63

VIOLET

El sol acababa de comenzar a ponerse cuando regresó Kaspar. El estuario del Támesis destellaba bajo los rayos atenuados y adquiría un matiz anaranjado. A poca distancia del agua planeaba una estrecha franja de esponjosas nubes de color violeta que marcaban el límite entre el mar y el cielo.

Sabía que regodearme en el pasado hacía que el futuro pareciera más sombrío, pero no podía evitar pensar en la época en la que jamás habría aceptado la idea de estar allí viendo cómo se consumía el tiempo, con el sol poniente marcando los minutos que me quedaban como humana.

Me ponía enferma sólo de pensarlo. Ya había tenido que ir corriendo al baño en dos ocasiones aquella tarde y, a pesar de no haber comido nada desde la manzana del desayuno, el estómago se me retorcía y amenazaba con expulsar lo poco que me quedara dentro.

—Me gustas más bajo la lluvia —susurró Kaspar junto a mi oído mientras me frotaba los hombros. El movimiento repetitivo me ayudaba a relajar la tensión de los músculos, pues los tenía tan rígidos que no podía dejar de aferrarme a la barandilla de piedra del balcón de Kaspar—. No te preocupes —continuó—. Todo habrá acabado antes de que te des cuenta. —Hice un gesto de asentimiento con la cabeza, incapaz de hablar, pues no me atrevía a abrir la boca por si mi estómago me traicionaba—. Violet, pronto oscurecerá.

Asentí y no me moví. Kaspar intentó que me acercara a él tirándome un poquito del brazo, pero las piernas no me respondían y no podía siquiera dar un paso hacia él. Sin embargo, su esfuerzo sí valió para arrancarme los dedos de la barandilla y medio cargar conmigo hasta la puerta que llevaba a su habitación.

Se acercó hasta la mesilla de noche, cogió un paño muy rígido de terciopelo rojo y volvió a mi lado con él. Cuando desdobló las esquinas, descubrió una pequeña daga muy ornamentada, con incrustaciones de esmeraldas en la empuñadura. La hoja era tan fina como una oblea y parecía estar espeluznantemente afilada.

Debí de poner cara de alarma, porque Kaspar esbozó una sonrisa tranquilizadora.

—La hoja es de diamante. Es para que yo me haga un corte en la muñeca. —Frunció el entrecejo—. Me hará un corte limpio, y eso hará que te resulte más sencillo beber.

—De acuerdo —contesté, sintiéndome mareada de repente.

Se mordió el labio con un colmillo y me recorrió con la mirada de arriba abajo.

—No tienes que hacerlo, ¿sabes? Sólo dilo y nos olvidaremos de ello.

—No, no diré eso.

Intenté que mis palabras sonaran desafiantes, pero más bien parecieron un graznido. Kaspar arrugó la frente y dejó la daga a un lado. Luego, tomó una de mis manos entre las suyas.

—Violet, quiero que sepas algo. Puede que mi sangre te ofrezca la eternidad, pero no puedo salvarte del dolor de vivir para siempre. En lo que a mí respecta, vivir todos esos milenios merece la pena por ti, pero cuando la gente sigue caminos distintos o cuando fallece, seguir adelante es tan horrible como morir. ¿Comprendes lo que quiero decir? —Asentí, aunque el miedo que me iba llenando cada vez más el pecho amenazaba con dejarme los pulmones vacíos. Él bajó la mirada y cogió de nuevo la daga. La limpió con la tela—. Entonces no te inquietes por ello. Tardará mucho tiempo en convertirse en una preocupación para ti.

Cerró la mano que le quedaba libre en un puño y se acercó la daga a la muñeca. Sin ni siquiera un gesto de dolor, arrastró el filo por una de sus venas y se hizo una herida larga y profunda.

Sabía que teníamos que actuar de prisa: él cicatrizaría de prisa si no lo hacíamos rápido, y yo me acobardaría. Así que levanté un brazo para que me lo agarrara y él se lo llevó a los labios e inhaló el olor de mi sangre bajo la piel. Me besó el puño, y sus labios se curvaron en una sonrisa mientras fue estirándome los dedos uno a uno.

Incapaz de mirar, giré la cara y observé el retrato de la reina, que nos estaba observando, no me cabía duda, tanto desde el óleo como en espíritu, cuando me mordió. No me resultó tan doloroso como cuando me había mordido en el cuello, pero aun así hizo que un escalofrío me recorriera todo el cuerpo. Kaspar lo notó y se detuvo. Se lamió la sangre que le manchaba el labio inferior.

—Violet, ¿estás verdaderamente segura?

Asentí.

—No tengo elección.

Volvió a llevarse mi muñeca a los labios y yo cogí su mano en la mía y me acerqué su sangre a los labios temblorosos. Ahogué un gemido. Pero justo antes de empezar a beber, Kaspar se quedó quieto y esbozó su característica media sonrisa arrogante.

—Te quiero, Nena —dijo.

—Yo también te quiero, sanguijuela —contesté.