KASPAR
—Es una luchadora —masculló Felix. A continuación, pasó a hablar a través de su mente y comenzó a darle vueltas a un único pensamiento: «Tal vez habría sido más fácil matarla».
«No, no habría sido más fácil». Dejé que aquel pensamiento me llenara la cabeza justo antes de amurallar mi mente. Quería mantener alejados a los demás. Necesitaba pensar en privado.
Había algo en la expresión de la chica que me había perturbado, que me había hecho dar un paso atrás cuando me empujó. Era una sensación que creía recordar pero que no lograba identificar.
—Se refiere a que habría sido mejor para ella no tener que conocernos —aclaró Declan.
Sentí que trataba de romper mis defensas mentales y las bajé ligeramente. «Tus motivos para llevártela fueron egoístas, Kaspar, da igual lo que le digas al rey».
«¿Y qué, si lo fueron?»
«Entonces tu egoísmo ha metido al reino en un buen lío».
Volvió a abrir el periódico y buscó un artículo acerca del aumento en los costes de Defensa. Bloqueó su mente para todos excepto para mí y se centró en el titular: MICHAEL LEE: MANO DURA EN DEFENSA.
«Querrá recuperar a su hija. Y sabes que lleva buscando una excusa para expulsarnos desde que ganaron las elecciones. Esta es exactamente la munición que necesitaba».
«No se atreverá a hacer nada. Está demasiado asustado».
Me bebí el resto de la sangre disfrutando de la calidez que manaba de su frescor. Me llegaron oleadas de exasperación procedentes de Declan, pero no dijo nada más al respecto. Sabía que un rapapolvo de mi padre bastaba para aquel día.
—He hablado con ella. Está asustada y enfadada, pero también siente curiosidad —comentó Fabian como aportación a una conversación que yo no había estado escuchando.
—¿Has contestado a sus preguntas? —quiso saber Lyla. Trató de aparentar naturalidad, pero tuvo poco éxito.
Fabian asintió, y Declan volvió a levantar la vista del periódico.
—Eso tan sólo se debe a que sigue aferrándose a la esperanza. Una vez que se dé cuenta de que está atrapada aquí, la curiosidad desaparecerá. —Volvió al diario, en apariencia satisfecho con su oscura predicción—. Y cuando se demuestre que tengo razón, me alegrará mucho recordaros que ya os lo dije —añadió mientras hacía crujir el periódico.
Cain me lanzó una mirada y me di cuenta de que los ojos se me debían de haber puesto negros.
«Sí, ¡no la maté!», rugí en mi interior como respuesta a sus expresiones de desaprobación. Pero no porque la quisiera como juguete, aunque en realidad me encantaría que siguieran pensándolo. No sabía por qué me la había llevado. No sabía por qué la había rescatado… Por qué lo había hecho personalmente y no había dejado que Fabian, que siempre era el bueno, desempeñara el papel de héroe salvador.
«No, no habría resultado más fácil matarla —pensé a partir de la afirmación anterior de Felix—, porque sospecho que esta humana me habría supuesto un cargo de conciencia».