Cabrán dudas sobre la pronta inestabilidad mental de Juana de Castilla; no las hay sobre su fortaleza física, muy por encima de la media de su tiempo, en cuanto a esperanzas de vida y frente a los fuertes riesgos que amenazaban entonces a la mujer, a la hora del parto. En ese sentido, si feliz fue el alumbramiento de la primera hija, Leonor, en 1498, en Lovaina, su segundo parto fue verdaderamente asombroso: hallándose en una fiesta palaciega en el castillo de Gante, Juana se encontró de pronto acosada por los dolores propios de una parturienta y apenas si le dio tiempo a retirarse de la fiesta[39], dando a luz sin mayores esfuerzos a su segundo hijo, y el primero de los varones: sería el futuro Carlos V, de tan profunda proyección en la historia, no ya de España, sino del mundo entero.
Corría la jornada del 24 de febrero de 1500, festividad de San Matías.
Y, sin embargo, nada hacía prever un mañana tan prometedor para aquella criatura. Para que así ocurriera, para que fuese el heredero de tantos y tan poderosos reinos, la muerte tuvo que trabajar a destajo, allanándole el camino.
En efecto, había demasiados candidatos por el medio, con mejores derechos que Juana y que aquel su primer hijo varón, aparte de que también la muerte acechaba al recién nacido.
Es cierto que ya había fallecido el príncipe don Juan, así como el hijo que había engendrado de la princesa Margarita de Austria, que había nacido muerto. Y que también lo había hecho Isabel, la primogénita de los Reyes Católicos. Aun así, todavía vivía el príncipe don Miguel, aquel que había sido proclamado heredero de las tres grandes Coronas hispanas: de Portugal, como hijo de Manuel O Venturoso, y de Castilla y Aragón, como nieto de los Reyes Católicos, nacido de su hija primogénita.
De forma que, en aquella carrera hacia el poder, faltaba por ver quién de aquellas dos criaturas sería capaz de superar mejor las mil trampas que entonces tendía la vida o, por mejor decir, la muerte a los recién nacidos.
Oportunidad nacida, como hemos indicado, porque aquel que tenía los derechos más claros y más incontestables al trono de la Monarquía Católica se había agostado torpemente en su guerra amorosa con la princesa Margarita de Austria. Y no puede silenciarse que el luctuoso suceso había sido temido por los médicos de la Corte, dada la débil complexión del príncipe don Juan, y que cabe cierta responsabilidad de todo ello a la reina Isabel, que no quiso atender los consejos de quienes le pedían que separase al Príncipe de su joven mujer, para evitar los excesos del sexo, tan peligrosos en la adolescencia.
Aquí, el testimonio de Pedro Mártir de Anglería es revelador, como quien se ve obligado a la censura hacia su Reina y señora:
La ensalcé por constante, sentiría tener que calificarla de terca y excesivamente confiada[40].
Y fue bastante el fallecimiento de don Juan para que se desatasen la ambiciones de Felipe el Hermoso, pretendiendo el título de Princesa de Asturias para su mujer Juana, con desprecio de los mejores derechos de la primogénita, la princesa Isabel; algo rechazado por los Reyes Católicos, que hicieron proclamar a Isabel y a su marido, el rey Manuel O Venturoso de Portugal, como los herederos del trono. Así lo hicieron las Cortes de Castilla reunidas en Toledo en 1498.
Pero cuando iban a realizar lo mismo las aragonesas, reunidas en Zaragoza, y como si hubiera sido víctima de un maleficio, moría en aquella ciudad, a consecuencia de un mal parto, la princesa Isabel, que ya era reina de Portugal, el 23 de agosto de aquel año de 1498.
La muerte seguía haciendo su oficio.
Aún quedaba una esperanza, sin embargo, de que heredase España un príncipe hispano, por cuanto Isabel había dado a luz un niño, de nombre Miguel, al que juraron como heredero tanto las Cortes portuguesas como las castellanas y las aragonesas. Las aragonesas, en septiembre de 1498, cuando todavía no había pasado el mes de la muerte de la madre; las castellanas, reunidas en Ocaña, en 1499, y en ese mismo año, las de Portugal. ¿Quién podía atreverse ante tan masivo apoyo de instituciones, de pueblos, de Coronas?
La muerte se atrevió.
Frente a las ambiciones de Felipe el Hermoso, apoyándose ahora en su esposa Juana, tan solo la débil pared de un recién nacido.
Acaso demasiado poco.
Un recién nacido al que sus abuelos maternos, llevándolo consigo a todas partes —y acaso eso no fuera lo más indicado, dada su tierna edad y lo que suponían entonces los viajes—, cuidaban con todo mimo. Y que la criatura estuviese a cargo de los Reyes Católicos no deja de ser asombroso, dado que vivía su padre, el monarca portugués. El mimo, pues, de Fernando e Isabel para aquella criatura que les recordaba a su hija primogénita fallecida.
Todo fue en vano. Estando en Granada la Corte, fallecía el príncipe don Miguel. De ese modo, los triunfos y las glorias de aquellos Reyes Católicos, que tanto habían asombrado al mundo, se convertían ahora en sufrimientos y dolores. Algo bien recogido por el cronista Andrés Bernáldez:
El primer cuchillo de dolor que traspasó el ánima de la reina doña Isabel fue la muerte del Príncipe [don Juan]. El segundo fue la muerte de doña Isabel, su primera hija, reina de Portugal. El tercero cuchillo de dolor fue la muerte de don Miguel, su nieto, que ya con él se consolaban[41].
Tal ocurría el 20 de julio de 1500.
La muerte, como la del poeta, fue en Granada.
Desde entonces, nada fue igual para la reina Isabel:
E desde estos tiempos vivió sin placer la dicha reina doña Isabel, muy nescesaria en Castilla, e se acortó su vida e salut[42].
Ahora sí que el camino de Juana al trono de las Españas quedaba libre. La muerte, la gran devoradora, había hecho su oficio.
Y lo que era dolor y lágrimas, en suma desolación, en una Corte, se convertía en gozosa noticia en la otra, en este caso en la de Felipe el Hermoso. Así nos lo refleja el cronista Lorenzo de Padilla:
Estando [el Archiduque] en esta villa [de Gante], por el mes de agosto, le llegó correo en once días de Granada despachado por Juan Vélez de Guevara, trinchante de la Archiduquesa, haciéndole saber la muerte del Príncipe don Miguel, que era la sucesión del Reino del [sic] Archiduquesa.
Y añade, con un realismo increíble:
Los Archiduques se holgaron desta nueva, como era razón[43].
E incluso añade el cronista una información que nos llena de dudas:
Este correo no llevó cartas del Rey [Fernando], ni de la Reina [Isabel] porque no se lo hizo saber Juan Vélez de Guevara…[44]
Estamos, por lo tanto, ante un servidor de los archiduques Felipe y Juana apostado en la Corte de los Reyes Católicos con la expresa misión de hacerles saber lo que pasaba en torno al príncipe don Miguel y que, secretamente, comunica a sus señores «la buena nueva» de aquella muerte, que tanto importaba a Felipe el Hermoso, como si la estuviesen esperando, además de estarla deseando.
Que así parece que es la naturaleza humana, cuando las ansias de poder andan por el medio.
En todo caso, ahora sí que los archiduques Felipe el Hermoso y Juana de Castilla podían titularse Príncipes de Asturias.