VIOLET
Entré en el comedor con Ilta delante de mí y Fabian justo detrás. Las velas titilaban en los soportes de las paredes y bañaban la habitación de una luz suave. Las ventanas estaban guarnecidas con cortinas rojas y en el centro de la sala había una mesa extremadamente larga cubierta con un mantel rojo oscuro sobre el que se extendía una cubertería muy elaborada. Cada uno de aquellos platos de porcelana debía de haber costado una fortuna.
Ilta me condujo hasta el centro de la mesa, donde apartó una silla para que me sentara. Tomé asiento y, en un instante, lo tuve en la silla que había justo enfrente de mí. Detrás de nosotros comenzaron a entrar otros vampiros, que fueron ocupando sus asientos. A mi lado, a la izquierda, se sentó el norteamericano. A la derecha, Fabian.
Al cabo de unos cuantos minutos, todos estaban ya sentados y un rumor continuo llenaba la habitación. Me volví hacia Fabian.
—¿Qué es esto? —murmuré tratando de hablar tan bajo como pude.
—Bueno, dado que los miembros del consejo van a debatir qué hacer contigo mañana por la mañana, querían conocerte en persona.
—¿Por qué van a debatir sobre mí? —le pregunté alarmada.
—Se han producido… novedades. —Se puso a juguetear con uno de los muchos cuchillos que había en la mesa y, al capturar el reflejo de mi horrorizada expresión en la hoja resplandeciente, volvió a dejarlo en su sitio—. Vaya, no pongas esa cara. No te librarás de mi maravillosa compañía con tanta facilidad.
No era aquello lo que me preocupaba, sino «las novedades».
—¿Qué tipo de novedades?
—Decirte eso me costaría más que mi herencia. De todas formas… —Miró hacia la puerta antes de pasarme un brazo por debajo del codo y empujarme para que me pusiera en pie—. Comienza el espectáculo.
Se abrió la puerta y entró el rey. Todo el mundo se calló, se puso en pie y esperó a que apartaran mínimamente la silla que había a la cabecera de la mesa y después volvieran a empujarla hacia adelante, una vez que el monarca hubo tomado asiento. Sólo cuando él estuvo sentado lo imitaron el resto de los treinta invitados, entre ellos todos los Varn.
Lo miré, abrumada por su presencia, y me di cuenta de que tanto el soberano como Kaspar llevaban el mismo bordado con su escudo de armas. La única diferencia perceptible entre el padre y el hijo era la sonrisa de arrogancia que Kaspar llevaba dibujada en la cara. Le guiñó un ojo a Charity, que soltó una risita, se ahuecó el pelo y le devolvió el gesto. Mientras lo observaba, desvió la mirada en mi dirección. Su sonrisa se hizo más amplia, pero se distrajo cuando un camarero comenzó a servirle un vaso de sangre.
También a mi lado apareció un camarero que me ofreció vino. Acepté, y el hombre volvió al cabo de unos segundos. Después de tan sólo uno o dos minutos, los sirvientes habían terminado de llenar todos los vasos, así que se dirigieron hacia un extremo de la habitación, de donde cogieron enormes bandejas de comida. No parecía ser muy sustanciosa: había canapés y pequeños cuencos de sopa. Cogí uno de los cuencos y me quedé mirando el surtido de cuchillos, tenedores y cucharas que se extendía ante mí, no muy segura de cuál debía usar. Miré hacia la derecha en busca de ayuda, pero Fabian e Ilta estaban conversando con los comensales que tenían sentados al otro lado.
—Ve de fuera hacia dentro —me llegó desde la izquierda una voz suave con acento norteamericano. Levanté la mirada, sobresaltada al ver que un vampiro al que no conocía me dirigía la palabra.
—Gracias —contesté en un susurro, y después cogí la cuchara que tenía más lejos.
El vampiro metió la cuchara en su sopa y volvió a extraerla. Imité sus acciones sin dejar de observar cómo comía. Hice una mueca de desagrado cuando probé el primer sorbo. «Crema de espárragos. Qué asco».
Sonrió un poco, divertido.
—Soy Alex —dijo.
—Violet —contesté devolviéndole la sonrisa.
—Ya, ya lo sé —rio.
Enarqué las cejas, no me gustaba que todo el mundo supiera mi nombre. Pero él se limitó a reírse otra vez.
—Bueno, dime, Violet, ¿qué piensas de la familia real? —me preguntó—. Sinceramente —añadió.
Agaché la cabeza.
—No están mal. No me han hecho nada, pero Kaspar es… —Me quedé callada. Daba la sensación de que mis palabras lo habían cogido desprevenido—. ¿Qué ocurre? —le pregunté.
—Kaspar y yo somos amigos.
Vaya…
—Ah… —exhalé, incómoda—. Bueno, supongo que es un poco…
—No pasa nada, tienes derecho a tener tu propia opinión. —Esbozó una sonrisa, pero parecía forzada.
Nos mantuvimos en silencio durante un rato, y luego Alex comenzó a charlar animadamente con Fabian por delante de mí. «Supongo que también son amigos. El mundo es un pañuelo».
La llegada del plato principal me salvó de mi vigilia solitaria. Todos los vampiros tomaron unos solomillos tan poco hechos que rezumaban sangre. Depositaron un plato en la mesa ante mí, y me sorprendió ver algo verde. Le di unos golpecitos con el tenedor, no muy segura de qué era. Se hizo el silencio en la habitación mientras todo el mundo comía. Observé a los demás. Había que reconocerlo, era muy extraño ver a los vampiros consumiendo comida humana con cuchillo y tenedor. «Muy civilizado».
—He oído, Violet, que te habían admitido en la universidad. Cuéntanos qué tenías pensado estudiar —empezó Ilta, ya tuteándome. Su voz untuosa rompió la quietud.
—Eh… Bu… bueno… —tartamudeé, consciente de que la mayor parte de los vampiros me estaban mirando con interés—. Iba a estudiar políticas, filosofía y económicas —solté de golpe. Sabía que aquello no iba a sentarles muy bien… era obvio que significaba que iba a seguir los pasos de mi padre.
Una caja negra se agitó en el fondo de mi mente y fruncí el entrecejo para tratar de ocultar lo que sospechaba sobre mi padre.
—Ah, entiendo —contestó Ilta.
Bajé la mirada al suelo, avergonzada.
—Debes de ser una estudiante inteligente —intervino Fabian.
—Supongo…
—¿A quién quieres engañar? ¡Cualquiera puede entrar en la universidad hoy en día! —interrumpió Charity con tono de desdén.
Kaspar levantó su copa y estoy segura de que lo oí murmurar «Tú no, Charity» con la boca pegada al cristal.
—En efecto. La educación ya no es sólo para las élites —dijo un hombre mayor. Tenía los ralos y blancos cabellos recogidos en una larga coleta y una larga barba. Hablaba con Charity, pero me observaba a mí con una mirada cada vez más meditabunda.
Fabian se percató del gesto del hombre e intervino:
—Violet, es Eaglen, el vampiro sobre el que te hablé la otra noche. El viejo —añadió moviendo solamente los labios.
El hombre, Eaglen, sonrió.
—Sí, el viejo —repitió. A continuación vació su vaso y se lo rellenaron de inmediato. Se rio y miró hacia otro lado, satisfecho, al parecer.
Enarqué una ceja al mirar a Fabian, que tenía la misma expresión de asombro que yo.
—A veces es así —murmuró.
Continuaron llenándose los vasos como respuesta a las órdenes del rey, pero cuando los camareros comenzaron a retirarse, con las botellas ya vacías, los invitados se quedaron inmóviles con la mirada clavada en mí: la fuente de sangre más cercana en aquellos momentos. Vi que Alex y Kaspar intercambiaban miradas de preocupación y Fabian hizo lo propio al tiempo que, discretamente, acercaba más su silla a la mía. La conversación se apagó y la habitación quedó sumida en el silencio.
—Violet, vete —dijo Ilta cuando Fabian se levantó para apartarme la silla—. Rápido.
No hizo falta que me lo dijeran dos veces. Me levanté de la silla a trompicones y pegué la espalda a la pared. La seguí a tientas en dirección a la salida, demasiado asustada como para darle la espalda a ninguno de ellos. Todas y cada una de aquellas miradas sedientas de sangre me siguieron hasta que alcancé la puerta y salí cerrándola de golpe a mi espalda.
Me recosté contra la pared del pasillo, respirando con dificultad. Se me cayeron un par de lágrimas y los ojos me escocieron. Lo único que anhelaba era estar en mi cama, en casa, a salvo. Una vez más se me formó un nudo de añoranza en el pecho. En aquel momento, la puerta se abrió y Kaspar salió del comedor. Me sequé las lágrimas antes de que pudiera darse cuenta de que estaba llorando.
—¿Estás bien? —me preguntó con frialdad. Me encogí de hombros, intentando actuar con naturalidad—. No iban a atacarte, ya lo sabes. —Lo miré con incredulidad—. Si te matan, podría producirse una guerra global. Lo creas o no, no es eso lo que queremos —continuó con aire sombrío.
—Este encuentro es por mi causa, por eso se ha reunido el consejo —contesté con el mismo tono taciturno. Él asintió en silencio—. ¿Por qué ahora?
Con un suspiro, se apoyó contra la pared, a mi lado.
—Porque se nos ha informado de que los asesinos han firmado una tregua con los canallas. Planean atacarnos, llevarte con ellos y sólo Dios sabe qué más.
—Yo…
—No te preocupes; ningún asesino pondrá un solo pie aquí —me interrumpió.
Se quedó mirando con expresión impenetrable a la pared de enfrente, sumido en sus pensamientos.
—La vida a veces es una mierda —farfullé.
—Dímelo a mí —lo oí decir con suavidad.
Me volví hacia él, sorprendida. Se percató de mi mirada y también se volvió.
—Ya no estaré a salvo aquí, ¿no es así?
En un instante, se colocó justo delante de mí y comenzó a respirar junto a mi cuello con el pecho subiendo y bajando al mismo ritmo que el mío. Se me aceleró el corazón.
—Nunca has estado a salvo aquí, Violet Lee.
Bajó la cabeza hasta mi hombro y me puso las manos en las caderas. Me aplasté contra la pared tanto como me fue posible, pero él se limitó a apretarse más contra mi cuerpo. Yo temblaba y había cerrado los puños; tenía todos los músculos en tensión, a la espera de la embestida de dolor. Intenté empujarlo, pero no se movió… dudo de que se diera cuenta siquiera de que intentaba escaparme. Sus colmillos encontraron mi cuello y me rozaron la piel. Gemí y volví la cara. Respiró hondo para inhalar mi aroma. Abrió más la boca y me preparé para el mordisco.
—No, por favor. —Una única lágrima me resbaló por la mejilla cuando recurrí a las súplicas—. Kaspar… —susurré.
Para mi sorpresa, se apartó y abrió los ojos. Otra lágrima se deslizó por mi rostro y él la interceptó con la yema del pulgar y me la secó.
—No comprendo por qué no lo entiendes. —Bajó la mano por mi cuello y mi costado hasta que la descansó en mi cadera una vez más—. Te deseamos a ti, y tu sangre, y tu cuerpo. Y tú también lo ansías. Puedo verlo en tus ojos y lo siento en los latidos de tu corazón. —Traté de mirar al suelo, pero sólo podía verlo a él—. No entiendes que podría partirte por la mitad y chuparte la sangre hasta dejarte seca. No entiendes que eres comida y que tenemos que esforzarnos para verte como una criatura viviente. Como una igual. Porque no lo eres.
—Y tú no entiendes que soy una persona con sentimientos —jadeé.
Se apartó un poco y me quitó las manos de encima mientras me escrutaba el rostro con la mirada.
—No, no lo entiendo —murmuró—. Nunca estarás a salvo aquí, Violet Lee. Recuérdalo. Nunca.
Me dio la espalda y oí su respiración jadeante. Apretó las manos en un puño, en un intento de contener el impulso de morderme. Se dio la vuelta y colocó una mano a cada lado de mi cabeza, contra la pared.
—Mantente alejada de Ilta Crimson —dijo con los ojos en llamas y la amenaza empapando sus palabras.
—¿Por qué? —le pregunté sorprendida ante su radical cambio de tono.
—Porque no confío en él —rugió.
—¿No confías en él? —articulé sin dar crédito a lo que oía—. Por si no lo has notado, él no estaba intentando arrancarme la cabeza de un mordisco ahí dentro. Es la última de mis preocupaciones.
—¡Joder, Nena! ¿Por qué no eres capaz de escucharme? ¡Confía en mí! —gritó. Cualquier rastro de delicadeza que hubiera podido apreciar en su naturaleza había desaparecido a tal velocidad que me estremecí y me golpeé la cabeza contra la pared.
—¡¿Confiar en ti?! —chillé—. ¿Por qué iba a hacerlo? ¡Me has secuestrado! ¡Intentas chuparme la sangre constantemente! ¡Confiaría mucho antes en Ilta que en ti!
—Pero ¡si no lo conoces! ¡No sabes de lo que es capaz! —bramó Kaspar. Me agarró por los hombros y me sacudió como a una muñeca de trapo.
—No. Tienes razón. No lo conozco —contesté con un tono más calmado y respirando hondo. Me quitó las manos de los hombros de repente, como si mi piel estuviera hecha de piedras de carbón candente. Di un paso a un lado para apartarme de él—. Pero correré el riesgo, gracias —le espeté.
El rostro se le encendió de rabia y sus ojos se tornaron completamente negros. Me di la vuelta y me marché enfurecida.
—¡¿Adónde coño vas?! —gritó a mi espalda en el pasillo.
—¡A mi habitación! —le respondí gritando yo también, tras volverme para mirarlo a la cara.
Nuestras miradas se cruzaron y se la mantuve, rabiosa, durante todo un minuto.
—Bajo tu responsabilidad queda, Nena. No digas que no te lo advertí —dijo con desdén.
Me di la vuelta y salí disparada por el pasillo hacia la escalera. Pero cuando llegué al final, no pude evitar la tentación de tener la última palabra. Me volví para ver a Kaspar, que seguía mirándome con la rabia todavía dibujada en el rostro.
—¿Sabes qué, Kaspar? ¡Ojalá me hubieras matado en Londres! ¡Ojalá le hubieras puesto fin a esto allí! Así no habría tenido que sufrir. ¿Por qué no lo hiciste? ¡¿Por qué?! —vociferé, y después eché a correr, pero no antes de haber atisbado su expresión, que valió por mil palabras.
No sabía por qué.