca con esa misma mano—. ¡No puede ser, tío! ¡No puede ser!
Todos se echaron a reír y a taparse los ojos mientras se empujaban entre sí y soltaban tacos en voz alta.
—¿Qué es eso? —dijo el chico que nos estaba iluminando con la linterna, y solo entonces me di cuenta de que me estaba enfocando la cara y que era yo de quien estaban hablando… o más bien gritando.
—Vámonos de aquí —me dijo Jack en voz baja. Y me tiró de la manga de la sudadera y echamos a andar para alejarnos de ellos.
—¡Espera, espera, espera! —gritó el chico de la linterna, cerrándonos el paso. Volvió a enfocarme la cara con la linterna. Ya solo estaba a un metro y medio de distancia—. ¡Ay, madre! ¡Ay, madre! —dijo, negando con la cabeza y con la boca abierta de par en par—. ¿Qué le ha pasado a tu cara?
—Déjalo, Eddie —dijo una de las chicas.
—¡No sabía que esta noche ponían El señor de los anillos! —exclamó—. ¡Mirad, chicos, es Gollum!
El comentario hizo que sus amigos se partiesen de risa.
Intentamos de nuevo alejarnos de ellos, pero el tal Eddie volvió a cortarnos el paso. Le sacaba a Jack una cabeza por lo menos, y Jack ya me sacaba una cabeza a mí, así que aquel tío me parecía enorme.
—¡No, tío, es Alien! —dijo otro de los chicos.
—No, no, no, tío. ¡Es un orco! —contestó Eddie entre risas, volviendo a iluminarme la cara con la linterna. Ahora lo teníamos justo delante.
—Déjalo en paz, ¿vale? —dijo Jack, apartando la mano con la que sostenía la linterna.
—¿Vas a obligarme? —preguntó Eddie, iluminando ahora la cara de Jack.
—¿Qué problema tienes, tío? —dijo Jack.
—¡Tu novio es mi problema!
—Vámonos, Jack —dije, agarrándolo del brazo.
—¡Vaya, pero si habla y todo! —gritó Eddie, iluminándome otra vez la cara con la linterna. Entonces uno de los otros chicos nos tiró un petardo a los pies.
Jack intentó pasar junto a Eddie, pero Eddie puso sus manos sobre los hombros de Jack y lo empujó con fuerza. Jack se cayó hacia atrás.
—¡Eddie! —gritó una de las chicas.
—Oye —dije, interponiéndome entre Jack y él y levantando las manos como si fuese un guardia de tráfico—. Somos mucho más pequeños que vosotros…
—¿Estás hablando conmigo, Freddy Krueger? No creo que quieras meterte conmigo, monstruo —contestó Eddie.
En ese momento supe que debía echar a correr todo lo rápido que pudiese, pero Jack seguía en el suelo y no pensaba dejarlo tirado.
—¡Eh, colega! —dijo una nueva voz a nuestras espaldas—. ¿Qué pasa, tío?
Eddie se dio media vuelta y apuntó con la linterna hacia el lugar de donde salía la voz. Durante un segundo no pude creerme quién era.
—Déjalos en paz, tío —dijo Amos, con Miles y Henry detrás de él.
—¿Quién lo dice? —preguntó uno de los chicos que iban con Eddie.
—Que los dejéis en paz, tío —repitió Amos con mucha calma.
—¿Tú también eres un monstruo? —preguntó Eddie.
—¡Sois todos una panda de monstruos! —dijo uno de sus amigos.
Amos no contestó, pero nos miró y añadió:
—Vamos, chicos. El señor Traseronian nos está esperando.
Sabía que era mentira, pero ayudé a Jack a levantarse y echamos a andar hacia Amos. Entonces, sin venir a cuento, el tal Eddie me agarró de la capucha mientras pasaba junto a él, tiró de ella con fuerza y me caí de espaldas al suelo. Me llevé un buen golpe y me hice bastante daño en un codo con una piedra. No vi qué pasó luego. Bueno, sí, vi que Amos embistió a Eddie como si fuese una camioneta de esas con ruedas gigantes y los dos cayeron al suelo junto a mí.
Después todo fue una locura. Alguien me agarró de la manga y gritó: «¡Corre!» mientras otro gritaba: «¡A por ellos!» al mismo tiempo, y durante unos segundos tuve a dos personas tirándome de las mangas de la sudadera, cada una en una dirección. Los dos soltaban tacos. De pronto, la sudadera se desgarró y el primer chico me agarró del brazo y tiró de mí para que corriese detrás de él. Lo hice lo mejor que pude. Oía ruido de pasos detrás de nosotros, persiguiéndonos, y voces y chicas gritando, pero estaba tan oscuro que no sabía de quién era cada voz. Todo sonaba como si estuviéramos bajo el agua. Corríamos como locos en la oscuridad más absoluta, y cada vez que intentaba ir más despacio, el chico que me tiraba del brazo gritaba: «¡No te pares!».