VIOLET
—Ilta, ¿qué estás haciendo aquí? —Me acerqué para intentar distinguirlo mejor, puesto que él permanecía inmóvil a dos pasos de distancia de mí—. ¿Ilta? —lo llamé en voz baja una vez más.
Continuó sin moverse, y agité una mano delante de su cara. Parecía estar sumido en una especie de trance, con los ojos vidriosos y ciegos.
—¡Ilta! —repetí con más energía.
De repente él torció la cabeza, y yo retrocedí ante aquella contorsión antinatural. Su cuerpo despertó y estiró un brazo a toda prisa, un borrón en la oscuridad, para agarrarme por la muñeca. Ahogué un grito. Un escalofrío me recorrió la piel del brazo, superó el hombro y alcanzó el corazón, que se negaba a reducir el alterado ritmo de sus palpitaciones. Su piel gélida abrasó la mía. Intenté liberarme de su firme presa, pero no tenía fuerzas.
—¡Ilta!
Intenté liberarme de nuevo, pero sólo conseguí que me constriñera aún más la muñeca. Sentí que la sangre dejaba de circularme por la mano y la vi marchitarse y perder la fuerza.
—Lo siento, querida Violet, no estaba centrado. Sumido en mis sentidos, podría decirse —ronroneó tras humedecerse los labios de saliva.
Oí un débil olfateo y recé para que mi volátil corazón se calmara. Se detuvo para observarme, y me vi forzada a mirarle a los ojos. Había desaparecido el azul oscuro. Los tenía rojos.
Cogí aire con dificultad, con los ojos como platos, y di un paso atrás para alejarme de su rostro rugiente y siseante. Volvió a aproximarme a él tirándome de la muñeca.
—No, cariño. No te irás a ninguna parte. —Me apretó contra su pecho antes de agacharse y colocarme una mano detrás de las rodillas para doblármelas. Caí sobre sus brazos. Un segundo después, sentí que un aire helado me golpeaba las mejillas, y supe que estaba escapando de Varnley… Hacia dónde, no lo sabía. Cerré los ojos para evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos. Sólo entonces se me pasó por la cabeza gritar. Y lo hice. Proferí un horrendo, terrible, escalofriante grito que atravesó la noche.
Pero no valió de nada. Nadie lo oyó y nadie acudió.
Algo afilado me rozó la piel de la mejilla y la separó de las capas más profundas a las que estaba sujeta. Abrí los ojos de golpe y vi que una zarza me arañaba la piel. Hice un gesto de dolor cuando la sangre comenzó a manar de la herida. Intenté levantar la mano para secármela, pero descubrí que la tenía inmovilizada. Bajé la mirada y vi que la tenía atrapada entre mi propia cadera y el pecho de Ilta. Intenté doblar los dedos pero no sentí nada.
—¿No deseas resistirte, dulce niña? ¿No deseas alejarte? —preguntó Ilta inclinándose sobre mi rostro.
Abrió un poco la boca y vi sus colmillos afilados, curvados, letales cuando los posó sobre su labio inferior. Cuando la abrió aún más percibí su fétido aliento y el olor salado de la sangre seca. Arrugué la nariz y me aparté.
—Eres más fuerte que yo, así que ¿qué sentido tendría? Y utiliza un poco de enjuague bucal —le solté, decidida a luchar al menos con las palabras.
—Veremos si dentro de un rato piensas igual —replicó.
Se acercó más a mi cara y, sacando la lengua, me lamió la sangre del corte. Extrajo hasta la última gota. No pude evitar cerrar los ojos cuando sus labios siguieron la línea de mi mandíbula hasta detenerse sobre mi cuello. Respiró hondo y sentí que se estremecía. Una de sus manos fue al encuentro de sus labios y con los dedos trazó un lento camino hasta mis pechos. Los introdujo en el pliegue que los separaba y apreté los dientes.
Volvió a inspirar profundamente una vez más antes de, tembloroso, soltar el aliento contra mi piel.
—¡Joder! Ya no puedo esperar más —siseó.
Sin más aviso que aquel, me dejó caer sobre el suelo duro. Se produjo un chasquido horroroso cuando mi brazo dormido amortiguó mi caída debajo de mi espalda. Grité de dolor, pues recuperé la sensibilidad de inmediato. Apenas tuve tiempo de darme cuenta de que reconocía vagamente aquella densa área del bosque, sobre todo el cercano edificio de piedra cubierto de hiedra, antes de que Ilta se acuclillara para ponerse a mi altura.
—Ha llegado la hora de divertirse un poco, ¿no crees?
Me agarró por el corpiño con brusquedad y me lanzó contra un árbol próximo. La corteza me magulló la espalda desnuda al rasgarse el satén de mi vestido.
—¡No me toques, monstruo! —grité, tras reunir hasta el último gramo de valor del que disponía para pronunciar aquellas palabras.
—Vaya, ¿y por qué no iba a tocarte? Es mi deber asegurarme de que mueres antes de que llegues a consumar tu destino. —Se echó a reír y levantó los brazos para señalar la inmensidad del bosque—. Mira a tu alrededor, Violet. ¿Qué ves? ¿Qué más hay, aparte de árboles? He ahí la razón, amor mío. Puedes gritar todo lo que quieras, pero estás a kilómetros de distancia de cualquier persona. Nadie te oirá. Puedes correr, pero te cogería en seguida. O simplemente podrías rendirte a mi poder y aceptar que esta triste vida tuya está llegando a su fin. —Se acercó aún más—. ¿Es eso tan difícil? Piénsalo, Violet. ¿Qué podría hacerte volver? Nunca recuperarás tu vida mortal y tu futuro no ofrece más que sacrificio y traición. No tendrás otra opción, Violet Lee. ¿Qué te queda? ¿Qué? ¡Contesta!
Las lágrimas rodaban por mis mejillas y fruncí los labios en busca de una respuesta. Miré el suelo musgoso y observé que mis lágrimas plateadas caían sobre las hojas secas, cubiertas por una gruesa capa de agujas de pino. Cerré los ojos y a continuación los abrí lentamente y levanté la cabeza hasta ponerla a su nivel.
—Lo que me queda es la esperanza.
Entornó sus finos ojos sedientos de sangre hasta que quedaron convertidos en una rendija y rugió:
—¡No, no es así! Debes morir antes de que llegue tu momento, criatura, y me saldré con la mía a la vez que le hago a esta dimensión un gran servicio.
Me agarró del pelo con una mano y tiró de mí. Su cuerpo se estrelló contra el mío y me presionó contra el árbol.
—¡No! ¡Quítame las manos de encima! —vociferé mientras trataba de apartarlo de mí con el brazo sano.
Con la mano que le quedaba libre me agarró aquel brazo y lo quitó de en medio, utilizando sus uñas largas y afiladas para sujetarme. Me atravesaron la piel de debajo de las muñecas y la sangre comenzó a brotar. Con el rabillo del ojo, vi el color carmesí y sufrí una convulsión debida a las náuseas. Ilta abrió la boca y mostró sus colmillos.
—¡No! ¡Por… Por favor, no! ¡No! —supliqué.
—Ya he esperado demasiado —susurró, y me mordió con fuerza en el cuello.
Grité, el pánico escapó de mi boca en forma de chillido cuando el dolor, un dolor intensísimo, irradió de mi cuello, me paró el corazón, me congeló la sangre y nubló mi cerebro.
Sin prisa y saboreando cada sorbo, extrajo gota tras gota de sangre de mi cuerpo casi exánime. La vista me fallaba, se oscurecía como la penumbra del bosque. Mi voz se negaba a funcionar y me ardían los pulmones como si estuvieran quedándose sin oxígeno. Mi corazón luchaba por bombear la menguante cantidad de sangre hacia mis órganos vitales.
Con la misma rapidez con la que había comenzado, se detuvo. Suspiré aliviada, fue el suspiro más leve, más diminuto, que pudiera imaginarse, pero aun así Ilta lo captó.
—No, cariño. No creas que he acabado contigo. Queda mucho para llegar a eso. Sólo quiero que estés consciente y viva para esto.
Me rodeó un pecho con una mano. Recorrió el escote del vestido con las uñas antes de deslizar los dedos por debajo de la tela. Sus intenciones estaban claras.
—No —rogué mientras sacudía la cabeza y el cuerpo, intentando liberarme de su peso—. ¡No, por favor!
—Cuando estás viva para sentir la vergüenza, Violet Lee, para sentir que te están violando, es mucho más divertido, ¿sabes? —Me acercó la cabeza a la oreja y me mordió el lóbulo. Después, tiró un poco de él—. Pero no te preocupes, continuaré cuando estés muerta.
—Estás enfermo… —dije en un susurro.
—Lo sé —replicó, y con una uña rasgó mi vestido y mi sujetador. Volví a gritar cuando me clavó las uñas en la carne, y él se rio como si alguien le hubiera contado algo muy divertido—. Te doy las gracias por decírmelo, Violet. Me aburre bastante que me repitan lo amable que soy.
Levantó ambas manos y me pasó sus uñas por todo el torso, desgarrándome el vestido y la piel. Diez largas laceraciones se hundieron en mis pechos, y cada una de ellas dejó un irregular reguero de sangre. Apreté los dientes, me negaba a expresar mi dolor.
Acercó el pulgar y el índice a uno de mis pechos y comenzó a toquetearlo, a apretarlo para que saliera más sangre, y luego me lamió. Traté de retroceder, pero me puso una mano en la espalda.
—Tu sangre sabe muy dulce. ¿Te lo había dicho alguien alguna vez? —se burló con una sonrisa.
No pude contestar.
De pronto, se apartó. Contuve la respiración contra mi voluntad, a la espera de su siguiente movimiento. Estiró una mano, agarró la falda del vestido y la alzó. Oí un desgarrón y me di cuenta de que también la había arrancado. Volvió a apretarse contra mí y noté algo duro contra mi abdomen. Tras obligarme a ponerme en pie, me miró directamente a los ojos. Lo único que vi fue lujuria. Una lujuria ardiente, llameante. Bajó una mano y me la pasó por la parte interior del muslo, recorriéndolo, hasta alcanzar el contorno de mis bragas. Las apartó a un lado y me di cuenta de que se llevaba la otra mano a la bragueta de los pantalones.
—¡Suéltala!
Alguien arrancó su cuerpo del mío, y yo me derrumbé contra el suelo.
—¡Pagarás por esto, Ilta Crimson! ¡Arderás en la hoguera, maldito cabrón!
—¿Y por qué razón, Kaspar? —La voz de Ilta estaba cargada de sorna—. Lamento corregirte, pero ¡es humana! Estoy en mi perfecto derecho de hacer con ella lo que me venga en gana.
«¿Kaspar?»
—Te olvidas de algo. Está bajo la Protección del Rey y de la Corona. Y por esa razón beber de su sangre sin consentimiento es punible con la ejecución. Deberías leer tus libros de derecho, Crimson.
—Mientes… —replicó con un siseo.
Tenía los párpados pegados, pero me forcé a abrirlos para atisbar durante un segundo dos siluetas. Pero aquel esfuerzo hizo que el corazón me flaqueara y se olvidase de latir durante un instante.
—¿Quieres comprobarlo? —oí contestar a Kaspar. Ya no oí más sonidos, pero sentí su aliento sobre mis mejillas y unos dedos presionando las venas de mis muñecas. Debajo de ellos, percibí mi débil pulso—. Has perdido mucha sangre —susurró y, una vez más, me forcé a abrir los ojos.
Distinguí sus iris, que pasaban del verde a un tono claro, incoloro. Me recorría el cuerpo, casi desnudo, con la mirada, para examinar mis heridas. Se quitó la chaqueta y me cubrió con ella antes de levantarme delicadamente del suelo. Sólo entonces sentí todo el dolor que me embargaba. Una áspera bocanada de aire me arañó la garganta y cerré los ojos. Me estremecí tanto a causa de la agonía de mi brazo como del aire helado.
Sentí un suave apretón en la mano herida.
—Aguanta, Violet. No te rindas.
Oía su pánico. Se sumó al mío.
Cuando se lanzó a correr, el aire frío me embistió la piel, pero al cabo de unos minutos volvió a detenerse. Incluso con los ojos completamente cerrados pude adivinar dónde estábamos. La oscuridad resplandecía anaranjada, sentí que la calidez me sepultaba y oí pasos en la gravilla. La luz se tornó más intensa.
«Muere, criatura. Muere antes de que sea demasiado tarde».
El eco de las palabras que mi voz había pronunciado antes resonó en mi pecho y mi corazón flaqueó. Pensé en respirar, pero era un esfuerzo excesivo.
—No cedas, Nena. Hemos llegado demasiado lejos. Quédate conmigo, Violet…
Con el golpe de las puertas, mi corazón volvió a constreñirse, era doloroso, y forzar a mis pulmones a respirar era demasiado.
—¡Abre los ojos, Nena! ¡Soy el jodido príncipe y te estoy diciendo que no puedes abandonar!
Separé los párpados y vi un millar de ojos vampíricos clavados en mí, que continuaba en los brazos de Kaspar. Al fin, la oscuridad me envolvió.
Pero no antes de que oyera un rugido colosal cuando una única palabra salida de los labios del vampiro que me sujetaba reverberó por toda la mansión:
—¡Padre!