KASPAR
—¡Violet! ¡Despierta de una vez! —gritó Fabian al tiempo que se inclinaba hacia su cuerpo flácido y le daba una bofetada en la mejilla. Levantó la mano para volver a golpearla cuando ella abrió los ojos y comenzó a escupir agua por la boca. Atisbé su carnoso paladar y sus dientes. No tenía colmillos afilados. Fabian dio un salto hacia atrás y apartó la mano. Pero yo me adelanté y acabé el trabajo por él. Mi puño dio en su piel con un satisfactorio restallido y su mejilla se puso de color rojo sangre.
Fabian se volvió hacia mí con los ojos oscurecidos. «Kaspar», rugió en mi mente.
Me encogí de hombros y me aparté el flequillo chorreante de la frente.
—Sólo quería asegurarme —le contesté en voz alta.
A Violet se le transparentaba el vestido y recorrí su cuerpo con la mirada sin dejar de preguntarme qué había hecho yo para merecer que un espécimen tan deseable se cruzara en mi camino. Fabian, con su conciencia merodeando por los límites de la mía, se quitó la chaqueta y se la puso a la chica sobre los hombros en cuanto esta se incorporó.
Pero ella también se percató de mi mirada.
—Oh, Kaspar, mi héroe —dijo entre jadeos y con la voz teñida de sarcasmo.
—Pues sí, y tú eres la damisela en apuros —repuse con el mismo tono sarcástico. A continuación, me quité la camiseta mojada.
—Ese es todo el agradecimiento que vas a obtener de mí, así que te sugiero que lo aceptes —murmuró. Estaba claro que creía que no iba a darme cuenta de la mirada que le había lanzado a hurtadillas a mi pecho. La ignoré y les grité a Cain y a los demás que iniciaran el camino de regreso. Dos de nosotros deberíamos bastarnos para manejar a una chica humana medio ahogada, aunque fuera un poco guerrera.
Fabian le ofreció una mano y Violet se puso en pie sólo para volver a caerse. Me di cuenta de que se le desenfocaba la mirada; tenía los ojos de un color muy raro para una humana. Fabian la sujetó y yo me acerqué a ellos con un suspiro de resignación, pues pensé que tendría que llevarla en brazos. Su mirada volvió a enfocarse y a nublarse de nuevo cuando se revolvió y se escondió aún más entre los brazos de Fabian.
—Llévala tú —le dije, pensando que así sería menos probable que montara un escándalo.
Fabian le susurró unas cuantas palabras al oído y la cogió en brazos. Como no podía ser de otra manera, Violet siguió sus instrucciones al pie de la letra. Levanté una ceja en señal de escepticismo, y Fabian me guiñó un ojo y colocó una mano en la parte trasera de las desnudas rodillas de la muchacha. Me di la vuelta y me interné en las sombras de los árboles.
A mis espaldas, oí que Violet le preguntaba a Fabian por el calamar. Su respuesta fue vaga, tan sólo le ofreció unos cuantos detalles superficiales sobre de dónde había salido y quién nos lo había dado.
A nuestro alrededor, la neblina comenzaba a levantarse, así que podíamos distinguir sin problemas los jardines. Amplié mi mente, picado por la curiosidad, y penetré en la suya. De inmediato, me vi sorprendido por un bombardeo de emociones, de las cuales la primera era el miedo y la segunda la rabia. Las imágenes del agua y de su fobia a nadar se mezclaban con las de Trafalgar Square, que le venían una y otra vez a la mente como si fueran un disco rayado. También me llegaron breves destellos de su familia y amigos. Uno de ellos me llamó la atención: el de un hombre avejentado de entre cincuenta y sesenta años. Me concentré en esa imagen y después me aparté de su mente como si me hubieran dado un puñetazo.
Me detuve y me di la vuelta.
—Nena, ¿cómo te apellidas?
—Lee —contestó—. Ya te he dicho…
—¿Quién es tu padre? —le pregunté con tono autoritario.
—Es un hombre muy poderoso —replicó.
—Deja ya ese rollo de damisela. No te pega para nada —gruñí—. Y además, me apostaría mi herencia a que mi padre podría machacar al tuyo. Pero ¿cómo se llama? ¿A qué se dedica?
Levantó la barbilla en ademán de triunfo.
—Michael Lee, y es el ministro de Defensa.
Intercambié una mirada con Fabian, a quien la muchacha parecía estar a punto de caérsele de los brazos.
—Mierda —dije.
—Esta vez la has liado, Kaspar —rugió Fabian. Sus ojos estaban cambiando y tornándose transparentes, como los míos; aquello traicionaba su estado de preocupación. La chica nos observaba sin disimulo. En cuanto mi mirada se cruzó con la suya, la apartó, y me alegró que, a pesar de su afilada lengua, yo conservara aquel poder sobre ella. Fabian añadió—: Esto no va a gustarle al rey.
«No, claro que no. Y tampoco al consejo».
No dije nada y volví a echar a correr a toda prisa hacia la mansión. Fabian me seguía a escasa distancia, preocupándose por ella, tratando de colocar el cuerpo de Violet entre sus brazos de forma que no pudiera magullarla.
La carrera me dio el tiempo que necesitaba para que me invadiese el pánico. Mis relaciones con el consejo ya estaban bastante deterioradas. Allí, el voto en contra de mi posición como heredero estaba siempre a un paso de distancia. Introducir en nuestro mundo a la hija de un hombre con un cargo tan alto en el gobierno, y por lo tanto violar multitud de tratados, entraba sin duda en la categoría de pecado.
«¿Por qué no la habré matado sin más?»
Cuando Fabian llegó a mi altura, la agarré de inmediato por la muñeca y la arrastré escalones arriba. Se estremeció de dolor y se resistió ligeramente. Entonces recordé sus pies destrozados. Con un suspiro de resignación, tiré con más fuerza de ella.
—¿Qué estás haciendo? —exigió saber. Clavó los pies en el suelo y se negó a avanzar a pesar del obvio malestar que aquello le provocaba.
—Salir de este lío —contesté, aliviado al ver a mi hermana Lyla esperando al pie de la escalera interior.
—¿Crees que podrías salir de esta sin arrancarme la muñeca?
Mis pasos eran más cortos que de costumbre, pues titubeaba un poco. Me vi sorprendido por una repentina admiración hacia la facilidad con la que aceptaba nuestra existencia, mezclada con una enorme exasperación por su osadía. «Esta chica no se rinde jamás».
Lyla —mucho más irritante de lo que podría serlo jamás cualquier humana calada hasta los huesos— frunció el entrecejo, un gesto especialmente efectivo en su rostro, que parecía el de una muñeca. Cogió a Violet por la muñeca sin dirigirle palabra y se centró en mí:
—Esta vez sí que la has fastidiado, hermanito —refunfuñó.
Violet levantó la mirada hacia mi hermana, que le sacaba una cabeza y era más delgada, totalmente fascinada. Lyla la ignoró. Era consciente del efecto que causaba sobre ambos sexos. «Diviértete con tu puñetera guerra humana», terminó mi hermana en mi cabeza. Luego comenzó a subir la escalera con la hija de Michael Lee a remolque.
No me preocupaba ninguna guerra. Era bastante improbable que sobreviviera para verla, teniendo en cuenta cómo la rabia del rey avanzaba por el vestíbulo en dirección a mí.
Fabian le dedicó una reverencia muy pronunciada con los ojos cerrados y las manos a ambos costados.
—Majestad.
Me enderecé y me puse las manos a la espalda mientras intentaba mirar hacia cualquier punto que no fueran aquellos ojos grises que pretendían traspasarme. Alegar que no sabía cómo se llamaba aquella chica no iba a funcionar, así que acepté la tormenta que se cernía sobre mí con todo el entusiasmo que fui capaz de reunir.
—Buenos días, padre. He traído el desayuno.