KASPAR
—Yo sí —susurró, y se marchó sin más.
Entorné los ojos y observé el destello de color violeta que desaparecía entre la multitud.
—Maldita sea —farfullé al tiempo que me metía las manos en los bolsillos de los pantalones.
Nunca había conocido a una mujer tan irritante, y mucho menos aún una humana. Pero tenía la suficiente experiencia con mujeres fastidiosas como para saber que de momento debería dejar que creyera que se había escapado.
Así pues, me abrí camino entre la muchedumbre disfrutando de la atención que atraían mi título y mi aspecto hasta que el olor a laca comenzó a acumularse en mi garganta y percibí un fogonazo de rubio platino. Acostarme con Charity era una cosa, y bailar con ella era soportable si llevaba zapatos de punta de acero. Pero pasar tiempo con ella cuando no era necesario era simplemente traumático.
Me dirigí en línea recta hacia el punto en el que estaban charlando Fabian y los demás, y me sentí más que satisfecho cuando vi una cabeza llena de rizos oscuros entre ellos. Aquel sentimiento se transformó rápidamente en sorpresa cuando me di cuenta de que Violet dirigía cómodamente la conversación.
—Tengo curiosidad. ¿Cómo animan los vampiros sus bailes? —preguntó dirigiéndose a Fabian.
Vi mi oportunidad y la aproveché.
—¿Puedo solicitarle el siguiente baile, señorita curiosa? Te demostraré cómo lo hacemos.
Me agaché y le besé los nudillos. Se puso nerviosa, y me encantó ver que su estremecimiento se transmitía por mi brazo, que reaccionaba como lo habría hecho cualquier otra chica en aquella situación.
Se recuperó rápidamente.
—Vale —replicó con un ligero movimiento de cabeza—. Pero si te atreves a sermonearme te pisaré.
Me sostuvo la mirada con tanta firmeza como lo habría hecho si su amenaza fuera en serio.
Yo no iba a cambiar de opinión sobre Ilta Crimson. No era amigo de la familia y no me cabía la menor duda de que mantenía contactos con varios clanes de asesinos. Por no mencionar el hecho de que era un reputado sátiro.
No obstante, con tal de hacer que Violet cediera y dejase de ser tan cabezota le diría que el cielo era verde.
—De acuerdo —acepté, igual de lacónico.
Apartó su mano de la mía y vi que Fabian me dedicaba una mirada ceñuda. Puse los ojos en blanco y sacudí ligeramente la cabeza, gesto que no le pasó desapercibido a Violet.
—Lyla —le cogió la mano a mi hermana, que estaba a su lado, con firmeza—, baila con Fabian.
Juntó las manos de ambos y se marchó antes de que pudieran protestar.
Me apresuré para llegar a su altura.
—¡Nena, eres una celestina!
—¿Tú también lo sabes?
—Es mi hermana.
Pareció sentirse algo decepcionada por no ser la única en saber del obsesivo encaprichamiento —aunque muy reciente— de mi hermana por Fabian. Sin mediar palabra, me hizo una reverencia sin que tuviera que pedírsela, y atisbó por encima de mi hombro. Esbozó una sonrisa y, cuando miré hacia atrás, se hizo evidente que el origen de su felicidad era la pareja de baile que habían formado Lyla y Fabian. Pero Fabian era mi mejor y más antiguo amigo, y lo conocía lo bastante como para darme cuenta de que guiaba a mi hermana de manera mecánica y rígida.
—Esto es demasiado arriesgado para los mayores —le expliqué cuando comencé a moverme y la rodeé. Ya me había perdido el vals más tradicional del principio. Por más que pensara que el amor de mi hermana por la ropa era casi tan obsesivo como sus sentimientos por Fabian, no podía negar que había hecho un buen trabajo con aquella muchacha desaliñada.
Me observaba con indiferencia, estirando el cuello tanto como le resultaba posible.
—Lamento…
La interrumpí antes de que pudiera terminar:
—Lamento haberte sermoneado y todo lo demás.
Entornó los ojos y vi en su rostro la misma expresión que reflejaba el mío. «¿Disculpas?» Desvié la mirada antes de que pudiera apreciar cualquier rastro de sorpresa en mi cara.
Mirara a donde mirase, había sonrisas gozosas, carcajadas escandalosas y parejas de vampiros jóvenes mucho más abrazadas de lo considerado «apropiado». Manos que rozaban cuellos y hombros. En apariencia, era inocente, pero sus miradas me decían que no era así. Y estaba a punto de mostrarle a Violet a qué se debía aquello.
—¿Estás lista?
Sonreí y le rodeé la cintura con las manos firmemente. Palpé con los dedos las ballenas del corsé.
—¿Para qué?
Se había puesto nerviosa.
—Para esto.
La música paró y, en esas, la elevé en el aire. Soltó un chillido y, de manera automática, buscó mis hombros con las manos. Aquello me hizo inhalar en primer lugar el perfume que se había aplicado en las muñecas, que reconocí como el de mi hermana, y después un aroma que hizo que me ardiera la garganta. Puede que pareciera una vampira en aquel baile, pero seguía oliendo como mi cena.
La bajé como un segundo antes de lo debido y, en cuanto sus zapatos abiertos rozaron el suelo, comenzó a reñirme.
—¡No estaría mal que la próxima vez me avisaras, joder!
Y tras aquellas palabras, dio un paso al frente en lugar de hacia atrás y, resueltamente, me clavó un tacón en los dedos de los pies.
Cerré ligeramente los ojos.
—¿Te das cuenta de que no me has hecho ni el más mínimo daño?
—¿Te das cuenta de que eres insoportable?
—El sentimiento es mutuo, entonces.
La levanté dos veces más y lo habría hecho una cuarta si no hubiera montado tanto escándalo maldiciendo a los vampiros entre dientes.
—Nunca aprenderás, ¿verdad? Tienes que ser educada conmigo. Soy el príncipe. El príncipe. ¿Te suena de algo?
Se cruzó de brazos mientras hacía la reverencia.
—No. Y el príncipe recibirá algo de cortesía cuando sea tan amable de mostrar un poco de educación.
Sonreí con arrogancia.
—En tus sueños, Nena, en tus sueños. —Cuando comenzó a alejarse, su sonrisa se hizo más abierta y la agarré por la muñeca—. No, no vas a librarte tan fácilmente. Vas a bailar conmigo otra pieza.
Durante el segundo que me distraje con la rubia platino que había a mi derecha, la morena se me escapó. No distinguí su vestido de color violeta en ningún punto entre la multitud.
Volví a encontrarme con las manos en los bolsillos. Era la segunda vez en una noche que se zafaba de mí. «Al final voy a tener que hacer algo al respecto».