13. Hilo verde, hilo rojo, gaviotas heladas

Pasado un rato tras la marcha del Ratón, me sobrevino un tremendo escalofrío. Varias veces intenté vomitar en el lavabo, pero no me salía nada, aparte de mi aliento rancio.

Subí al piso de arriba, donde me quité el jersey y me metí en la cama. Los escalofríos y los accesos de fiebre se sucedían. La habitación se ensanchaba y se estrechaba alternativamente. La manta y la ropa interior se empaparon de sudor, lo que me hizo sentir un frío húmedo y gélido.

—A las nueve, dale cuerda al reloj —me susurraba alguien al oído—. Hilo verde con hilo verde; hilo rojo con hilo rojo. A las nueve y media, márchate de aquí…

—No hay ningún problema —decía el hombre carnero—. Todo saldrá bien.

—Las células van reemplazándose entre sí —dijo mi mujer. Llevaba una combinación blanca en su mano derecha. Todo mi cuerpo temblaba.

—Hilo rojo con hilo rojo; hilo verde con hilo verde…

—Tú no entiendes nada de nada, sabes —me echaba en cara mi amiga.

Efectivamente, no entendía nada.

Se oyó un clamor de olas. Pesadas olas de invierno. Un mar color de plomo, orlado de espuma blanca. Gaviotas heladas.

Estaba en el salón de exposiciones, herméticamente cerrado, del gran acuario. Allí había expuestos varios penes de ballena macho. Hacía un calor bochornoso, sofocante. Alguien tenía que abrir las ventanas.

—No hay nada que hacer —dijo el chófer—, pues una vez abiertas no se pueden volver a cerrar. Y si pasa eso, todos moriremos sin remedio.

Alguien abrió la ventana. Hacía un frío terrible. Se oía el gemido de las gaviotas. Sus voces agudas me desgarraban la piel.

—¿Recuerda el nombre del gato?

—Boquerón —respondí.

—No, no es Boquerón —dijo el chófer—. Ya ha cambiado de nombre. Los nombres cambian muy de prisa. ¿No es cierto que usted ya no se acuerda del suyo?

Terrible frío. Con su cortejo de gaviotas, demasiadas gaviotas.

—La mediocridad recorre un larguísimo camino —dijo el hombre del traje negro—. El hilo verde va con el rojo; el rojo, con el verde.

—¿Has oído algo acerca de la guerra? —preguntó el hombre carnero.

La orquesta de Benny Goodman empezó a interpretar «Air Mail Special».

Charlie Christian la emprendió con un largo solo. Llevaba un sombrero flexible color crema. Era la última imagen que recordaba haber visto.