KASPAR
Se marchó sin ni siquiera levantar la mirada cuando pasó a mi lado a toda prisa, tan cerca que podría haber estirado la mano y tocarla. No lo hice. Salió del salón dando grandes zancadas, con la cabeza alta pero evitando la mirada de todo aquel con el que se cruzaba. Cuando desapareció entre la tupida red de susurros apagados, sólo la vislumbré a lo lejos subiendo la escalera apresuradamente con las manos sobre la cara, llorando.
—Puede que pienses que no tengo corazón, hijo mío. —El sonido de su voz a mi lado me sobresaltó. Me había hablado al oído mientras la muchedumbre volvía a dispersarse en un vals—. Pero, sinceramente, tan sólo estoy intentando protegerte a ti y, aún más importante, protegerla a ella. —Asentí, sin palabras, y reconocí en sus ojos una mirada que reservaba para los momentos en los que deseaba causar impacto—. Sus sentimientos por ti sólo le causarán dolor.
Con aquellas palabras, se fue.
«Gilipolleces. Eso es lo que son. Gilipolleces. Todo esto. El deber, y la responsabilidad, y las consecuencias. ¿Adónde ha ido a parar el libre albedrío?»
«Sentimientos…» Sabía lo que implicaba eso. Y, joder, qué sensación me produjo.
No fue totalmente una sorpresa: hacía tiempo que sospechaba que se sentía atraída por mí; le habría resultado difícil no sentirse así. También sabía que había sacrificado su amistad con Fabian por mí. Sumar dos y dos no requería una gran cantidad de esfuerzo.
Pero eso… «Sentimientos. Que me corresponda cuando he sido un capullo todo este tiempo…»
Y no era que, secretamente, no estuviese satisfecho. Sólo que no me sorprendía. «No… halagado… y satisfecho. Más que satisfecho. Incluso exultante».
—Tengo que decírselo —dije en voz alta como si aquello zanjara el asunto. No era tan fácil.
«No quieres romperle el corazón, ¿verdad? Porque llevas meses negándolo, ¿no es así, Kaspar? Te gusta. Siempre te ha gustado. Con Profecía o sin Profecía, la deseas».
Mi voz tenía razón. «Claro que tiene razón». Pero mi deber no era para con ella. Nunca había sido para con ella. Era para con otra. Y siempre había sido para otra. Sólo que yo no lo sabía.
Sentí que comenzaba a aferrarme con demasiada fuerza al lavabo de porcelana y me aparté.
—Pero que me parta un rayo si no la consigo —les dije a mi voz y al baño vacío.
Sólo tenía que esperar que la primera Heroína no apareciese demasiado pronto.
Abrí la puerta silenciosamente y la cerré a mis espaldas con tanto sigilo como pude para no despertarla. Estaba tumbada encima de las mantas revueltas y aún llevaba el vestido blanco. Se le había subido y dejaba entrever sus muslos. Pero, por extraño que resultase, no fue aquello lo que me llamó la atención. Miré el medallón que descansaba sobre su pecho, que subía y bajaba al ritmo de su pausada respiración.