14

VIOLET

Allí el tiempo pasaba sin que me diera cuenta, como si los granos de arena del reloj se divirtieran cayendo cuando les daba la espalda. Antes de que me diera cuenta, el sol se había puesto sobre la finca de los Varn, Varnley, y la luna ascendía si no estaba cubierta por las amenazadoras nubes de tormenta que llegaban por encima de las colinas boscosas. Había comenzado a llover hacía un rato, justo como había ocurrido la primera noche que pasé allí. Reconocí el mérito de la constancia del clima: la lluvia persistió durante toda la tarde y continuaba cayendo en cuanto entró la noche.

Cuando me estaba poniendo el pijama, los primeros resplandores iluminaron mi habitación en penumbra. Sobre las paredes se proyectaron grandes sombras y contemplé, casi sobrecogida, las formas de los relámpagos que bajaban a toda velocidad para impactar contra el suelo. Segundos después, los restallidos de los truenos retumbaron sobre el valle. Los cortinajes que cubrían las puertas acristaladas se agitaban ligeramente cuando los feroces vientos hallaban la forma de entrar a través de las minúsculas grietas del marco. Me metí en la cama y dejé a un lado mi miedo infantil a las tormentas. Me envolví bien en las sábanas para alejar el frío. Cerré los ojos con fuerza y esperé hasta sumirme en un sueño intranquilo.

Una figura cubierta con una capa avanzaba por el bosque, en las profundidades en las que mandaban los hombres apartados de la sociedad, los canallas. Los canallas como él.

No hacía ni un solo ruido al caminar, sus movimientos eran fluidos, elegantes como los de una alondra, pero sigilosos como los de un águila y rápidos como los de un halcón. Ya lo habían comparado con esos animales, y le gustaba.

La figura conocía bien el camino, así que no necesitaba bajar la mirada, la tenía clavada en el edificio que cada vez tenía más cerca: su destino. Era una construcción recargada, pero bastante insignificante teniendo en cuenta lo que escondía. No era grande y estaba totalmente hecha de una piedra gris… tal vez granito. La figura no lo sabía, y tampoco le importaba.

La brisa se coló por la puerta abierta y, ansiosa por completar su misión, la figura que se ocultaba tras la capa bajó los escalones del interior de tres en tres, impaciente. Cuando llegó al final, si hubiera sido humano habría sentido el considerable descenso de la temperatura y la frialdad del aire estancado.

Agachó la cabeza, pero no por respeto, sino para no golpeársela contra el techo bajo, y avanzó a toda prisa por el largo corredor, pasando ante el lugar de descanso de los cadáveres de vampiros muertos hacía mucho tiempo. Sus pasos eran lo único que se oía en la oscuridad, e incluso él mismo admitía que tenía que esforzarse para captarlos. Sonrió para sí. Ni siquiera las ratas osaban aventurarse allí abajo. Se le hinchó el ego, pues sabía que era el único que tenía el valor necesario para explorar las tenebrosas profundidades de esas catacumbas.

Llegó a una habitación y dejó que su mirada la recorriera hasta posarse sobre una chica atada a los pies del trono de piedra que protegía las tumbas. Tenía la cabeza agachada y sus mejillas carecían de color. Los enormes cortes de su cuello rezumaban sangre y tenía la ropa desgarrada. Estaba casi desnuda. La figura vio que los pechos de la joven, antes tersos, estaban cubiertos de pequeños arañazos, y su vientre estaba rojo e hinchado, como si le hubieran asestado varios puñetazos. La cuerda deshilachada que le rodeaba las muñecas le había arrancado trozos de piel, y el hueso se le veía a través de la carne de su tobillo.

Continuó mirándola, asqueado. Al menos aquella pandilla de marginados podría haberle llevado algo un poco más apetecible. La daría por muerta si no distinguiera cómo se movía su pecho al respirar.

Dio un paso al frente. Su pisada retumbó en el silencio y la chica, sobresaltada, levantó la cabeza y, esforzándose por enfocar la mirada, escudriñó la oscuridad.

—¿Qui… Quién eres? —preguntó con voz ronca.

—Quién soy no debe preocuparte, pero sí qué soy —se burló, y a continuación separó los labios para descubrir sus dos afilados colmillos.

El miedo la hizo abrir los ojos como platos e intentó echarse hacia atrás, pero las cuerdas que la sujetaban se lo impidieron.

—Por favor…

La interrumpió:

—¿Cómo te llamas?

—Sa… Sarah.

Él volvió a sonreír y sus dientes resplandecieron.

—Bien, Sarah. Tengo una propuesta para ti. —Se agachó hasta quedar a su altura—. Tú y yo podemos divertirnos un poco y puedes volverte como yo… cuando haya terminado contigo, claro está. O puedes convertirte en mi cena y no te daré la opción de sobrevivir. Tú eliges.

Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de la chica.

—Mátame. Por favor —lloriqueó. O al menos eso le pareció a él, un lloriqueo. En realidad se asemejaba más al quejido de un perro.

La sonrisa desapareció de su rostro. Aquello no era lo que quería. La lujuria y la sed le palpitaban por todo el cuerpo, propulsadas por su corazón muerto. Y quería salirse con la suya. Le secó las lágrimas a la chica con el pulgar e hizo un mohín cuando la suciedad le cubrió los dedos. Le acarició la mejilla trazando pequeños círculos con el pulgar mientras se esforzaba por conservar su actitud tranquila.

—¿Estás segura, Sarah? Podríamos pasárnoslo muy bien —la provocó, jadeante.

—¡Duele demasiado! Termina con esto —contestó sollozando. Volvió a dejar caer la cabeza.

La figura sabía que la joven pronto perdería la conciencia para protegerse del dolor. Pero él no permitiría que se escapase con tanta facilidad. La agarró por el cuello con ambas manos y tiró de ella para liberarla de las cuerdas.

—Tienes suerte de que sea un vampiro compasivo.

Con aquellas palabras, le rompió el frágil cuello. El chasquido reverberó en la quietud. Muerto de sed, se acercó el cuello a los colmillos expectantes y empezó a beber.

La sangre de la joven estaba amarga y distaba mucho de resultar agradable, pero de momento tendría que bastarle. Levantó entre los brazos el cuerpo magullado y salió al exterior para arrojar el cadáver al bosque oscuro.

Un pequeño hilillo de sangre brotó de sus labios y se deslizó hasta su barbilla. Se lo secó sonriendo para sí. Ya deseaba más.

Me incorporé de golpe en la cama y grité; el estridente sonido rebotó contra las paredes. Gotas de sudor frío me perlaban la frente y estaba temblando, jadeando por tomar aire entre mis alaridos.

—¡Violet! —La puerta se abrió y vi a Fabian con una expresión de terror en el rostro—. Violet, ¿estás bien? —Se apresuró a llegar a mi lado y desenredarme de la masa de sábanas en las que me había enrollado mientras dormía. Los sollozos secos me escocían en la garganta y tomé varias bocanadas de aire cortas y superficiales, desesperada por respirar. Intentaba asentir con la cabeza, pero no lo lograba—. ¿Qué te pasa? ¿Qué ha ocurrido? —continuó preguntando. Después, me pasó un brazo por los hombros.

—Estaba dormida… —comencé confusa. Mi mirada saltaba de un lugar a otro de la habitación buscando respuestas inexistentes.

—¿Era un sueño, Violet? —trató de calmarme Fabian tras apartarse de mi sudorosa piel y mirándome con sus reconfortantes ojos azules. Asentí—. ¿Qué estabas soñando? ¿Por qué era tan horrible? —quiso saber.

Yo intentaba respirar hondo, no muy segura de si debía contárselo. No lo entendería. ¿Cómo iba a entenderlo? Él nunca dormía, nunca soñaba, nunca tenía pesadillas.

—Había un hombre. Y una chica. Él… él la mataba. —Sollocé y la sensación de escozor regresó. La bilis me subió por la garganta cuando pensé en la joven suplicándole que la matara y sentí un par de arcadas—. Parecía muy real.

—Sólo ha sido una pesadilla, Violet —murmuró Fabian con tono serio y poco convincente—. Pero dímelo si tienes más, ¿de acuerdo?

—Sólo si prometes no contarle a nadie que las tengo.

Era una petición extraña, pero no quería que nadie lo supiera, sobre todo Kaspar.

—Tienes mi palabra —me aseguró Fabian y se puso en pie para marcharse—. ¿Ya estás bien?

Sonreí y asentí, y él se marchó no muy convencido.

Pero yo no estaba bien. En cuanto cerré los ojos e intenté volver a dormirme, se me pasó por la cabeza un pensamiento mucho más perturbador. Si la pesadilla era real, una joven inocente acababa de morir y, en algún lugar en medio de la oscuridad, un verdadero monstruo merodeaba por el bosque cercano.