VIOLET
Las horas se convertían en días, cada uno de ellos tan insignificante como el siguiente. El tiempo transcurría en una nebulosa, sin nada destacable.
Pasaba la mayor parte del tiempo enclaustrada en mi habitación, entreteniéndome como mejor podía. Había pasado exactamente una semana desde aquella llamada telefónica, pero seguía perturbando mis pensamientos. Durante un tiempo había albergado la esperanza de poder volver a llamar a mi familia, pero ya la había abandonado. Nadie me hablaba, a excepción de los obligados intercambios de frases.
Mi cumpleaños sería dentro de trece días. Cumpliría dieciocho como rehén. Cerré los puños cuando sentí una incomodidad familiar en el estómago y se me obstruyó la garganta.
Alguien llamó a la puerta e interrumpió mis reflexiones. Me sequé los ojos a toda prisa, para que no se vieran llorosos. Sin esperar a que contestara, la persona entró justo cuando me estaba poniendo de pie. Para mi sorpresa, no era Fabian, que parecía ser el único que se interesaba por mí, sino Sky.
Carraspeó y la habitación se llenó de una obvia sensación de incomodidad. Cambié mi peso de un pie al otro.
—Se te requiere en el piso de abajo. Ahora.
—¿Por qué?
Antes de marcharse, me recorrió con la mirada de arriba abajo fijándose en mi atuendo, un viejo y destrozado pijama de Lyla.
—Tienes dos minutos.
El hecho de que ignorara mi pregunta me sacó de mis casillas, pero para cuando oí que se cerraba la puerta de la habitación, ya estaba en el vestidor. Cogí algo un poco menos inapropiado y me cambié.
Salí de mi dormitorio preguntándome cuál sería la gran urgencia. Nunca se había requerido mi presencia en los quince días que llevaba allí y, además, Sky nunca me había dirigido la palabra.
El hijo mayor de los Varn era mucho más viejo que los otros cinco —mil años, decía Fabian—, pero no era el heredero al trono. No, el heredero era Kaspar. Sky estaba casado con Arabella, unos cuantos años más joven que él, y tenían dos hijas. La mayor parte del tiempo vivían en Rumanía, como Jag y Mary. Yo sospechaba que lo que había provocado su visita era mi llegada.
Cuando llegué a lo alto de la escalera vi que el vestíbulo de la entrada era un hervidero de actividad. Era como si la mayor parte de los habitantes de la casa se hubieran reunido allí. Todos llevaban capas largas y negras, incluso la diminuta Thyme. Los criados no paraban de moverse de un lado a otro, les entregaban cosas y después hacían una reverencia apresurada y pasaban a su siguiente tarea. Localicé a Annie, que me dedicó una leve sonrisa.
—Es como intentar poner un ejército en marcha —dijo Fabian, quien se acercó a saludarme. Hizo una mueca al oír cómo discutían los hermanos Varn en el piso inferior. Al contrario que los demás, él llevaba ropa normal.
—¿Qué ocurre? —le pregunté tras inclinarme sobre la barandilla para tener una vista mejor.
Volvió a hacer un mohín.
—Es una caza.
Fruncí los labios y contuve una arcada. Acababa de darme cuenta de por qué Sky había evitado contestar mi pregunta hacía un momento.
—¿Una caza de qué?
Me lanzó una mirada que quería decir: «Como si no lo supieras».
Cerré los ojos.
—Pero ¿qué tengo yo que ver con eso?
—Van a pasar fuera el fin de semana, así que yo me quedaré aquí para hacerme cargo de ti.
Abajo, Kaspar y Cain se metían el uno con el otro, sin preocuparse lo más mínimo por lo que estaban a punto de hacer.
—No necesito niñera. ¿Qué demonios iba a hacer? Tampoco es que pueda irme a ningún sitio.
Se encogió de hombros y comenzó a bajar la escalera.
—Ya lo sé. Pero podría ser peor. Podría quedarse Kaspar.
Me lanzó una mirada cómplice.
«Eso es verdad». Sería idiota si confiara en Fabian, pero era el mejor de los dos males si se lo comparaba con Kaspar.
El rey echó a andar y, en cuanto lo hizo, los mayordomos se apresuraron a abrir las dos enormes puertas de la entrada. Desapareció por el umbral y, uno a uno, los demás lo siguieron. Kaspar, por el contrario, se quedó rezagado esperando a Fabian al pie de la escalera. Los dos descendimos.
—No la pierdas de vista. —Me señaló con el pulgar, y yo bajé la mirada al suelo.
—Soy perfectamente capaz de cuidar de una humana, Kaspar —replicó Fabian.
—Quizá.
Iba a marcharse, pero me abalancé sobre él y lo agarré por la muñeca. El corazón me dio un vuelco a causa de aquel repentino ataque de energía. El suelo rechinó bajo sus botas cuando se dio la vuelta. La capa se le separó de la amplia camisa de lino que llevaba debajo y reveló el escudo de armas que tenía estampado en el pecho: una rosa negra de la que caía una gota de sangre que se convertía, más abajo, en una «V».
—Por favor, no mates a nadie —susurré.
Creí ver que sus ojos se suavizaban durante un instante. Pero liberó la muñeca que le había asido como si yo no fuera más que una cría. Y me di cuenta de que eso debía de ser para él. «Una cría». Bajó los escalones de la entrada en pos de los otros, que ya estaban a medio camino de los inmensos jardines, pero se detuvo cuando llegó al césped y se volvió hacia mí, que lo observaba de pie desde la puerta abierta. Era la primera vez que respiraba aire fresco desde hacía semanas.
Levantó la mirada del suelo para buscar la mía. Me la mantuvo durante un momento antes de ponerse la capucha de la capa sobre la cabeza y cubrirla toda de sombra a excepción de sus brillantes ojos de color esmeralda. Su figura oscura permaneció allí un poquito más, hasta que se dio la vuelta hacia la puesta de sol y se convirtió en un borrón oscuro en medio del paisaje. Echó a correr hacia la partida de caza, al igual que la primera vez que les había puesto la vista encima a los seres de aquella especie.
La luna pronto sustituyó al sol, y las estrellas salpicaron el cielo despejado de la noche, libre del resplandor naranja de las zonas construidas. En algún lugar, un reloj dio la hora y me indicó que se acercaba la medianoche.
—Hay mucho más en este mundo de lo que los humanos creen, ¿verdad? —pregunté al volverme hacia Fabian desde mi asiento de la ventana.
Tenía el rostro enmarcado por las llamas danzarinas del fuego que ardía en el hogar. Era escalofriante contemplar cómo las lenguas anaranjadas le iluminaban la piel pálida. Se la lamían como si anhelaran convertir en ceniza su presencia antinatural.
—Mucho más. Esta es sólo una de las muchas familias reales —continuó—. Pero es mejor que no sepas nada más. La ignorancia es una bendición. Atesórala.
Asentí con la cabeza. «Tiene razón».
Desdoblé las piernas, me levanté del asiento y me encaminé hacia uno de los sillones. Fabian levantó la vista previendo que le iba a hacer preguntas. Ya se había acostumbrado a mis interrogatorios.
—¿Qué le pasó a la reina?
En seguida me arrepentí de haberlo preguntado porque, fuera lo que fuese, había removido en su interior algún sentimiento profundo y olvidado. Se recostó en su sillón y sus ojos azules destellaron al volverse negros y luego grises, tono en el que se estancaron. Eran despiadados, habían perdido toda la vida que solían encerrar. Si Fabian hubiera podido perder el color de la cara, habría sucedido.
—Lo… Lo siento, no debería haber preguntado —tartamudeé. Se le pusieron los ojos vidriosos y no se movió—. ¿Fabian?
Dio un respingo y el gris de sus iris pareció fundirse cuando recuperaron su habitual color azul cielo. Relajó la tensión de sus músculos y se pasó una mano por la parte de atrás de la cabeza.
—Lo siento, pero cuando conoces a alguien durante tanto tiempo… te… —Se quedó callado—. Te lo contaré con la condición de que no le digas nunca ni una palabra a nadie.
No lo dudé:
—No abriré la boca.
—Empezaré desde el principio. Es una historia muy larga.
Cambié de postura, intentando ponerme lo más cómoda posible, pero sin apartar la mirada ni un segundo de su rostro entristecido.
—Los vampiros existen desde hace millones de años. Vivíamos en armonía con la naturaleza, sin ningún tipo de conflicto, y bebíamos la sangre de cualquier animal al que pudiésemos ponerle las manos encima. Si la teoría de la evolución está en lo cierto, cuando aparecieron los humanos los vampiros se encontraron por primera vez con una especie que podía plantarles cara. Pero los tratamos como si fueran cualquier otro animal: empezamos a cazarlos y pronto desarrollamos cierto gusto por su sangre.
—¿Cómo puedes saberlo si sucedió hace tanto tiempo? —le pregunté.
—Ya te dije que el vampiro más viejo es… bueno, muy viejo —contestó—. Como te iba diciendo, los primeros humanos aprendieron a defenderse, y los vampiros se dieron cuenta de su error. La familia de vampiros más poderosa, la de los Varn, ordenó a todos los de su especie que se escondieran. Debían intentar no matar a humanos cuando se alimentasen y cazar por la noche. Fue un intento drástico de evitar la destrucción de ambas especies.
Asentí.
—Pero no entiendo qué tiene que ver esto con la reina.
—Todo cobrará sentido dentro de un instante. La humanidad iba creciendo, y muy rápido. Obligados por los ataques implacables de los humanos, los Varn y varios cientos de vampiros más huyeron a Rumanía. Se aprovecharon de los confiados lugareños de la Europa del Este, que no eran conscientes de la amenaza que vivía en sus tierras. Más o menos en aquella época, se descubrió que los humanos podían ser convertidos, así que los antepasados de Kaspar ordenaron una conversión en masa. Miles de personas se volvieron vampiros en una sola noche. Más fuertes y más seguros, los vampiros se extendieron.
Paró para coger aire, y me di cuenta de que había estado conteniendo el aliento.
—Pero las viejas normas aún estaban vigentes y, al no verlos, los humanos fueron olvidándose de los vampiros. Las historias que los padres contaban a sus hijos pasaron a ser mitos y leyendas. Pero hubo algunos que jamás olvidaron. Esos humanos se convirtieron en cazadores y asesinos, y juraron proteger a la humanidad. En cierto sentido lo consiguieron expulsando a los Varn de Transilvania hace unos trescientos años.
»El rey Vladimir, el monarca actual, lleva milenios gobernándonos. Pero cuando no era más que un príncipe conoció a una vampira que vivía en lo que ahora es España. Se llamaba Carmen Eztli. Con el tiempo, se enamoraron y se casaron un siglo después. Hacían una pareja perfecta y juntos reinaron durante casi diez mil años y tuvieron seis hijos.
Apoyó la barbilla sobre las manos.
—Ella era el antídoto perfecto contra el pesimismo y el mal carácter del rey, y él, por su parte, controlaba la afilada lengua de la reina. Un amor como ese no se encuentra todos los días.
No pude dejar de advertir que Fabian no paraba de referirse al pasado, pero daba la sensación de que estaba a punto de explicarme lo que le había preguntado.
—Hace sólo algo más de tres años, un nuevo gobierno humano alcanzó el poder. Externamente, parecían simpatizar más con nuestra causa, así que la reina, viendo una oportunidad, se apresuró a buscar un nuevo tratado. El gobierno accedió con la condición de que sus aliados asesinos, el clan Pierre, también lo firmaran.
No pareció darse cuenta de que me había trasladado a la mesita de café para tratar de captar sus palabras susurradas, que se iban tornando cada vez más inaudibles.
—La reina realizó una visita a Rumanía para abrir las discusiones. Acudió a la casa solariega de los Pierre en aquel país, y antes de que pudiera siquiera… saltaron sobre ella… —Se ahogaba, le brotaban sollozos de los labios pero no derramaba lágrimas—. ¡Saltaron sobre ella y le clavaron una estaca en el corazón!
Me llevé las manos a la boca y ahogué una exclamación.
—¿La mataron? —No sé qué me esperaba, pero desde luego no era aquello. Noté que algo húmedo me caía sobre el regazo y, asombrada, descubrí que yo sí estaba llorando. Me acerqué a Fabian y me coloqué de pie junto al brazo de la silla. Apenas era consciente de lo que estaba haciendo—. Lo siento mucho —susurré—. No debería haber sacado el tema.
Me rodeó la cintura con los brazos y descansó la cabeza sobre mi vientre. Me tensé ante aquel repentino contacto, pero él no pareció percatarse de lo incómoda que me hacía sentir.
—No pasa nada —contestó también en un susurro—. Era imposible que lo supieras. Fue hace dos años y medio, pero para nosotros eso es como ayer… Nos destrozó… Era muy querida… A su funeral asistieron miles de personas. —Sus frases eran inconexas y entrecortadas; su dolor al revivir lo que había pasado, evidente—. Fue el peor día de mi vida. Lloró muchísima gente y…, Violet, los vampiros no lloran con facilidad. Pero lo hicieron. Fue horrible. Estoy acostumbrado a que la gente muera, pero aquello… Aquello fue diferente. Fue como si hubiera perdido una parte de mí, como si la mitad de mi corazón hubiese muerto.
Asentí, comprendía aquel sentimiento a la perfección.
—Después todo cambió. Nadie volvió a ser el mismo. El rey abandonó la habitación principal y Kaspar la ocupó en su lugar. El rey Vladimir murió junto con su esposa.
Los ojos se le llenaron de más remordimiento, más dolor, más arrepentimiento.
—Hubo muchos asesinatos en aquella época. ¿Te diste cuenta?
Abrí mucho los ojos. El artículo del periódico comparaba Trafalgar Square con el incidente de El Chupasangres de Kent, que había ocurrido más o menos por aquellos días.
—¿Y Kaspar? —continué presionando.
—Se lo tomó mal. Peor que cualquiera de los demás. Estaba muy unido a su madre. Pero no fue sólo eso. Únicamente el cuarto y el séptimo hijo pueden heredar el trono, y la muerte de la reina significaba que nunca habría un séptimo vástago y que él es el heredero.
Sus ojos volvieron a cobrar una tonalidad gris oscura, y su abrazo se tornó insoportablemente fuerte. Solté un gemido de dolor cuando comencé a sentir que mis costillas estaban a punto de ceder. Redujo la presión, pero mantuvo los puños apretados.
—El dolor lo cambió. Ya no es el Kaspar que yo solía considerar un hermano. —Dejó escapar una risa hueca—. Bueno, también entonces era un mujeriego, pero no era nada en comparación con lo de ahora. Ahora usa y abusa de su poder acostándose con cualquier criatura que camine, y no le importa en absoluto quitar una vida… —Se quedó callado, demasiado traumatizado para continuar.
Sí, conocía a aquel Kaspar. Pero de algún modo, a pesar de todo mi odio, a pesar de todo lo que me había hecho, sentí pena. Yo sabía cómo se sentía. Yo sabía que el dolor podía esculpir y remodelar tu vida. Sabía cómo podía llevarte a detestar a tus seres queridos. Sabía que uno haría cualquier cosa con tal de calmar el dolor durante un solo instante.
—Ojalá, Violet, pudieras habernos visto antes de que ocurriera. Entonces te habrías formado una opinión diferente de nosotros.
No dije nada. No podía darle la razón. El odio hacia los vampiros estaba profundamente anclado en mi interior, transmitido de generación en generación hasta remontarnos a los primeros humanos que habían aprendido a temer a aquellas poderosas criaturas.
—Y con ella murió toda esperanza de paz con los humanos y los asesinos. Ahora la guerra no está haciendo más que empeorar. —Me apretó, como si yo no estuviera en el bando contrario del conflicto—. Nos destruirá, excepto si es cierta la Profecía.
Lo empujé con delicadeza para liberarme de su abrazo y me senté en el brazo de su sillón.
—¿La Profecía?
—La Profecía de las Heroínas. Algún chalado del siglo VIII predijo que si nueve «heroínas elegidas» se encontraban las unas a las otras y aprendían a trabajar juntas, podrían crear una paz duradera entre la humanidad y nosotros. Pero ¿por qué dejar algo tan importante en manos del destino? Todo el mundo creía que la reina podía lograrlo… pero ahora tenemos que esperar lo imposible —concluyó con un dejo amargo en la voz.
»Pero ¿sabes qué es lo peor, Violet? —me preguntó después de una larga pausa durante la que volvió a cerrar los puños—. Que estaba planeado. Nos dieron un soplo anónimo que aseguraba que alguien de vuestro gobierno había ordenado su asesinato. No sabemos quién. Pero juro que si alguna vez lo descubro, le chuparé toda la sangre a alguien que quiera para que sepa lo que es perder a un ser amado. Para que él también sufra ese dolor.
Dejó de hablar con un gruñido y los labios sobre las encías. Tenía los ojos de color rojo sangre, pero cada poco tiempo cambiaban al negro.
Me aparté, asustada de aquella faceta de Fabian que intuía pero que no había visto nunca. Bajó la mirada hacia mí, y unos mechones rubios le cubrieron los ojos lívidos. Su expresión se relajó de inmediato y sus ojos recuperaron su azul etéreo.
—Lo lamento, Violet. Es mejor que no lo sepas —murmuró. Volvió a atraerme hacia él y me dejé caer sobre el brazo de su sillón. Traté de asumir aquella avalancha de información y de hacer que encajase con lo que ya sabía. Todo cobraba sentido.
—Tienes que irte a la cama —tintineó la voz musical de Fabian junto a mi oído.
Hice un gesto de asentimiento, se me cerraban los ojos. Me di cuenta de que empezaba a levantarme en brazos y, al cabo de unos segundos, ya me estaba depositando sobre las sábanas cálidas. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando vi que se inclinaba sobre mí. Durante un instante, me invadió el pánico, pero se desvaneció cuando sus labios, tan fríos como un día de invierno, me rozaron la mejilla.
—Dulces sueños, Violet.
Oí un clic y las luces se apagaron. Los pensamientos, perezosos, entraban y salían de mi mente formando el comienzo de los sueños.
Mi padre había entrado en el gobierno hacía justo tres años. No le gustaban los vampiros. Abrí los ojos de golpe y me incorporé en la cama sobresaltada.
«No fue él, ¿verdad?»
«Es una coincidencia —me dije con firmeza—. Una coincidencia». Cualquiera habría podido ordenar la muerte de la reina. Desesperada, metí todos mis pensamientos al respecto en una caja dentro de mi mente, la cerré y tiré la llave. No volvería a pensar en ello.