KASPAR
«Le has contado demasiado, Kaspar», me advirtió Fabian en mi cabeza, claramente disgustado.
«Te pareces a mi padre», le repliqué.
«Cuanto más le cuentes, más daño le haces. Y estoy bastante seguro de que ninguno de los dos queremos eso».
«No sé lo que quiero, Fabian. Pero me ha hecho una pregunta y le he dado una respuesta. Tampoco es que le haya contado lo de los sabios, ¿no? Sólo he mencionado Athenea».
Fabian suspiró mentalmente.
«No le hagas daño, ¿vale? Es frágil. Y no me refiero sólo a los daños físicos».
La sangre me hirvió en las venas.
«¿Te piensas que no lo sé? ¿Crees que le haría daño?»
A través de nuestra conexión, pude sentir que meditaba cuidadosamente su respuesta. Cuando al fin habló, lo hizo con tristeza.
«Hubo un tiempo en el que ni siquiera me lo habría planteado pero, tras estos dos últimos años, no puedo estar tan seguro».
El dolor me invadió de inmediato. La imagen de mi madre irrumpió en mi mente y su risa gozosa retumbó en mis oídos.
«No metas la muerte de mi madre en esto. Y además, tampoco es que tú puedas hablar mucho. ¡Tú le haces daño a Violet sólo con ir tras ella!»
«Lo dices como si tú no fueras igual de culpable», se mofó.
«Es que no lo soy», contesté perplejo.
«Entonces tal vez deberías analizar tus propios sentimientos —me espetó Fabian—. No te pienses que no me he fijado en cómo te comportas con ella. Flirteas, la seduces y pasas más tiempo con ella que con cualquiera de nosotros», soltó enfurecido.
«¡No es así! —protesté—. No sé de qué estás hablando. ¡Así que sal de una puñetera vez de mi cabeza!»
Su cuerpo frágil se volvió hacia mí. Imitaba mi expresión ceñuda, pero no apartaba la mirada de mis manos, que se aferraban cada vez con más fuerza al volante. No sabía de qué estaba hablando Fabian. Yo no sentía por Violet lo mismo que él. Pero sí estaba seguro de una cosa: no la veía del mismo modo que hacía tres meses.
«Le has contado demasiado, Kaspar».
Una expresión de sutil preocupación que ya me resultaba familiar le cubrió el rostro cuando se dio cuenta de que mi gesto de mal humor sólo podía significar que estaba ocupado con otra cosa. Y así era, pues una nueva oleada de falta de confianza en mí mismo me asedió, un sentimiento que sólo las palabras de mi padre podían provocarme.
«Sólo he contestado a sus preguntas, nada más».
Suspiré al decirlo, no me cabía duda de que él no era el único que estaba escuchando mis palabras.
«Ha hecho algo más que contestar a sus preguntas, jovencito», dijo una tercera voz que reconocí como nada más y nada menos que la de Ll’iriad Alya Athenea, rey de Athenea.
«Genial. Simplemente genial». Así se confirmó la sospecha de que mi padre permitía espías, y sólo por un respeto que conseguí reunir a regañadientes, contesté con un «su majestad».
«Príncipe Kaspar —contestó con el mismo tono condescendiente—. ¿Puedo preguntarle si conoce las consecuencias de sus actos?»
Suspiré mentalmente, exasperado, preguntándome cómo era posible que Fallon tuviera un punto de vista tan diferente del de su padre respecto a mantener a Violet en la ignorancia.
«Por supuesto».
Otra voz que no reconocí nos interrumpió, y aquello me obligó a pensar que todos los asistentes a la reunión podían oírme. Casi instintivamente, mi cabeza comenzó a cerrarse y a esconder en el fondo de mi subconsciente todos mis secretos.
«Entonces dígame, alteza, si era consciente de las consecuencias, ¿por qué le ha revelado todo eso?»
La rabia volvió a hacer que me hirviera la sangre.
«No le he revelado nada de las dimensiones. Pero se lo contaría si pudiera. Merece saberlo».
Un hilo distinto y poderoso se abrió camino en mi mente. Reconocí la presencia de mi padre.
«¡Kaspar!», bramó.
Con una sonrisa de arrogancia, continué. No tenía paciencia para con ellos y su mezquina política.
«No podéis escondérselo todo para siempre. Es curiosa por naturaleza, y eso tampoco lo podéis cambiar. Si le ocultáis la verdad, nos odiará, y la necesitamos a nuestro lado, sobre todo si la Profecía se hace realidad y Michael Lee consigue su excusa».
Sentí que mi padre echaba humo, y que su rabia iba a desbordarse.
«Kaspar, ¿cómo te atreves? Discúlpate».
«No, no voy a disculparme por decir la verdad».
No me disculparía simplemente por ir en contra del cómodo statu quo que había acordado el consejo interdimensional.
«Retíralo, o de lo contrario…», siseó.
Sabía que estaba tirando de una cuerda que ya estaba bastante tensa, pero no parecía ser capaz de ponerme freno a mí mismo.
«¿O de lo contrario, qué? Sabes que lo que estoy diciendo es de sentido común. Pero eres incapaz de aceptarlo. Mi madre estaría avergonzada de ti».
Mi padre rugió, un rugido que no quedaría confinado a nuestras dos mentes, sino que se oiría en cualquier mente que estuviera en Varnley o a tres kilómetros a la redonda de la finca. Finalmente me habló sólo a mí:
«Desde mañana al mediodía no volverás a tocar a esa chica, Kaspar. Ni un mordisco, ni un dedo, nada».
Abrí mi mente y me aseguré de que todos los presentes en la reunión me oyeran.
«¡Que os jodan!»
Sentí que la sorpresa se extendía por la reunión. Incluso Violet, humana y desvalida, se enderezó en su asiento, con los ojos muy abiertos y alerta.
Tras recorrer el camino de entrada de la casa de Charlie, donde habíamos quedado en reunirnos, apagué el motor. Me volví hacia ella, que estaba mirando por la ventanilla, y alargué los brazos para estrecharla entre ellos.
—Bienvenida de nuevo a Londres, Violet.