Cuando volvió al ryokan, se encontró con que Nakata seguía profundamente dormido, tal como había supuesto. Junto a su almohada, el pan y el zumo de naranja seguían allí, tal cual, intactos. Ni siquiera se había dado la vuelta. Posiblemente no había abierto los ojos ni una sola vez. El joven Hoshino calculó el tiempo. Se había dormido a las dos del mediodía del día anterior, de modo que ya llevaba unas treinta horas durmiendo sin parar. «¿Y a qué día de la semana debemos de estar?», pensó el joven. Había perdido por completo la noción del tiempo. Sacó una agenda de la bolsa de viaje y lo comprobó. «A ver… Fuimos de Kôbe hasta Tokushima en autobús el sábado, y, entonces, Nakata estuvo durmiendo como un tronco hasta el lunes. El lunes mismo nos vinimos desde Tokushima a Takamatsu, el jueves hubo aquel follón de la piedra y los truenos, y, esa misma tarde, el tío se volvió a quedar dormido. Una noche de por medio y… sí, hoy debe de ser viernes. ¡Caramba! Pensándolo bien, el tío parece que haya venido a Shikoku a dormir como un lirón».
Al igual que la víspera, el joven se dio un baño y, después de ver un rato la televisión, se escurrió dentro del futón. En aquel momento se seguía oyendo la acompasada respiración de Nakata al dormir. «¡En fin! ¡Qué le vamos a hacer!», se dijo Hoshino. «Que duerma tanto como le dé la gana. No sirve de nada darle más vueltas». Y se sumió en el sueño él también. Eran las diez y media de la noche.
A las cinco de la mañana empezó a sonar el teléfono móvil que llevaba en la bolsa. Hoshino se despertó de inmediato y cogió el móvil. Nakata seguía durmiendo apaciblemente a su lado.
—¡Diga!
—¿Hoshino? —preguntó una voz masculina.
—¿El Colonel Sanders? —dijo el joven.
—El mismo. ¿Estás bien?
—Pues, más o menos —respondió el joven—. Pero, abuelo, ¿cómo has sabido mi número de móvil? Yo no te lo di, seguro. Además lo he tenido apagado todo este tiempo. Es que no quería que me llamaran del trabajo. ¿Cómo te lo has montado para llamar? ¡Qué raro! Esto no puede ser normal.
—¿Acaso no te lo dije, Hoshino? ¿Que yo no era un dios, ni Buda, ni tampoco un ser humano? Yo soy algo especial. Soy un concepto. Así que para mí conseguir que tu móvil haga ring-ring es pan comido. Coser y cantar, vamos. Esté apagado o encendido. Eso me da igual. Y deja de asombrarte por cada menudencia, hombre. De hecho, habría podido presentarme ahí personalmente, pero he pensado que, si al despertarte me encontrabas junto a tu almohada, te pegarías un susto.
—Pues, sí. Y un susto gordo además.
—Por eso te he llamado por teléfono. Soy una persona bien educada.
—Eso es lo principal —dijo el joven—. Escucha, abuelo. ¿Qué hacemos con la piedra? Nakata y yo le dimos la vuelta, ¡y mira que nos costó!, y conseguimos abrir la puerta de entrada. Eso, en medio de unos rayos y truenos tremebundos. No veas cómo pesaba la piedra. ¡Joder! ¡Pero si todavía no te he hablado de Nakata! Nakata es el hombre que viaja conmigo y…
—Ya sé quién es Nakata —dijo el Colonel Sanders—. No hace falta que me expliques nada.
—¡Aah! —exclamó Hoshino—. ¡En fin! Da igual. Luego Nakata entró en una especie de hibernación y aún sigue durmiendo como un bendito. La piedra todavía está aquí. ¿No va siendo hora de que la devolvamos al santuario? Nos la llevamos así, con toda la cara del mundo, y temo la maldición divina.
—¡Qué pesado! Pero ¿cuántas veces tengo que decirte que no habrá ninguna maldición? —dijo el Colonel Sanders con estupor—. La piedra la guardarás tú por un tiempo. Vosotros la habéis abierto. Y una vez que se ha abierto algo, es necesario volver a cerrarlo. Y después de que la hayamos cerrado la devolveremos a su sitio. Todavía no es hora de devolverla. ¿Lo has entendido? ¿Estás de acuerdo?
—¡De acuerdo! —respondió el joven—. Las cosas abiertas tienen que cerrarse. Lo que he traído, lo dejaré en su sitio tal como estaba. ¡Vale! ¡Vale! Ya lo he entendido. Así lo haré. ¿Sabes, abuelo? Yo he dejado de darle vueltas a las cosas. No sé la razón, pero lo haré todo tal como tú me dices. Anoche lo comprendí muy bien. Pensar seriamente sobre las cosas que no son serias es pensar por pensar. Una pérdida de tiempo vamos.
—Una sabia conclusión. Ya lo dicen: «Pensar mucho y mal equivale a no pensar».
—Una buena frase.
—Una frase muy significativa.
—También hay otra que dice lo siguiente: «Hitsujidoshi no shitsuji wa shujutsu no hitsujuhin da».[45]
—¿Y eso qué coño es?
—Un trabalenguas. Me lo he inventado yo.
—¿Crees que había alguna necesidad de sacar eso ahora?
—Pues, no. Sólo quería decirlo.
—Hoshino, te lo ruego. No digas sandeces de ese estilo. O harás que me vuelva loco. No soporto las chorradas que no llevan a ninguna parte
—Pues sí que lo siento —dijo Hoshino—. Pero, abuelo, ¿no querías decirme algo? Si no, no me habrías llamado tan pronto, ¿no?
—¡Ah, sí! Lo había olvidado por completo —dijo el Colonel Sanders—. Se trata de algo muy importante. Escucha, Hoshino. Tenéis que salir inmediatamente de ese ryokan. No hay tiempo que perder, así que ni desayunéis siquiera. Despierta a Nakata, toma la piedra, sal y coge un taxi. No pidas que te llamen un taxi desde el ryokan. Sal a la calle ancha y para uno de los que pasen por allí. Y al conductor le das la siguiente dirección. ¿Tienes a mano papel y lápiz?
—Sí, sí que tengo —dijo el joven y sacó de la bolsa la agenda y un bolígrafo—. Ya he preparado la escobilla y el recogedor.
—¿No te he dicho que no hagas bromas estúpidas? —bramó el Colonel Sanders por teléfono—. Esto es muy serio. No podéis perder ni un minuto.
—¡Vale! ¡Vale! Aquí tengo la agenda y el bolígrafo.
El Colonel Sanders le dictó la dirección, el joven la apuntó y después se la leyó por teléfono para confirmarla.
—**3-chôme, 16-15, Takamatsu Park Heights. Apartamento número 308. ¿Correcto?
—Muy bien —dijo el Colonel Sanders—. Delante de la puerta hay un paragüero negro y debajo se encuentra la llave. Cógela y entra. Podéis estaros allí todo el tiempo que queráis. Dispone de todo lo necesario para que no tengáis que salir a la calle.
—¿Es tuya la casa, abuelo?
—Sí. Es mía. Es decir, la he alquilado. Así que estáis en vuestra casa. Lo he preparado todo para vosotros.
—¡Eh, abuelo! —dijo el joven.
—¿Qué?
—Abuelo, tú no eres un dios, ni Buda, ni tampoco un ser humano. Eres algo que, en principio, no tiene forma. Eso es lo que decías, ¿no?
—Exacto.
—Y no eres de este mundo.
—En efecto.
—Entonces, ¿cómo te lo has montado para alquilar un apartamento? Oye, abuelo, si tú no eres un ser humano, no debes de tener ni libro de familia, ni cédula del registro civil, ni sello registrado, ni autorización del sello, ni debes de hacer la declaración de la renta. Y, sin todo eso, ¿cómo has podido alquilar un apartamento? ¿No habrás hecho trampas, tal vez? ¿No habrás convertido una hoja de árbol en una autorización del sello y habrás engañado a alguien? Porque yo no quiero verme metido en más líos.
—¡No entiendes nada! —exclamó el Colonel Sanders haciendo chasquear la lengua—. ¡Qué tipo más idiota! Tus sesos deben de estar hechos de agaragar. ¡Cretino! ¡Qué hoja ni qué puñetas! Yo no soy un zorro. Soy un concepto. Y los zorros y los conceptos funcionan de manera muy distinta. ¿Pero qué sandeces estás diciendo? ¿Supones que he ido a una inmobiliaria y que he hecho todos esos estúpidos trámites? ¿Acaso me imaginas diciendo?: «Oiga, ¿no podría rebajarme un poco el alquiler?». ¡Gilipollas! Yo esas cosas terrenales se las hago hacer a mi secretaria. Y ella tiene todos los documentos necesarios. Lógico, ¿¡no!?
—¡Vaya! ¿Tú también tienes secretaria, abuelo?
—Lógico. ¿Pero por quién me has tomado? Te estás pasando de la raya. Soy un hombre muy atareado. ¿Qué hay de extraño en que tenga una secretaria?
—¡En fin! ¡Dejémoslo! De acuerdo. No te excites tanto, abuelo. Sólo te estaba tomando un poco el pelo. Pero ¿por qué tenemos que salir de aquí tan deprisa y corriendo? ¿No podemos ni siquiera desayunar tranquilamente primero? Es que tengo un hambre… Además, Nakata está durmiendo como un tronco. Y a ése no lo despierta quien quiere.
—Escúchame, Hoshino. Y no es ninguna broma. La policía os está buscando por todas partes. Y mañana por la mañana lo primero que harán será empezar a recabar información por todos los hoteles y ryokan de la ciudad. Ya tienen vuestra descripción física. Así que, a la que empiecen a buscar, os encontrarán enseguida. Para empezar, tanto el aspecto de uno como el del otro es más bien peculiar. No hay tiempo que perder.
—¿La policía? —gritó el joven—. ¡Eh! ¡No te embales, abuelo! Que yo no he hecho nada ilegal. Ya sé que en el instituto cogía de vez en cuando alguna moto, pero eso era sólo para divertirme un rato. No para venderlas ni nada parecido. Y después de dar unas vueltas siempre las devolvía. Luego ya no he vuelto a cometer ningún otro delito. Si me apuras mucho, hasta el otro día cuando me llevé la piedra del santuario. Pero eso fue porque tú me lo dijiste…
—No tiene nada que ver con la piedra —le espetó el Colonel Sanders—. Es que no entiendes nada. Te dije que te olvidaras de lo de la piedra, ¿no? Los policías no saben lo de la piedra y, aunque lo supieran, no les importaría. Vamos, ten la seguridad de que por una piedra mañana no estaría el cuerpo de policía en pleno poniendo la ciudad patas arriba desde primeras horas de la mañana. Se trata de algo muchísimo más grave.
—¿Algo muchísimo más grave?
—Algo por lo que la policía persigue a Nakata.
—Pero, escucha, abuelo. No lo entiendo. Nakata es la persona de este mundo que menos se parece a un criminal. ¿A qué diablos te refieres con muy grave? ¿De qué delito se trata? ¿Por qué está relacionado Nakata con eso?
—Ahora, por teléfono, no tengo tiempo de darte más detalles. Lo fundamental es que protejas a Nakata y para ello debéis salir corriendo de ahí. Todo recae sobre tus hombros. ¿Comprendido?
—Pues no —dijo Hoshino sacudiendo la cabeza ante el auricular—. No entiendo de qué va la historia. Si hago lo que me dices, ¿no voy a acabar siendo yo cómplice de algo?
—De complicidad no te van a acusar. Pero interrogarte, seguro que sí. De todos modos, ahora no hay tiempo que perder. Así que trágate tus dudas, cállate y haz lo que te digo.
—¡Eh, tú! ¡Sin atosigar! Que yo, abuelo, a la poli no la soporto. Los odio. Ésos tienen más mala uva aún que los yakuza. Y que los militares. Juegan sucio, nada les gusta más que andar jodiendo a los pobres desgraciados. Tanto en el instituto como haciendo de conductor de camiones me las he tenido que ver varias veces con ellos. Y te aseguro que son los únicos con los que no me pelearía ni borracho. Con ellos siempre tienes las de perder. Y, luego, las cosas siempre traen cola. ¿Me entiendes? Pero ¿por qué me habré metido yo en este lío? La verdad es que…
La comunicación se cortó.
—¡Joder! —exclamó el joven. Y, con un profundo suspiro, guardó el teléfono móvil en la bolsa de viaje. Luego intentó despertar a Nakata—. ¡Nakata! ¡Eh! ¡Abuelo! ¡Fuego! ¡Una inundación! ¡Un terremoto! ¡La revolución! ¡Que viene Godzilla! ¡Vamos, despierta! ¡Arriba! ¡Plis!
Tardó bastante tiempo en despertar a Nakata.
—Ya he terminado el biselado. La madera sobrante la he empleado como astillas. No, no. Los gatos no se bañan. Es Nakata el que ha tomado un baño —dijo Nakata. Parecía encontrarse en un tiempo distinto, en otro mundo. El joven lo sacudió por los hombros, le pinzó la nariz, le estiró las orejas. Con eso logró que Nakata volviera finalmente en sí—. ¿Es usted, señor Hoshino?
—Sí, soy yo —dijo el joven—. Siento despertarte.
—No tiene importancia. Ya iba siendo hora de que me levantara. No se preocupe. Ya he dejado listo lo de las astillas.
—Fantástico. ¡Oye, mira! No sé qué coño ha pasado, pero resulta que tenemos que salir pitando de aquí.
—¿Es por lo del señor Johnnie Walken?
—Ni yo sé muy bien de qué va la cosa. Pero he recibido información privilegiada. Resulta que tenemos que largarnos. Es que la poli nos está buscando.
—¿Ah, sí?
—Eso me han dicho. Pero ¿qué diablos pasó entre tú y ese Johnnie Walken?
—¿No se lo he contado ya, señor Hoshino?
—Pues, no. No me lo has contado.
—Tenía la impresión de que sí.
—Pues no. Lo principal aún tienes que contármelo.
—A decir verdad, Nakata mató al señor Johnnie Walken.
—¿¡En serio!?
—Sí, lo maté en serio.
—¡Joder! —exclamó el joven.
El joven embutió sus cosas en la bolsa y envolvió la piedra con el furoshiki. La piedra había vuelto a su peso original. No era liviana, pero tampoco tan pesada como para no poder transportarla. Nakata también recogió sus cosas. El joven se dirigió a recepción y anunció que tenían que marcharse enseguida por un asunto urgente. Como ya había pagado la habitación por adelantado, le llevó muy poco tiempo ajustar la diferencia. Nakata se tambaleaba a cada paso que daba, pero podía andar.
—¿Cuánto ha dormido Nakata?
—A ver… —dijo el joven e hizo un cálculo mental de las horas—. Pues, unas cuarenta horas.
—Me da la sensación de haber dormido bien.
—¡Ya! Si con lo que has dormido, no te diera la sensación de haber dormido bien, ya me dirás de qué diablos serviría dormir. ¿Y qué abuelo, tienes hambre?
—Sí, tengo mucha hambre.
—¿Puedes aguantar un poquito más? Primero tendríamos que alejarnos de aquí. Luego ya comeremos.
—De acuerdo. Nakata todavía puede aguantar un rato.
Sosteniendo a Nakata, Hoshino salió a la calle ancha y paró uno de los taxis que pasaban. Le dio al taxista la dirección que el Colonel Sanders le había dictado. El taxista asintió y los llevó hasta allí. Tardaron unos veinticinco minutos en llegar. El coche atravesó la ciudad, circuló por la carretera nacional, entró en una urbanización de las afueras. Una zona elegante y tranquila, muy distinta de los alrededores del ryokan donde se habían alojado hasta entonces.
La casa era el típico edificio de cinco plantas, bonito y pulcro, que se puede encontrar en cualquier parte. Se llamaba Takamatsu Park Heights, pero se levantaba en una explanada y alrededor no se veía ningún parque. Subieron en ascensor hasta el segundo piso y el joven Hoshino localizó la llave debajo del paragüero. Se trataba de un piso normal de dos habitaciones. Dos dormitorios, un salón, una cocina-comedor y un cuarto de baño completo. Todo limpio y nuevo. Los muebles parecían casi por estrenar. Un televisor enorme y un pequeño equipo de música. Un tresillo. Dos dormitorios, cada uno con una cama. La cama, lista para ser usada. En la cocina, instalación completa de agua y gas, y en las alacenas, los cacharros de cocina y la vajilla básicos. De las paredes colgaban elegantes grabados. El apartamento parecía un piso de muestra que hubiera preparado el promotor inmobiliario de una urbanización de primera categoría, listo para enseñar a posibles futuros compradores.
—No está nada mal, ¿eh? —dijo Hoshino—. Personalidad no se puede decir que tenga, pero al menos está limpio.
—Es un lugar muy bonito —dijo Nakata.
Abrió el refrigerador de color hueso y vio que estaba atiborrado de alimentos. Sin dejar de murmurar, Nakata inspeccionó detenidamente todo lo que contenía y, al final, se decidió por unos huevos, pimientos y mantequilla. Lavó los pimientos, los cortó en trozos pequeños, los salteó. Luego cascó unos huevos dentro de un bol, los batió con los palillos. Eligió una sartén del tamaño adecuado y, con mano experta, hizo dos tortillas con pimientos. Tostó pan de molde, preparó un desayuno para dos, lo llevó todo a la mesa. Calentó agua e hizo té inglés.
—¡Qué bien se te da! —exclamó el joven Hoshino con admiración—. ¡Increíble!
—He vivido siempre solo, así que estoy acostumbrado a cocinar.
—Yo también vivo solo y no sé ni freír un huevo.
—Nakata siempre ha dispuesto de mucho tiempo libre. No tiene otra cosa que hacer.
Los dos comieron el pan, comieron la tortilla. Y, como se habían quedado con hambre, Nakata preparó un salteado de komatsuna[46] con bacon. Y tostó dos rebanadas más de pan. Con eso se sintieron, al fin, reanimados.
Después se sentaron en el sofá y se tomaron la segunda taza de té.
—Vamos —empezó el joven Hoshino—. Que tú, abuelo, has matado a un hombre.
—Sí. Nakata ha matado a un hombre —dijo Nakata. Y le contó los pormenores del asesinato a cuchilladas de Johnnie Walken.
—¡Alucinante! —exclamó el joven Hoshino—. ¡Vaya cosa más rara! Esta historia, por muy cierta que sea, la policía no se la va a creer. Yo, ahora, sí que me la creo aunque me cueste. Pero hasta hace poco tampoco me la habría tragado.
—Tampoco Nakata entiende qué pasó.
—Sea como sea, has matado a un hombre. Y, en un caso de asesinato, la cosa no se acaba diciendo «¡Qué cosa tan rara!». La policía se lo está tomando muy en serio y te persigue, abuelo. Ya los tienes en Shikoku.
—También a usted, señor Hoshino, le estoy ocasionando problemas.
—¿No tienes intención de entregarte?
—No —dijo Nakata con voz resuelta, cosa nada frecuente en él—. Antes sí la tenía, pero ahora no. Nakata tiene otra cosa que hacer. Si Nakata se entrega a la policía, no podrá realizarla. Y, entonces, no habría servido de nada venir hasta Shikoku.
—Debes cerrar la entrada que está abierta.
—Sí, exacto, señor Hoshino. Lo que se ha abierto tiene que cerrarse. Después, Nakata volverá a ser el Nakata normal. Pero antes tiene que hacer todavía algunas cosas.
—El Colonel Sanders parece que nos esté ayudando —dijo el joven—. El tío me enseñó dónde se encontraba la piedra y ahora nos está dando refugio. ¿Por qué lo hará? ¿Habrá entre él y Johnnie Walken alguna relación?
Pero cuanto más pensaba más se le embrollaban las ideas. «Es una pérdida de tiempo intentar encontrarle un sentido a las cosas que no lo tienen», se dijo. «Pensar mucho y mal equivale a no pensar», resolvió cruzándose de brazos.
—Señor Hoshino —dijo Nakata.
—¿Qué?
—Huele a mar.
El joven se acercó a la ventana, la abrió, salió a la estrecha veranda y respiró profundamente. Pero no logró percibir el olor a mar. En la lejanía se vislumbraba el verde de los pinos. Por encima flotaban unas nubes blancas de principios de verano.
—Pues yo no huelo nada —dijo el joven.
Nakata se acercó y husmeó el aire como una ardilla.
—Huelo el mar. Está muy cerca —afirmó señalando hacia los pinos.
—¡Caramba, abuelo! ¡Qué olfato más fino tienes! —dijo el joven—. Yo tengo un principio de sinusitis y no huelo nada.
—Señor Hoshino, ¿vamos paseando hasta la playa?
El joven se lo pensó un momento. ¡Bah! Por ir hasta la playa, ¿qué puede pasar?
—Sí. Vamos —accedió.
—Pero antes a Nakata le gustaría ir a cagar, si no le importa.
—¡Qué va! No tenemos prisa. Tómate todo el tiempo que quieras
Mientras Nakata estaba en el váter, el joven recorrió la habitación, examinándolo todo al detalle. El Colonel Sanders, tal como había prometido, les había preparado todo lo que podían necesitar. En el cuarto de baño encontró todos los artículos básicos, desde espuma de afeitar, cepillos de dientes nuevos, bastoncitos para limpiar las orejas y tiritas, hasta cortaúñas. Incluso había plancha y tabla de planchar.
«Aunque deje estos pequeños detalles en manos de la secretaria, desde luego, el tío está en todo. No falta de nada», se dijo el joven.
Dentro del armario descubrió, incluso, diversas prendas de vestir y también mudas de ropa interior. No había ninguna camisa hawaiana, sólo camisas a cuadros, normales y corrientes, y algunos polos. Todo de la marca Tommy Hilfiger, y por estrenar.
—El Colonel Sanders parecía una persona muy atenta, pero ya veo que no lo es —rezongó el joven sin dirigirse a nadie en particular—. Cualquiera se habría dado cuenta, de una ojeada, que me pirran las camisas hawaianas, que yo no me pongo más que camisas hawaianas. Habiéndose tomado tantas molestias, podía haberme traído una, ¿no?
Pero, como la camisa hawaiana que llevaba ya olía, como es lógico, a sudor, no le quedó otro remedio que meterse por la cabeza un polo. Era de su talla.
Los dos caminaron hacia el mar. Cruzaron el pinar, atravesaron el rompeolas y bajaron a la playa. Allí estaba el tranquilo mar Interior. Se sentaron en la arena, uno al lado del otro, y permanecieron largo tiempo sin decirse nada, contemplando cómo las pequeñas olas se alzaban, igual que una sábana henchida por el viento, y rompían en la playa con un suspiro. En alta mar se veían varias islas pequeñas. Ninguno de los dos estaba acostumbrado a ver el mar y, por más que lo miraban, no se aburrían.
—Señor Hoshino —dijo Nakata.
—¿Qué?
—¡Qué cosa tan grande es el mar! ¿Verdad?
—Sí. Mirándolo, uno se siente en paz.
—¿Y por qué será que mirándolo uno se siente en paz?
—Quizá porque es muy grande y porque no hay nada —dijo el joven señalando la extensa superficie del mar—. Suponte que por allá hubiera un 7-Eleven, por el otro lado unos Grandes Almacenes Seiyû, más allá un Pachinko, y más allá todavía una casa de empeños Yoshikawa, Entonces uno ya no se sentiría tan en paz. Está muy bien eso de que no haya absolutamente nada hasta donde alcanza la vista.
—Sí, tal vez —dijo Nakata y reflexionó unos instantes—. Señor Hoshino.
—¿Sí?
—¿Podría hacerle una pregunta?
—Dime
—¿Que hay en el fondo del mar?
—En el fondo del mar está el mundo del fondo del mar y en él viven muchos bichos. Peces, mariscos, algas. ¿No has ido nunca al acuario?
—Nakata no ha ido nunca, en toda su vida, al acuario. Nakata antes vivía en Matsumoto y allí no había acuarios.
—¡Ya me dirás cómo los va a haber! Matsumoto está entre las montañas. Y allí, como no monten un museo de la seta… —dijo el joven—. En fin, lo que te explicaba: en el fondo del mar viven muchos bichos diferentes. La mayoría de ellos respira tomando el oxígeno del agua. Por eso pueden vivir allí aunque no haya aire. No son como nosotros. Hay unos que son muy bonitos, otros que dan ganas de comértelos, otros que son peligrosos, otros que tienen muy mala pinta. ¡Uff! La verdad es que me resulta muy difícil explicar cómo es el fondo del mar a alguien que no lo haya visto nunca. Vamos, que es otro mundo. En las profundidades del mar apenas penetra la luz del sol. Y allí viven unos bichos con unos caretos horrorosos. ¿Sabes, Nakata? Cuando acaben todos estos líos de ahora, nos iremos los dos juntos al acuario. Yo hace mucho tiempo que no voy. Es un sitio divertido, no creas. Quizás, al estar tan cerca de la playa, en Takamatsu haya uno.
—Sí. A Nakata también le gustaría mucho ir al acuario.
—Por cierto, Nakata…
—Sí, señor Hoshino. ¿Qué sucede?
—Nosotros, anteayer a mediodía, levantamos la piedra y abrimos la entrada, ¿no?
—Sí, el señor Hoshino y Nakata abrieron la piedra de la entrada. Exacto. Y, luego, Nakata se quedó profundamente dormido.
—Entonces, lo que yo quiero saber es si pasó algo cuando abrimos la entrada.
Nakata asintió dando una cabezada.
—Sí, ocurrió.
—¿Pero aún no sabes qué?
Nakata negó categóricamente con la cabeza.
—No. Todavía no lo sé.
—Pues, entonces…, quizás, en algún lugar, esté ocurriendo algo.
—Sí, creo que sí. Tal como dice usted, señor Hoshino, por lo visto todavía ocurre algo. Y Nakata está esperando a que eso acabe de ocurrir.
—Y entonces, es decir, cuando eso acabe de ocurrir, todo quedará solucionado de la mejor de las maneras.
Nakata volvió a negar categóricamente con la cabeza.
—No, señor Hoshino. Eso Nakata no lo sabe. Nakata hace lo que tiene que hacer. Pero qué ocurrirá cuando él lo haga, eso Nakata no lo sabe. Nakata es tonto y esas cosas tan complicadas no las puede entender. No sabe qué sucederá en el futuro.
—Pero, por lo visto, aún falta tiempo, ¿verdad? Hasta que todo acabe de ocurrir y lleguemos a una especie de conclusión, ¿no?
—Sí. En efecto.
—Y nosotros, mientras tanto, debemos evitar que nos pille la policía. Porque aún tenemos cosas que hacer.
—Sí, señor Hoshino. De eso se trata. A Nakata no le importa ir a donde los guardias y hacer lo que le diga el señor gobernador. Pero, de momento, no puede ser.
—Oye, abuelo —dice el joven—. Si ésos escucharan tu historia, pasarían de ella y te obligarían a hacer una declaración en regla. O sea, que montarían la historia como a ellos les conviniera. Por ejemplo, que entraste a robar y que en la casa había alguien, que tú cogiste un cuchillo, se lo clavaste y lo mataste. Lo convertirían en una historia apañadita, fácil de entender. La verdad, la justicia y demás, eso a ellos se la trae floja. Lo único que quieren es pescar a todos los delincuentes que puedan para incrementar el índice de arrestos. Y luego te meterían en la cárcel, o en un psiquiátrico de esos cerrados a cal y canto. Lugares horribles, tanto el uno como el otro. Y no saldrías de allí en toda tu vida. Porque tú no tienes dinero para pagarte un buen abogado y te tocaría uno de esos abogados de oficio que hace lo justito por cumplir con el expediente. Como si lo estuviera viendo.
—Nakata no entiende esas cosas tan complicadas.
—Vamos, que eso es lo que hace la policía. Los conozco muy bien desde que era joven. Por eso, Nakata, no quiero tener tratos con ellos. La policía y yo nos llevamos mal.
—Si, señor Hoshino. Le estoy ocasionando problemas.
El joven Hoshino exhaló un profundo suspiro.
—Pero ¿sabes, abuelo?, ya lo dicen: «Si quiere veneno, trágate el bote».
—¿Y eso qué significa?
—Que si tomas veneno, pues, ya puestos, hazla gorda y trágate el bote y todo.
—Pero, señor Hoshino. Si una persona traga botes, se morirá. Los botes no son buenos para los dientes y, además, le dolerá la garganta.
—Pues sí. Tienes razón —dijo el joven ladeando la cabeza—. ¿Por qué debería tragarse alguien el bote?
—Nakata es tonto y no lo entiende bien. El veneno ya es malo, pero es que los botes están demasiado duros para tragárselos.
—Sí. Exacto. Ahora ya no lo entiendo ni yo. Es que yo también soy bastante zote, la verdad. No es por fardar, pero es así. ¡En fin! Lo que quería decirte es que, habiendo llegado hasta aquí, ya puestos, voy a protegerte y a ayudarte a escapar. No puedo creer de ninguna de las maneras que hayas hecho nada malo. Abuelo, no pienso dejarte tirado. Yo también sé lo que es la lealtad, ¿sabes?
—Muchísimas gracias, señor Hoshino. Gracias de corazón. No sé cómo agradecérselo —dijo Nakata—. En este caso, abusando de su amabilidad, Nakata querría pedirle un favor.
—Di.
—Es probable que necesitemos un coche.
—¿Un coche? ¿Va bien uno de alquiler?
—Nakata no sabe qué es eso, pero sirve cualquier coche. Da igual grande o pequeño, con que sea un coche es suficiente.
—¡Hecho! Lo de los coches es lo mío. Luego voy a buscar uno. Entonces, ¿vamos a ir a alguna parte?
—Sí. Quizá vayamos a alguna parte.
—¡Caray! Nakata, abuelo.
—¿Sí, señor Hoshino?
—Contigo no me aburro nunca. No paran de pasar cosas raras, pero al menos, eso sí puedo decirlo, cuando estoy contigo, abuelo, no me aburro nunca.
—Muchas gracias. Cuando me dice eso, Nakata se queda tranquilo. Pero, señor Hoshino…
—¿Qué?
—Si le soy sincero, Nakata no está muy seguro de lo que significa «aburrirse».
—Tú, abuelo, no te habrás aburrido nunca de nada, ¿verdad?
—No. A Nakata no le ha sucedido eso nunca.
—No, ¿verdad? Eso me parecía a mí.