KASPAR
La brisa me revolvió el cabello cuando me apoyé contra la barandilla de piedra del balcón. «No debería haberlo hecho. Ha sido estúpido… tonto… irracional».
Casi sonreí al darme cuenta de que hablaba igual que mi padre. Tal vez sus sermones hubieran dado resultado. Pero el hecho de que admitiese que era un idiota de primera no significaba que pudiera hacer desaparecer lo sucedido.
Las comisuras de mis labios descendieron y suspiré. Las cosas habrían sido más sencillas si la hubiera matado en Trafalgar Square… mucho más sencillas. Pero por algún motivo no podía arrepentirme de mi decisión.
Seguía sin saber por qué había actuado de aquel modo aquella noche. Lo adecuado habría sido matarla, beberme toda su sangre y depositar sus restos en algún lugar discreto. Al igual que hicimos con los cazadores aquella noche. No deberíamos haber dejado huellas, pero lo hicimos. Yo lo hice.
Volví a suspirar, frustrado conmigo mismo. Mi padre se había puesto furioso, más que furioso, cuando lo descubrió. Tan furioso que nos había confinado a los seis en Varnley durante dos meses. Por supuesto, yo ya había desobedecido aquella orden un millar de veces, pero él no tenía por qué saberlo.
«¿Por qué la dejé vivir aquel día?» Tal vez fuera por su piel pálida, resplandeciente bajo el brillo de las farolas, tan parecida a la nuestra mientras permanecía allí sentada, perpleja cuando me volví hacia ella al captar su seductor aroma en el momento en que cambió el viento. O quizá fueran sus ojos de color violeta, un color muy raro para una humana, aquellos ojos que se abrieron como platos cuando su mirada recayó sobre la carnicería que habíamos hecho. Puede que fuera su actitud. Incluso ante la amenaza de la muerte, había conservado el sarcasmo. O tal vez fuera sólo la idea de tener a una humana por aquí… un juguete y una fuente constante de alimento.
Hasta yo podía admirar la fuerza de Violet. Había mantenido la compostura pese a todo; incluso después del criminal acto de Ilta, había sido capaz de conservar su lengua afilada, de enfrentarse a Fabian y de seguir adelante. Pero lo que acababa de experimentar me ponía nervioso. Había sido un atisbo de otra cosa, de algo no tan fuerte.
Golpeé la palma de la mano contra la piedra y gruñí. Unas nubes oscuras ocultaron la luna y comenzó a llover, lentamente al principio, pero más fuerte a cada momento.
Suspiré y volví adentro, pero no antes de mirar por las ventanas en penumbra de Violet. Sabía que Fabian estaba allí.
Cerré las puertas silenciosamente a mi espalda, ajusté el cierre y eché las cortinas. Me dirigí hacia la cama y cogí un papel del cajón de mi mesilla de noche.
No solía darles demasiado valor sentimental a las cosas, pero el fragmento de papel manchado por las lágrimas que sujetaba entre los dedos significaba más para mí que la inmortalidad.
Me senté en la cama y bajo la mirada vigilante de los ojos esmeralda de mi madre y los grises acerados de mi padre, leí en silencio la primera línea. Su retrato se cernía sobre mí, dominando la repisa, un recordatorio constante de tiempos más felices.
«Mi querido y amado hijo Kaspar…»
No volví la hoja. No pude volver la hoja.