VIOLET
Mi mirada quedó atrapada en la suya durante un instante y el grito dejó de brotar de mis labios, cada vez más secos. Luego la bajé hacia el cadáver de la mujer que descansaba en los brazos de uno de sus cómplices, que observaba a Thyme con una sonrisa enajenada que dejaba a la vista sus colmillos teñidos de rojo. La niña no paraba de mirar a la mujer, y entre la sangre pude distinguir con vaguedad un uniforme blanco y negro, completado con un delantal y unos puños de encaje.
—¡Tata Eve! —vociferó Thyme con los ojos de color esmeralda a punto de salírsele de las órbitas y las lágrimas rodando sin control por sus mejillas.
—¡Oh, Dios mío! —exclamé al atisbar por primera vez la cara de la mujer. Tenía el cuello agujereado y la sangre manchaba su piel de porcelana y su ropa blanca. De vez en cuando, una gota le resbalaba por la mano, que colgaba inerte en dirección al suelo. Sentí que la bilis ascendía por mi garganta y me la tragué.
Sin volverme, empujé a Thyme para que se colocara justo detrás de mí; quería ocultarla de la atrocidad que se mostraba ante nosotras.
—Caníbales —le escupí a la figura enmarcada por el sol poniente.
Aquello sólo le hizo reír con más fuerza.
—Eso díselo a tu pequeño salvador de ahí detrás.
Hizo un gesto con la cabeza hacia el otro lado de la habitación, y eché un vistazo por encima del hombro, aunque tratando de no apartar del todo la mirada de Ilta. Allí, en la esquina de la habitación, estaba Kaspar, y los miembros del consejo comenzaron a entrar a la carrera en el vestíbulo. El príncipe temblaba visiblemente, sus puños apretados se estaban tornando morados, y la rabia circuló por sus venas hasta ponerle los ojos negros. Alguien le puso una mano con firmeza sobre el hombro, era Ashton, conteniéndolo. Otro vampiro que no reconocí se acercó para ayudarlo.
—Ilta Zech Valerian Crimson, segundo hijo de lord Valerian Crimson, conde de Valaquia, por la presente se le acusa del ataque e intento de violación de una humana bajo la Protección del Rey y de la Corona y deberá aguardar el juicio bajo pena de muerte. Desde este momento, queda privado de cualquier derecho que le corresponda a un vampiro bajo las leyes y los tratados de los seres oscuros. Además, me reservo el derecho de desterrar a su familia de la corte real —declaró el rey en toda su amenazadora gloria mientras, lentamente, se acercaba hacia donde estábamos Thyme y yo.
Otros seis vampiros se adelantaron, recelosos de los tres que permanecían ante ellos.
Ilta también dio un paso al frente.
—Vladimir… ¿Puedo llamarte así ahora que ya no tengo ningún derecho? Yo lo veo justo. —Sonrió con arrogancia—. ¿De verdad esperas que me quede callado? No guardaría silencio aunque este fuera mi último aliento. —Me recorrió el cuerpo con la mirada descaradamente, deteniéndose en las cicatrices que con tanto placer me había provocado. Suspiró—. Es una pena que destrozaran una cosita tan bonita, que tal vez algún día sea una cosa bella, ¿no creéis?
«Destrozada…»
—Morirás por lo que le has hecho —gruñó Kaspar a mis espaldas.
—Sé que así será, Kaspar. Esa es la razón por la que he llegado a la conclusión de que, si debo morir por una criatura tan patética, bien podría lograr lo que pretendía hacer en un principio.
Apenas tuve tiempo de gritar antes de que se abalanzara sobre mí, con la boca abierta de par en par y la mirada clavada en mi cuello. Sentí que alguien arrancaba a Thyme de mis piernas.
Pero el dolor no llegó.
Sobre el suelo polvoriento del camino de entrada, rodaban dos borrones, Ilta y Kaspar, ambos tratando de alcanzar el cuello del otro, intentando frenéticamente vencer a su adversario. Los dos vampiros que acompañaban a Ilta acabaron en el suelo con Fabian y Cain encima, luchando por respirar, pues su envergadura no servía de nada ante la velocidad de los vampiros más jóvenes. El cuerpo de la niñera quedó tirado en el suelo, olvidado, aún rezumando sangre.
Aparté la mirada cuando la sangre comenzó a salir a borbotones de los corazones de los cómplices de Ilta, el miedo grabado para siempre en sus rostros, y me encontré observando a unas veinte criaturas sedientas de sangre, todas con los ojos rojos, todas relamiéndose los labios, todas intensamente concentradas en el baño de sangre que se desplegaba ante nosotros. Unos cuantos inhalaron el nauseabundo olor que flotaba en el aire y rugieron y escupieron cuando el hedor les abrasó la garganta. Aun así se contuvieron.
Es decir, hasta que Kaspar bajó los colmillos hacia la garganta de Ilta y le abrió el cuello en dos de un desgarrón. Grité mientras le arrancaban a Ilta los tendones y los músculos del esqueleto, un monstruo tras otro lanzándose sobre su cadáver desfigurado. Una sola uña bastó para abrirle el estómago, y los vampiros se agacharon para beber la sangre de sus órganos como si fueran despojos. Cerré la boca con fuerza, pero no dejé de tener náuseas.
Thyme echó a correr, pero no antes de que yo le agarrara la mano e hiciera un gesto de negación con la cabeza. Pero cuando se volvió hacia mí, abrió su diminuta boca y me mostró sus colmillos de alfiler. Husmeó el aire y tiró de mi mano tratando de liberarse para ir hacia los cadáveres. De pronto, se dio la vuelta y me clavó los colmillos en la palma de la mano. Di un grito y aparté la mano para frotarme las dos incisiones. Thyme se fue a toda prisa, con su vestido agitándose tras ella contra sus tobillos. Se detuvo delante del cuerpo de su niñera.
Lo contempló durante un instante antes de cogerle una mano entre las suyas y llevársela a los labios como si quisiera darle un último beso de despedida. En lugar de eso, le agujereó la carne y comenzó a libarle la sangre a la mujer a través de la muñeca, sorbiéndola como mamaría un bebé.
En aquella ocasión ya no fui capaz de controlarme y me doblé sobre mí misma cuando la bilis manó de mi boca haciendo que me ardiera la garganta y que me escocieran los ojos. Mis lágrimas seguían cayendo.
«Quería a Ilta muerto, pero no de esta forma».
El estómago se me contrajo una última vez y me sequé la boca con cuidado. Aún sentía arcadas, pero tenía el estómago vacío.
Levanté la mirada para ver a Kaspar deshaciéndose de lo que había sido Ilta, ahora ya sólo trozos de carne adheridos a los huesos. Los órganos yacían sobre un charco de sangre que iba oscureciéndose poco a poco. Habían desgajado los pechos de los hombres y estaban hurgando en el cadáver de la niñera en busca de órganos que tal vez todavía contuviesen algo de la preciosa sangre.
—Nunca mereciste el nombre de vampiro, Ilta Crimson.
Los huesos de Ilta repiquetearon al caer sobre la gravilla del camino manchado de sangre. No podía apartar la mirada de lo que había al otro lado de las puertas de aquella mansión llamada Varnley, paralizada, horrorizada. Entonces Kaspar se fijó en mí. Tenía la camisa manchada de sangre y desgarrada, contaminada por los vampiros que acababan de afirmar que no se merecían aquel nombre.
Continuamos mirándonos mientras se apartaba de la frente el pelo apelmazado por la sangre. Tenía la respiración agitada, pero ni una sola gota de sudor perlaba su rostro. Estrechas volutas de humo negro comenzaron a invadir el aire apestoso cuando los vampiros empezaron a quemar los restos de los cuatro cadáveres.
Una única gota de sangre resbalaba por uno de sus colmillos, y yo me tambaleé. Me temblaron los párpados y tan sólo alcancé a ver la cara preocupada de Kaspar antes de que se cerraran. Me desplomé en el suelo para aterrizar en un charco de mi propio vómito mientras mi conciencia se alejaba en espiral de la escena. Acababan de recordarle la barbarie de la que eran capaces aquellas criaturas llamadas vampiros.
—¡Parad! ¡Parad!
Los vampiros no son criaturas amables y cariñosas. No está en su naturaleza cambiar o adaptarse para aceptar a otros. Su amor no es lo que los humanos llamarían amor, y la lujuria los consume a un nivel que nunca comprenderemos. No se hacen viejos como nosotros, sino que envejecen como lo hace la piedra: se marchitan gradualmente, perecen lentamente, tan despacio que es imperceptible. Pero al final, la piedra es un elemento eterno, como lo son ellos.
—No os acerquéis a mí.
Mis palabras taladraron el silencio mientras varios pares de ojos me seguían. Me hice un ovillo sobre el antepecho de la ventana. Me sentía como si me estuvieran sometiendo a un interrogatorio… Dicho sea de paso, no era yo la que había cometido el crimen.
—¿Por qué te estás comportando así?
Resoplé, algo a medio camino entre una carcajada y un suspiro.
—Me ha impactado verlo. No me entendáis mal, me acuerdo de lo de Trafalgar Square… Simplemente es que no me esperaba que fueseis capaces de hacerles eso a los de vuestra propia especie. Y ahora que todos parezcáis tan poco afectados por ello… es antinatural.
—Bebemos la sangre de nuestra especie, Violet. Ilta se merecía todo lo que le hemos hecho. Pero admito que hemos perdido un poco el control. La verdad es que no sé por qué ha pasado…
Fabian se volvió y miró a los dos hermanos Varn, que tenía a su espalda, ambos con los brazos cruzados y lanzándome miradas escépticas. Echó a andar hacia mí, pero sentí que Lyla me estaba observando con frialdad y me quedé sin respiración.
Pero justo al lado de Lyla estaba Kaspar, cuya mirada saltaba de uno a otro cargada de bendita ignorancia.
Fabian dio otro paso hacia mí y cerré los ojos, mientras volvía la cabeza tratando de evitar las inminentes lágrimas.
—Te he dicho que no te acerques a mí, Fabian.
Debió de detenerse, porque el aire que me rodeaba continuó estando caliente. Respiré hondo.
—Mantente alejado. Mantente lejos de mí.
—¿Qué?
—Hazlo.
Enterré la cabeza entre los brazos, negándome a mirar. Se produjo un movimiento rápido y después el silencio. Con cautela, levanté un poco la cabeza y atisbé a través de la cortina de mi pelo. Lyla le había pasado un brazo consolador por los hombros a Fabian y le estaba susurrando algo al oído. Su rostro estaba magistralmente cubierto de falsa preocupación y hacía gestos de desaprobación, señalándome con la cabeza. Después, se lo llevó de la habitación. Cuando pasó por delante de mi cama lanzó una mirada hacia atrás. En sus labios apareció un minúsculo rastro de sonrisa petulante. Volví a bajar la cabeza a toda prisa, pues no quería que me sorprendiera mirando. Cerraron la habitación de un portazo y la indiferencia que había tratado de aparentar desde que había recuperado la conciencia no hacía siquiera una hora desapareció. Me encogí aún más sobre el frío antepecho.
—¿Por qué? —suspiré en el silencio que se hizo.
—¿Por qué? Dímelo tú.
Di un respingo, sobresaltada. Kaspar estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho y ocultando la parte de su torso que dejaba ver su camisa desabrochada. La rabia que irradiaban sus ojos le ensombrecía el rostro.
—Lo que le hemos hecho a Ilta no te ha asustado lo más mínimo, ¿verdad? —Hice un mohín y agité la cabeza—. Sólo te ha dado asco —continuó. Asentí—. Y ese asco es sólo parte del motivo por el que no dejas que Fabian se te acerque, ¿verdad?
Se me heló la sangre. Sentí que aquel era un territorio peligroso.
—No.
Kaspar suspiró.
—¿Por qué disfrutas mintiéndome, Violet?
Seguía con los brazos cruzados, y echó la cabeza a un lado para apartarse el pelo de los ojos.
Me tomé un minuto para reflexionar la respuesta y, no tan desafiantemente como me habría gustado, repliqué:
—No estoy mintiendo.
Parpadeé, y ya estaba delante de mí. Me echó el cabello hacia atrás hasta que mi mejilla izquierda apareció ante su vista. Intenté darme la vuelta, pero me puso una mano en la nuca y lo impidió. Despacio, trazó el contorno del arañazo ya medio curado que la adornaba.
—Y entonces ¿cómo explicas esto?
—No es más que un arañazo, nada importante.
Frunció el entrecejo y la frente se le cubrió de arrugas. Apartó un poco la cabeza y tiró de la mía hacia atrás. Sentí que mi cuello se tensaba hasta que oí un clic.
—Bien, ¿vas a decirme cómo te hiciste eso o tendré que utilizar otros medios para conseguir la información que deseo?
Fruncí los labios y bajé la mirada al suelo sin decir una sola palabra. No me gustaba cómo había sonado lo de «otros medios», pero tampoco podía contarle lo del beso de Fabian o la amenaza de Lyla.
Me acarició los labios con un dedo. De inmediato me alejé de su roce, frío e inusualmente suave.
—Entonces ¿será por otros medios?
—¿Por qué es tan importante para ti? —le espeté, pegándome contra la ventana húmeda, lo más lejos posible de él.
Levantó la mirada al techo.
—Tal vez tan sólo me pregunte por qué mi hermana, mi mejor amigo desde la cuna y mi rehén actúan de una forma tan extraña.
Se acercó un poco y me puso dos dedos en la sien, al principio con ternura, después con firmeza. Cerró los ojos. Los míos se abrieron como platos cuando me di cuenta de lo que pretendía hacer.
De manera apresurada, levanté unas gigantescas barreras en torno a mi mente para esconder cuanto pude. Me concentré en el frío de la ventana, en la condensación de la habitación, en el sonido del viento que zarandeaba los cristales. En la respiración estable de Kaspar mientras luchaba contra mis defensas y en su expresión dolorida, en su frente arrugada a causa de la concentración. En su camisa oscura, sólo abrochada a medias, que dejaba entrever el pecho lampiño que se escondía debajo.
«Ciérrate, ciérrate», le dije a mi mente.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando un dolor punzante palpitó en mi cabeza, mil veces peor que la más dolorosa migraña. Se me debilitaron las piernas y me llevé las manos a la cabeza, desesperada. El dolor se diluyó en la nada. Kaspar me quitó los dedos de la sien y me miró con desdén.
—La privacidad es un privilegio que yo te concedo, Nena, no algo que tengas por ti misma. Y ya sé que estoy bueno, no tienes por qué mirarme así.
Le dediqué una mueca de enfado.
—Pero no eres capaz de entrar en mi mente, ¿verdad?
Se agachó para ponerse a mi nivel.
—Oh, claro que sí.
En aquella ocasión no se molestó en mirarme a los ojos o en cerrar los suyos siquiera. El dolor volvió a taladrarme la cabeza, aunque remitió rápidamente, y me quedé paralizada, incapaz de moverme mientras me concentraba en ocultar en sus respectivas cajas lo que sabía que mi padre había hecho y mis sueños.
Sacrifiqué el resto, y las imágenes comenzaron a destellar ante mis ojos, sobre todo las de las últimas semanas: aprender a bailar, el baile, Ilta, Kaspar bebiendo mi sangre, Fabian…
—Os besasteis.
Clavé la mirada en la alfombra, me negaba a enfrentarme a la suya. Me colocó una mano bajo la barbilla y me levantó la cabeza hasta que no tuve más remedio que contemplar sus ojos.
—Os besasteis —repitió. Mi rostro debió de revelarle mi culpa, porque apartó la mano e hizo una mueca de asco con los labios—. Cría estúpida.
A aquellas alturas ya ni siquiera me quedaba dignidad para intentar defenderme, así que me limité a permanecer allí sentada, mirando sin ver.
—¿Y Lyla está celosa y amenaza con descubrirte? —Como respuesta, hice un mohín—. Si mi padre lo supiera… —murmuró para sí mientras comenzaba a pasear inquieto por la habitación.
Al final, se volvió hacia la puerta.
—¿Adónde vas?
Se detuvo y se dio la vuelta con brusquedad y una mirada acusadora en los ojos.
—¡A arreglar esto! Hablaré con Lyla, pero Fabian es cosa tuya.
Sin más, salió de la habitación y me dejó allí sentada, sin tener muy claro qué acababa de ocurrir.