KASPAR
Entré solo en la reunión del consejo. Eaglen se había llevado a Violet aparte para hablar con ella…, con un poco de suerte, para trazar alguna especie de plan, porque aquella pandilla se la comería viva. «Literalmente». Eché un vistazo en derredor de los treinta hombres y mujeres sentados en torno a la mesa y procuré cruzar la mirada con las de los miembros más destacados del consejo. Pero había dos ausencias notables: Ashton y Valerian Crimson. Sus sillas las ocupaban, en su lugar, Henry y Joanna, y la que en su día había pertenecido a Ilta, frente a la mía, estaba vacía, esperando a Violet. A cada lado de ella había un asiento vacío, uno para Eaglen y otro para Arabella.
«Más vale que lo que Eaglen haya planeado sea bueno», pensé. Tenía la sensación de que sabía lo que tal vez fuese a proponer el anciano, pero que lo aceptaran o no ya era un asunto totalmente distinto.
—Contamos con suficientes hombres, junto con los sabios, para proteger la frontera. Ningún canalla o asesino la cruzará —aseguró Lamair con su habitual tono agresivo—. Ya nos preocuparemos después del gobierno humano. ¡Este es un momento para la defensa, no para la diplomacia!
Se oyeron varias voces de aprobación, y no me resultó difícil darme cuenta de que mi padre estaba medio de acuerdo con ellos.
—Lamair, la defensa de Varnley es mi principal prioridad, pero le ruego que recuerde que el padre de la chica es uno de los miembros de ese gobierno humano. No se trata tan sólo de enfrentarnos a un hombre temerario, sino que tampoco podemos correr el riesgo de disgustarla a ella. Es la Heroína, al fin y al cabo.
Aquello cogió a Lamair desprevenido.
—Perdóneme, majestad, pero ¿está insinuando que deberíamos dejar que el hombre que ordenó el asesinato de su difunta esposa escape sin castigo?
Toda la sala contuvo la respiración. Nadie mencionaba a mi madre. Nadie. Mi padre se pasó una mano por la nuca y se puso a contemplar el techo con una expresión llena de dolor en la cara.
—No… —dijo al final con un suspiro.
—Violet no querrá oír eso —murmuré, y me recosté en mi silla.
Faunder, el padre de Charity, resopló, y su hija frunció el entrecejo. Ya no era ningún secreto que su plan maestro era casar a sus hijas con tantos miembros de la familia real como pudiera. «Ojalá lo hubiera visto en aquel momento».
—Perdóneme usted también, príncipe, pero creo que no está capacitado para ofrecer un juicio imparcial en tales asuntos. De todos es sabido que está… ¿Cómo lo diría? —Se quedó callado y se dio la vuelta para sonreír a Lamair, con el que formaba facción—. Emocionalmente comprometido con la chica.
Volví a echarme hacia adelante y apoyé los brazos en la mesa. Agarré mi vaso de sangre para evitar que me vieran los puños apretados.
—Deberías investigar mejor, Faunder. Estoy unido a la chica.
—Sí, Eaglen nos lo ha mencionado. ¿Es esa la razón por la que se acostó con ella? En ese caso, le encomiendo a su poder premonitorio, alteza, porque sabía mucho antes que cualquiera de los demás que era una Heroína.
Hice ademán de levantarme, pero mi padre me agarró por la manga y tiró de mí hacia abajo. «No respondas a sus provocaciones», rugió en mi mente. Moví el brazo para que me soltara y volví a dejarme caer en mi silla para observar con asco las sonrisas de satisfacción de la familia Faunder.
Sentado a mi izquierda, Henry, hasta entonces un mero observador, habló:
—Contáis con la promesa de nuestros mejores guardias, que serán más que capaces de lidiar con los cazadores y los canallas. En cuanto a Michael Lee, creo que la mejor forma de actuar sería interrogarlo trayéndolo aquí…
—¿Traerlo aquí? —casi gritó Lamair—. ¿Al mismísimo corazón del reino? ¡Qué estupidez!
Mi padre dio un manotazo en la madera desnuda de la mesa y, cuando se volvió hacia Lamair con los ojos en llamas, dio la sensación de que el consejero estaba a punto de caerse de la silla.
—Debe respetar a sus superiores, Lamair.
«Menos mal que no había que morder el anzuelo», pensé.
En aquel momento se abrió la puerta y apareció Eaglen, seguido de Arabella y, en último lugar, Violet. Se oyeron los chirridos de las sillas contra el suelo de madera cuando todo el mundo se apresuró a echarlas hacia atrás y ponerse en pie. Las mujeres se hundieron en profundas reverencias y los hombres hicieron venias, y todos conservaron la postura mientras el trío rodeaba la mesa. Una vez que estuvieron cerca, levanté la cabeza un milímetro para observarla. Tenía la cara como un tomate y su mirada iba saltando de uno a otro mientras trataba de asimilar la escena. No iba vestida apropiadamente para la ocasión, pues llevaba los mismos vaqueros y la misma camiseta que antes, pero, la verdad, nadie lo cuestionaría. Nadie se atrevería a cuestionarlo.
«Nena, una Heroína». Aún no lo había asumido. La batalladora chica humana que me había llevado de Londres, la mujer por la que había aprendido a preocuparme, una dampira que se había enfrentado a tantas cosas… y ahora una Heroína a punto de enfrentarse a muchas más. Las probabilidades parecían ridículas. Pero con el destino no había casualidades.
Me miró a los ojos y esbocé una sonrisa. Se le curvaron un poco las comisuras de los labios, pero parecía estar demasiado aterrorizada para sonreír: tenía los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas, tan agrandadas que apenas se veía algo de sus peculiares iris de color violeta. Cuando se sentó, el resto de la habitación la siguió. Todos los rostros se volvieron hacia ella, y Violet clavó la mirada en su regazo.
Eaglen hizo un gesto con la cabeza y mi padre prosiguió:
—Henry, continúe.
El príncipe sabio asintió y comenzó a juguetear con un lápiz.
—Como iba diciendo —miró con mordacidad a Lamair—, nos resultaría bastante sencillo contener a los cazadores y a los canallas, sin mucho esfuerzo, si no nos lo ponen realmente difícil. Los canallas pueden esperar su juicio bien en vuestra corte, bien en la nuestra; con los cazadores, por supuesto, nosotros no podemos hacer mucho. Lee, como civil humano, es diferente. —Violet levantó la cabeza, llena de miedo y esperanza—. Excepto en el caso de que use directamente la fuerza o transgreda nuestras fronteras, no podemos tocarle, porque eso violaría los Tratados Terra y no podemos consentir algo así.
A Nena se le iluminó la cara al tiempo que la habitación estallaba en susurros. Por supuesto, no querría que le hicieran daño a su padre. Pero aún tenía que traicionarlo, y él seguía mereciéndose un castigo.
—Puede que vosotros no podáis tocarlo, pero los Tratados Terra sí nos lo permiten a nosotros —comenzó Eaglen, y a continuación tomó un largo sorbo del vaso que tenía delante. Le hizo un gesto a uno de los ayudas de cámara para que se lo rellenara: una parte de whisky, dos de sangre—. Tengo una propuesta. —Mi padre le hizo una señal para que continuara—. Siempre y cuando los sabios mantengan alejados a todos los cómplices de Lee, no sería complicado traerlo aquí. Mi sugerencia es que, una vez que lo tengamos entre nosotros, los pongamos a él y a su familia bajo la Protección del Rey y de la Corona.
Se oyeron rumores de objeción y yo fruncí el entrecejo, no muy seguro de hacia dónde quería ir Eaglen. El rostro de Violet se entristeció y volvió a contemplarse el regazo mientras jugueteaba con un hilo suelto de la camiseta. Acerqué mi silla a la mesa tanto como pude y estiré un pie —la mesa no era ancha— hasta que di con su pierna. Le asesté unos ligeros golpecitos y Violet levantó la mirada.
«¿Estás bien?», articulé sin voz. Ella asintió y sonrió, pero de un modo poco convincente. «¿De verdad?»
Puso una mueca extraña. «No».
Le pasé el pie por detrás de la pierna y tiré de ella hacia mí. Violet me dio una patada, no precisamente con delicadeza, cuando empezó a deslizarse por la silla. «Lo siento», añadí, con la esperanza de que entendiera que me estaba disculpando por muchas cosas más.
«¿Cómo he podido estar a punto de dejarla marchar? ¿Qué habría hecho si la hubieran…?», pensé.
—Permitid que me explique —habló Eaglen por encima de las demás voces. Le dio otro trago al vaso, al parecer sin inmutarse por el rechazo de los demás—. La familia Lee necesita protección. En cuanto la noticia del acto de Lee se difunda, sus vidas estarán en peligro. Si los ponemos bajo la Protección del Rey y de la Corona, eso actuará como elemento disuasorio para cualquiera que planee una venganza, llamémoslo así.
El hijo de Faunder, Adam, tomó la palabra:
—¿Y qué más da si mueren? Son traidores, y además eso consuma la Profecía, ¿no es así?
Violet cerró los puños y sus ojos comenzaron a arder de rabia. Se echó hacia adelante y lo miró furibunda por encima de la mesa.
—Estás hablando de mi familia —gruñó Violet con un tono de voz tan amenazante que podría haber pasado por vampira.
Se enarcaron unas cuantas cejas, pero Adam no dijo nada.
—No es necesario que mueran inocentes. Violet cumplirá con esa parte de la Profecía convirtiéndose en vampira y, por lo tanto, renunciando a la sangre de su familia —continuó Eaglen.
—Todo eso está muy bien —comentó Henry—, pero sigue sin gustarme la idea de que Michael Lee esté en el gobierno. Es peligroso para todos nosotros.
—Permíteme llegar a la parte buena, joven —dijo Eaglen entre risas—. Le ordenaremos a Lee que dimita de su puesto como ministro de Defensa. Si no lo hace, le quitamos la Protección del Rey y de la Corona y la familia Lee… ¿Cómo podría explicarlo? Se convierte en la cena.
Me eché a reír, más sorprendido que divertido.
—Pero eso es chantaje. ¿Has dado tu consentimiento a esto? —pregunté dirigiéndome a Violet.
Antes de que ella pudiera abrir la boca, Eaglen contestó por ella:
—Ha sido idea de Violet.
Me quedé boquiabierto, como todos los demás.
—¿Es eso cierto?
Había algo ilegible en sus ojos y en su expresión cuando asintió.
—Accederá —dijo Violet, desafiante. Me llevé una mano a la nuca. Había que reconocérselo. Tenía agallas—. Puede que sea mi padre, pero es un riesgo que hay que correr. No puede continuar en el gobierno, eso lo sé.
Sus palabras no iban dirigidas a todo el mundo, sino a mí, sólo a mí.
Mi padre se recostó en su silla y suspiró, como hacía en las raras ocasiones en las que estaba perplejo.
—El plan tiene fallos, pero no tenemos muchas más opciones.
La discusión se centró en la logística: el consenso general era que Lee lo había preparado todo para que los canallas estuvieran en la frontera a la una de la tarde del día siguiente. Nadie sabía si era consciente de quién era su hija en realidad.
Pasó otra hora antes de que se llegara a algún acuerdo concreto. Violet permanecería dentro de las paredes de la mansión, a pesar de sus protestas. Y también la mayor parte de mi familia, a excepción de Arabella, que se uniría a la princesa sabiana, Joanna, a Eaglen, y a algunos de los miembros del consejo en los que más confiábamos en la tarea de traernos a Lee a Varnley. En teoría, funcionaría. En la práctica, muchas cosas podían salir mal. No sabíamos cuáles eran los planes de Lee. No sabíamos cómo reaccionaría. No sabíamos cómo reaccionaría Violet: podría ablandarse al ver a su padre. Yo tenía una sensación de creciente inquietud en la boca del estómago. Aquello había sido demasiado fácil. No me gustaba.
—Hay una cosa más —dijo Joanna, poniéndose en pie cuando la reunión parecía estar llegando a su fin—. Como la Heroína ha rechazado la protección de mi majestad, lady Rosa de Otoño ha reclamado la presencia de lady Violet y el consejo en la corte de Athenea lo antes posible. Comprendo que es inconveniente, pero tenemos capacidad para acoger a tantos…
Mi padre la interrumpió con un gesto y también se levantó.
—La corte pasará la estación invernal en Athenea. —Una oleada de sorpresa recorrió la habitación. Yo contemplé a mi padre totalmente horrorizado. La corte no se había movido de Varnley desde 1940, e incluso entonces había sido sólo durante unas cuantas semanas—. Les sugiero que se pongan en contacto con sus familias para indicarles que se preparen. Nos vamos dentro de dos semanas. Pueden marcharse.
La mayoría de los consejeros parecían estar demasiado asombrados como para hablar, así que fueron abandonando la sala en silencio. Yo me quedé pegado a mi sitio hasta que uno de sus secretarios apareció al lado de mi padre y recibió instrucciones de informar del traslado a la corte en general. Distraído por aquello y por Henry, que empezó a formular planes más detallados para el día siguiente, no me di cuenta de que Violet se deslizaba hacia la puerta. Pero mi padre sí.
—Violet —la llamó sin molestarse en levantar la vista de las notas que estaba tomando. Ella se quedó paralizada, con una mano en el pomo de la puerta—. No puede salir de esta dimensión y entrar en Athenea como humana.
Abrió los ojos como platos. El significado que aquello llevaba implícito estaba claro. Tenía que convertirse, y tenía que hacerlo pronto.