23

VIOLET

La verdad era que aquel baile me había resultado demasiado cómodo. Demasiado agradable. No debería haberlo disfrutado. Sobre todo teniendo en cuenta que había bailado con él.

«Él te trajo aquí. No te olvides de eso», me dije.

«Más bien obligada», añadió mi voz, y no pude evitar estar de acuerdo.

Me quedé allí de pie durante un rato, feliz de poder estar a solas con mis pensamientos. Pero Fabian apareció y me interrumpió:

—¿Dónde está Kaspar?

—¿Dónde está Lyla? —pregunté yo casi al unísono. Y nos echamos a reír.

—Kaspar está bailando —le expliqué.

—Lyla me ha dicho que iba a buscar algo de beber —contestó él.

«A buscar algo de beber. Eso me suena».

—¿Así que entonces sólo habéis bailado una pieza?

—Sí. Parecía inquieta —respondió, desconcertado.

Su ignorancia casi me provocó una sonrisa. «De verdad, hombres…»

—No tienes ni idea, ¿no?

Se encogió de hombros.

No podía soportarlo. Tenía que decírselo. Tenía que saberlo.

—A Lyla le gustas.

Esperaba que se le iluminara el rostro, o que sonriese, o al menos que hiciera un gesto que dejase entrever que entendía lo que acababa de decirle. Pero no fue así. Se limitó a quedarse allí, inmóvil, mientras los minutos pasaban.

—¿Fabian?

—Eso complica las cosas —dijo al fin con un suspiro. Después, se desplazó hacia una zona más apartada.

—¿En qué sentido?

Volvió a suspirar y me percaté de que sus ojos se tornaban ligeramente negros.

—No siento lo mismo por Lyla, si es lo que estás pensando. —Dirigió la mirada hacia el salón de baile antes de volverse en dirección a mí. Sus ojos habían recuperado su color habitual, pero brillaban más, estaban más vivos. Eran más imponentes—. Eres muy joven e ignorante. No te culpo por no haberte dado cuenta antes. Pero sé que no sientes lo mismo que yo, así que no permitamos que esto cambie las cosas. Nada en absoluto, ¿de acuerdo?

Me quedé boquiabierta cuando recibí el impacto de lo que Fabian acababa de decir. «A Fabian no le gusta Lyla. Le gusto yo». Asentí sin pensar.

—Pero puede que algún día tus sentimientos cambien. Tal vez cuando te conviertas en uno de nosotros…

—No —susurré—. No, no, no.

—¡Violet, por favor! ¡Escúchame!

—No —repetí. No lo haría. No podría—. E… Estoy cansada, creo que voy a irme a la ca… cama —tartamudeé. Giré sobre mis endebles talones y huí del salón de baile.

—¡Violet! —le oí gritar, pero ya era demasiado tarde. Yo ya había rebasado las puertas y había salido al vestíbulo.

Caminé hacia la puerta de la entrada, que estaba abierta, y tomé una gran bocanada de aire fresco. Contemplé los inmensos jardines, a sabiendas de que sería muy sencillo echar a correr justo en aquel instante.

Pero no iba a hacerlo.

Volví a respirar hondo. «¿Cómo puedo haber sido tan estúpida? ¡Era obvio! ¡Descaradamente obvio! ¿Por qué otra razón podría haberme invitado al baile? Y hace semanas se ofreció voluntario para quedarse conmigo mientras los demás se iban de caza. ¿Fue por el mismo motivo? ¿Y qué hay de los demás? ¿Lo sabían? Seguro que Kaspar sí. Pero ¿lo sabe Lyla? Aunque no le gusto. No puedo gustarle. Sólo cree que le gusto. No me conoce, no me conoce bien», intenté tranquilizarme. Y era verdad. Fabian sólo conocía la máscara protectora que estaba usando para sobrevivir y mantenerme cuerda en aquel lugar.

Noté que los párpados me pesaban y comencé a subir fatigosamente la escalera para encaminarme hacia mi habitación. Sentí varias miradas clavadas en mi espalda cuando algunos de los vampiros atravesaron el vestíbulo, pero no tenía fuerzas para que me importara.

Llegué al piso de arriba y recordé la primera vez que había traspasado aquellas enormes puertas de la entrada. Me pregunté si en algún momento conseguiría hacer el camino de vuelta aún como humana.

«Ignorante».

Durante un instante me planteé cómo sería ser vampiro. Cómo sería dejar atrás para siempre mi naturaleza humana. Cómo sería todo si aquellos fueran mis últimos minutos de vida humana. ¿Podría dejarlo todo atrás?

Parpadeé y un rincón se oscureció cuando una de las lámparas de gas se apagó. Soñolienta, me di la vuelta y no le presté atención. Recorrí los últimos pasos que me separaban de mi dormitorio mientras una lágrima solitaria resbalaba por mi mejilla.

«¿Dónde está la máscara ahora?»

Me apoyé contra la pared, junto a mi puerta, tratando de respirar hondo para no llorar. Debía hacerme más fuerte. Tenía que conseguirlo. Recliné la frente sobre la pared fría y mi respiración se tornó más regular. Algo gélido me rozó el cuello, y el vello se me erizó de inmediato. Fue como una corriente de aire glacial.

Aunque las corrientes de aire frío no gruñen.

Me di la vuelta con el corazón latiéndome a una velocidad imposible. Me aferré a la pared y comencé a buscar el pomo de mi puerta.

Una figura salió de entre las sombras y vi su silueta recortada contra la escasa luz que se filtraba desde el piso de abajo. Era un hombre alto, y un chorro de plata líquida parecía gotearle por un lateral de la cara. Un vial rojo resplandeció a la altura de su cuello. Solté un suspiro de alivio.

—Ah, eres tú, Ilta.