19

VIOLET

—¡¿Qué queréis decir con que vais a darme clases de baile?! —grité sin dejar de volver la cabeza de un vampiro a otro.

—Queremos decir exactamente eso. Clases de baile. ¿Quieres que te lo deletreemos? —dijo Kaspar con una mirada pícara.

—Soy perfectamente capaz de deletrearlo, muchas gracias. Estoy segura de que soy mucho más inteligente que tú —repliqué.

—Seguro, Nena —repuso. La risa que trataba de contener le hacía esbozar una sonrisa torcida—. Te llevo años de ventaja. Ahora, venga, que no tengo todo el día.

Me agarró por el hombro y echamos a andar por el pasillo. Eché un vistazo hacia atrás, tratando de encontrar algo de misericordia en Fabian y Declan, pero ambos se encogieron de hombros y nos siguieron.

Llegamos a la puerta de la habitación de música y, cuando entramos, vi a Sky, a Jag y a Lyla de pie junto a un enorme piano negro situado en una esquina.

—Toma, ponte esto —dijo Lyla, que me lanzó un par de zapatos de tacón muy altos y de un rojo muy vivo. Temiendo que las agujas de los tacones me atravesaran los talones, los dejé caer al suelo. Miré a los vampiros y luego a mis zapatos planos. No obstante, me percaté de la mirada de enfado de Lyla y decidí que lo mejor sería hacer lo que me decía. Me los puse y me di cuenta de que las tiras de los zapatos se me clavaban en la piel. Me erguí y le eché un vistazo al suelo… estaba mucho más abajo que de costumbre.

Sky se acercó a toda prisa al piano y Fabian me cogió de la mano y tiró de mí en dirección a la pista de baile. Me balanceé y me agarré a él para no perder el equilibrio. Me sonrojé muchísimo y traté de disculparme con la mirada.

—Violet, ¿has bailado alguna vez en tu vida, aparte de batuchatas y cosas de esas? —dijo Sky desde el piano, en el que no paraba de hacer escalas arriba y abajo sin prestarles ni la más mínima atención a sus dedos pero sin fallar ni una sola nota.

—Bachatas —lo corregimos Kaspar, Fabian y yo al unísono.

—Bueno, como se llame, no es más que una excusa barata para procrear obscenamente en público. Los jóvenes de hoy… —Se quedó callado, su voz cargada de desaprobación. Ahogué una risita y vi que a Fabian le temblaban los labios—. Me lo tomaré como un no, no has bailado nunca antes. Bien, Violet, escucha atentamente. Soy un profesor impaciente. No esperaré a que te caigas. —Me puse seria y la sonrisa se desvaneció de mi rostro—. Comenzaremos con los pasos básicos del vals. Ahora, ponte erguida e imagina que hay un cuadrado en el suelo. Comienzas en la esquina de atrás a la izquierda. Con el primer tiempo, paso adelante… sí, así —dijo cuando di un paso adelante—. Con el segundo tiempo, paso hacia adelante a la derecha con el pie derecho y al tercer tiempo lo sigue el izquierdo. —Hice lo que decía—. ¡Y sí, júntalos! ¡Bien! Ahora da un paso atrás con el pie derecho y lleva el pie izquierdo a la posición original. El pie derecho lo sigue, y de ese modo has completado el cuadrado. Bien, ahora inténtalo otra vez…

Lo repetí una y otra vez. Sky ladraba órdenes mientras los demás observaban desde los lados corrigiendo algún que otro paso de vez en cuando. Al cabo de un rato, me dijo que comenzara a dar vueltas. Me hice un lío pero, una vez que me gritaron unas cuantas veces lo de «¡Cuadrado, recuerda el cuadrado!», mis pies parecieron aprenderse el camino y comencé a deslizarme por la pista de baile sin ningún problema.

Sky se detuvo repentinamente.

—Creo que estás lista para intentarlo con una pareja de baile, ¿no estás de acuerdo? Fabian, si no te importa…

Me quedé petrificada. Aquel era el momento que me daba miedo. Fabian dio un paso al frente y con la mano izquierda me cogió la derecha. Colocó mi otra mano justo debajo del hombro y me rodeó la cintura con el brazo que le quedaba libre. Me tensé en cuanto me tocó, temerosa de aquel contacto.

—Relájate —me dijo con los ojos llenos de calidez.

Cuando respiraba, notaba que su aliento frío me agitaba el pelo. Era consciente de que estábamos cerca, muy cerca… tanto que volví a sonrojarme.

—Ahora limítate a hacer lo que estabas practicando antes pero permite que Fabian te guíe —pidió Sky volviéndose una vez más hacia el piano.

La música comenzó a sonar y nos quedamos paralizados durante un momento, pero en seguida noté que Fabian me empujaba con delicadeza para que diera un paso atrás y que sus pies empezaban a seguir a los míos mientras me guiaba alrededor de la habitación.

—No sé de qué te preocupabas tanto —comentó Fabian con una sonrisa—. Es como si te hubieran enseñado de muy pequeña, como a todos nosotros.

Hice un gesto de incredulidad.

—Lo dices por decir.

—Lo digo de verdad —repuso con una sonrisa resplandeciente.

—Creo que podemos dejar el vals de momento, pero hay muchos otros bailes que debes aprender. ¿Estás familiarizada con los bailes de finales del siglo XVIII? —me preguntó Sky.

Nos detuvimos de golpe y me tambaleé de nuevo. Confié en que la mano firme de Fabian me mantuviera en pie. Miré a Sky perpleja y muda. Desde una esquina me llegó un suspiro melancólico.

—Ah, el minué, mi especialidad —dijo Jag, y a continuación dio un paso al frente.

Tres horas después, sabía más bailes que cenas calientes había tomado en mi vida, y de tantas épocas distintas que me sentía como si estuviera asistiendo a una clase de historia más que de baile.

—Recuerda que este se llama la sateuse. Ahora debemos pasar a la etiqueta —dijo Sky cuando me separé de mi pareja de baile, aliviada ante la posibilidad de descansar. Las articulaciones de los codos se me habían atascado en aquella postura y las tenía rígidas y doloridas.

—¿Etiqueta?

—Sí. La etiqueta es tan importante como los pasos de baile. Y deja de poner esa cara de desconcierto. En realidad es bastante fácil —protestó Sky, claramente disgustado por mi expresión de cansancio—. Primera regla: una dama nunca debe pedirle a un caballero que baile con ella. Debe esperar a que se lo pidan. Sin excepciones.

—Qué sexista —murmuré, irritada y desesperada por arrancarme las tiras de los zapatos de la piel de los tobillos.

—Sí, es sexista —contestó Sky—. Segunda regla: si deseas declinar un baile, hazlo educada y tímidamente. Sí, tímidamente, señorita Lee, algo que resulta obvio que no se encuentra dentro de tu repertorio.

Había abierto la boca para cuestionar su comentario, pero se me adelantó y recibí como recompensa una carcajada burlona procedente de la esquina en la que estaba Kaspar.

—Y ahora viene la parte más importante: las reverencias. Para ti será muy sencillo. Teniendo en cuenta que eres humana, deberás hacerles una reverencia a todos tus compañeros de baile, tanto antes como después de la pieza. La aristocracia te la devolverá, la realeza no.

Fruncí el ceño. Tanta reverencia y etiqueta no parecía ser más que un ejercicio humillante pensado para recordarme el hecho de que era humana. Pero cuando estaba a punto de decirlo en voz alta la sonrisa de Fabian me detuvo y me selló los labios. «Vampiro o no, no puedo estropearle esto», pensé.

—También es fundamental que si cualquier miembro de la familia real se te acerca, le hagas una reverencia. ¿Entendido?

Asentí. «A este paso, estaré medio agachada toda la noche».

—¿Cómo sabré que alguien es miembro de la realeza? ¿Y qué pasa si bailo con un humano? ¿Tengo que hacerle también la reverencia?

—Busca el escudo de armas. Pero dudo mucho de que te encuentres con ningún humano. Tienden a quedarse junto a los que conocen.

Me desanimé un poco. Una de las razones por las que había accedido a ir era para hablar con otros humanos, o al menos verlos. El mero hecho de contemplar una dentadura normal me parecía un sueño.

—En último lugar, asegúrate de que nunca estás sola. La situación ya es lo bastante arriesgada, y ese tipo de acciones no harían más que aumentar el peligro.

Clavé la mirada en mis pies y me puse a rozar la suela de los zapatos de Lyla contra el suelo. Sabía que no estaría segura. Pero aun así estaría más protegida en el baile que sola en mi habitación.

En apariencia satisfecho, Sky regresó al piano.

—Nos queda el tiempo justo para volver a repasar estos bailes una vez más. Fabian, si no te importa…

Repasamos todos y cada uno de los bailes otra vez. Los vampiros examinaron cada minúsculo movimiento y corrigieron incluso los más mínimos fallos hasta que finalmente quedaron contentos.

—Y ahora el vals. Kaspar, tú eres el experto. ¿La guiarías?

Kaspar dio un paso al frente, pero yo me aparté, recelosa.

—¿Por qué tengo que bailar con él? —pregunté sin apartar la mirada de Kaspar mientras avanzaba hacia mí.

—Porque tengo que asegurarme de que eres lo bastante buena como para bailar en una corte real, Nena. Real, Nena, real —enfatizó Kaspar con tono condescendiente.

—Kaspar, ahí donde lo ves, es un gran bailarín, casi tan consumado como nuestro padre —explicó Sky, orgulloso.

Kaspar dio otro paso al frente y, de mala gana, me acerqué a él sin apartar nunca la mirada de la suya. La sonrisa diabólica de sus labios iba haciéndose cada vez más evidente. Pero se detuvo y esperó. Cuando llegué a su altura dio un paso atrás.

—Hazlo bien. Haz la reverencia —dijo.

Me agaché, sin ninguna intención de hacerlo «bien», pero en el momento en que dejé de mirarlo, se adelantó a toda prisa y me atrajo hacia sí. Entrelazó su mano con la mía y me colocó la otra en la cintura con un poco más de fuerza de la necesaria.

—¿O sea que eres un «bailarín consumado»? —Repetí las palabras de Sky en voz baja para que sólo Kaspar pudiera oírme—. Entonces ¿por qué no me has enseñado tú a bailar?

—Observar ofrece unas vistas mucho mejores. —Bajó la mirada deliberadamente hacia mi pecho y sonrió burlón—. Bonita camiseta.

Gruñí asqueada. La música había comenzado a sonar y un escalofrío me recorrió la espalda. Kaspar empezó a dar vueltas, pero a mí me costaba encontrar el ritmo, porque la pieza era más lenta y difícil que cualquiera de los valses con los que había practicado antes.

De repente, nos habíamos separado y Kaspar me sujetaba desde lejos. Me entró el pánico y lo miré alarmada.

—¡Gira! —ordenó.

Giré por debajo de su brazo y, cuando lo hice, volvió a tirar de mí hacia él hasta que quedamos pecho con pecho. Tenía una mano posada en su espalda y la otra, atrapada entre sus dedos, flotaba en el aire.

—¡Esto no es un vals! —siseé.

—No, no lo es —admitió, mirándome con los ojos oscurecidos—. Pero me gusta la variedad. Acostúmbrate.

Volvió a hacerme girar y regresamos a la posición de salida sin dejar de deslizarnos por la pista de baile.

—Esto no es muy caballeroso por tu parte.

Para mi sorpresa, esbozó una sonrisa, pero una de verdad.

—Muy cierto. Pero no estamos en un baile, así que mala suerte.

En ese momento la música comenzó a atenuarse y nos separamos el uno del otro. Yo hice una reverencia y Kaspar se dio la vuelta.

—¿Y bien? —preguntó una voz grave y áspera. Se me paró el corazón. El rey había aparecido de la nada y estaba de pie en el salón de baile con la cara oculta entre las sombras. Hice una reverencia y Fabian y Declan una venia.

—Nos servirá —contestó Kaspar.

El rey asintió, pensativo, sin apartar la mirada de mí ni un instante. Me di la vuelta, incómoda, y continué sintiendo su mirada en mi espalda durante un momento más, mientras todos los demás iban saliendo. Lyla se detuvo y yo me quité sus zapatos y se los devolví. Cuando se hubo marchado, me acerqué cojeando al taburete del piano para volver a ponerme mis zapatos planos. No pude contener un gesto de dolor al meter los pies en ellos.

«¿Y por qué se supone que estoy haciendo esto? ¿Por qué me estoy acercando a ellos?» Con cada día que pasaba la imagen de los cazadores masacrados se iba desvaneciendo más y me descubría haciendo esfuerzos por recordar que aquellos eran los mismos vampiros que los habían matado. Aquellos vampiros con los que acababa de bailar.

Temblé, helada hasta los huesos. El brillo frío del magnífico piano parecía burlarse de mí devolviéndome mi reflejo, pálido y asustado. Mis ojos tenían un aspecto aún más cansado aquel día. Suspiré. No era sólo el recuerdo de El Baño de Sangre de Londres lo que se estaba desvaneciendo. También la esperanza de salir algún día de Varnley.

«Te sacaremos de ahí, Violet, pero va a llevarnos un tiempo…»

Las palabras de despedida de mi padre me obsesionaban. Seguía esperando. Pero ¿cuánto más podría aguantar?