Epílogo
Tenía abiertos los grandes ojos azules, profundos como océanos, misteriosos como la marea. Sabe Dios dónde estaría su mente. La piel le colgaba, fláccida. La mandíbula caída dejaba su boca abierta, y a Suzy le hubiera gustado poder cerrarla.
Al paso de una nube, el sol iluminó con luz dorada sus mejillas y su barbilla, quitándole color a los ojos. Le quedaba tan poco de vida. Ni siquiera pestañeaba.
Suzy le miraba, expectante y triste, pero no sentía odio. Le gustaría poder hablar con él, compartir con él sus sentimientos. Le habían dicho que no podía hablar. Le habían dicho que no podía entender. No lo comprobó.
Había encontrado su testamento metido en la Biblia. Había dejado sus posesiones a sus hijos. A Chip y Doug Caley y a Harve y Billy Butler, ahora todos muertos. Y a otros hijos que todavía no habían nacido, cualquiera que fuera su apellido, siempre que en algún momento lo cambiaran por el apellido Royce.
Pero primero le había confiado a ella la hacienda, siempre y cuando se trasladara a vivir a Roycewood.
Ella intentaba entender. A lo mejor lo haría algún día. De momento no lo creía posible.
Recordó las notas de los partes médicos que había cogido en su oficina, las anotaciones sobre el momento, la temperatura y la inseminación secreta en las fichas de Nancy, de Flip, de Sarah… ¿en la suya?
Pero no había encontrado su ficha. Por ninguna parte. No podía estar segura. Todavía no.