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VIOLET

Tictac.

—Lo saben.

—¿Qué?

—Saben que nos hemos acostado. Se lo han dicho los criados.

—Pero…

—Mi padre lo sabe.

Me quedé sin respiración y el miedo ascendió junto a la bilis por mi garganta.

—Nos ha delatado… Annie nos ha delatado. —Kaspar asintió con gesto serio y me dio un abrazo—. Pero ¿qué va a hacer?

—No lo sé.

«No lo quieres saber», añadió mi voz. Le di la razón en silencio. El reloj de muñeca de Kaspar destelló a la luz de las enormes ventanas del vestíbulo de entrada, donde esperábamos.

«11.59…»

El aire era frío. Los sirvientes y miembros de la casa estaban reunidos a nuestras espaldas, formando una larga fila, esperando para darles la bienvenida a los Varn y a todo el consejo. Todos y cada uno de los miembros de la familia lo sabían. Fabian lo sabía. Cain lo sabía. El rey lo sabía. Sentía las miradas encendidas de los sirvientes sobre mi espalda, su odio y su desdén. Había perdido hasta el último ápice de su respeto. Ahora a sus ojos era una de esas. «Una puta». Era su rehén. Se suponía que nunca debía llegar a «conocer» al príncipe. Y menos ahora.

Tictac.

—Vuelven de ese sitio, de Athenea, ¿no? ¿No… no deberías soltarme?

Me dejó marchar de entre sus brazos, pero continuó agarrándome una mano.

—Escucha, Violet. Nena. Lo siento por lo de anoche. Nunca debería haber…

—Yo también.

Pareció quedarse sorprendido, pero asentí con ímpetu evitando mirarle a los ojos. Aparté la mano de la suya y sentí que el corazón se me encogía dolorosamente.

—Yo… —De repente levantó la cabeza, con los ojos rojos y brillantes, y las aletas de la nariz hinchadas—. Están aquí.

Volvió a agarrarme de la mano, me levantó la barbilla con la otra y me dio un beso muy dulce en los labios. Sentí que me flaqueaban las rodillas, estaba muy dolorida y rígida. Y entonces, Kaspar me arrastró con él, y ya estaba en el otro extremo de la habitación, sin aliento, sin una gota de oxígeno en los pulmones.

Tictac.

En algún lugar oculto de la mansión se oyó un retumbo… el primer repicar de un enorme reloj, y los conté todos, incapaz de bloquear el sonido.

«Doce…»

Me estremecí cuando aquel ruido me recorrió de arriba abajo. Se me retorció el estómago a causa de los nervios. Quería llorar, pero me negaba a hacerlo delante de los criados.

«Once…»

Los mayordomos estaban junto a las puertas, con sus guantes inmaculadamente limpios sobre los pomos, preparados para girarlos.

«Diez…»

El miedo y el horror aumentaban mientras mi cabeza daba vueltas a toda velocidad pensando en lo que podría hacer el rey para castigar tal desobediencia. Las cosas nunca habrían salido bien si nos hubiéramos acostado en otras circunstancias, pero encima tras aquel enfado, cuando Kaspar ya había avergonzado tanto a su padre… Yo no descartaba nada.

«Nueve…

»¿Qué puede hacerme que sea peor que no permitir que nos toquemos?

»Ocho…

»No puede obligarme a convertirme en vampira sin darle a mi padre una excusa para recurrir a los asesinos y a los canallas. En cualquier caso, convertirme ya no me parece tan horrible.

»Siete…

»¿Por qué he malgastado todo ese tiempo odiándolo?

»Seis, cinco y cuatro…»

—Kaspar, ¿qué es Athenea?

«Tres…»

No respondió.

«Dos…»

—Kaspar, ¿qué vive en Athenea?

«Uno».

Las puertas se abrieron de par en par. El sol alto del mediodía estaba cubierto de grandes nubes. Un grupo de unas treinta figuras con capas subió los escalones. Se echaron las capuchas hacia atrás y casi inmediatamente la piel se les enrojeció a la luz del día, la piel se les quemaba.

El rey iba a la cabeza, furioso, y le lancé una mirada a Kaspar con el corazón en un puño. Él continuó mirando al frente, más allá de la pequeña multitud que nos observaba a ambos con enfado. La expresión de Kaspar era imperturbable.

Sentí que una lágrima rodaba por mi mejilla y me di la vuelta. Las figuras desaparecieron. Registré el vestíbulo con la mirada, pero mi búsqueda se vio interrumpida cuando el rey se acercó a mí con los ojos llameantes y furiosos. Se me escapó un quejido manso cuando se detuvo. Quería echar a correr. Pero aun así hice una reverencia.

Volvió la cabeza hacia Kaspar, cuyos ojos seguían mirando al frente, pero comenzaba a acobardarse.

—¡Kaspar! —No pronunciaba las palabras. Las siseaba—. Vete a Varn’s Point. Hablaré contigo allí. —Entonces se volvió hacia mí—. No toque a mi hijo de nuevo, señorita Lee, o me aseguraré de que no vuelva a oír los latidos de su corazón. ¿Está claro? —Cuando no respondí, gritó—: ¡Contésteme! —Asentí tratando de reprimir las lágrimas—. No es una estúpida. Sabía que no debía implicarse con ninguno de mis hijos. Lo sabía. —Sus labios se convirtieron en una única línea fina—. Este es el fin de su libertad, señorita Lee. El fin. Y como símbolo de ese final, creo que hemos encontrado el perfecto sacrificio para Ad Infinítum. ¿No cree?

Kaspar hizo un sonido de desaprobación y levanté la cabeza. Él se quedó callado de inmediato y me sostuvo la mirada con tal intensidad que me dejó sin respiración. Y entonces desapareció. Una vez más.

—Puta —susurró una voz.

Lyla, agarrada de la mano de Fabian, estaba de pie frente a mí con una sonrisa petulante ensuciándole el rostro. Se aferró a él, que se negaba a mirarme… Pero cuando Lyla le dio un codazo le oí murmurar una sola palabra:

—Zorra.

Todos me odiaban.