I

Ya lo hemos indicado: estamos ante una época de cambios asombrosos. En esos tres cuartos de siglo que corren entre 1479 y 1555, entre los fines del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI, Europa, y el mundo entero, experimentan una profunda transformación.

En efecto, cuando nos asomamos a un mapa histórico de fines del siglo XV, lo primero que constatamos son los grandes cambios que se están produciendo. Europa, empujada en el Este por el Imperio otomano, se vuelca en el Océano. Pero para los europeos la mayoría de los mares y de las tierras de ultramar son aún el más puro de los misterios. La misma África solo está incorporada en su borde mediterráneo. Los continentes americanos son un enigma, y no digamos Australia, Nueva Zelanda y Nueva Guinea. Por supuesto, Rusia todavía no ha franqueado los Urales, y la enorme Siberia es otra terra ignota. Nadie sospecha la existencia del océano Pacífico e incluso está por averiguar si era cierto aquello que habían afirmado algunos sabios de la remota Antigüedad, a saber, si la Tierra era redonda.

Tres cuartos de siglo después, tal panorama ha experimentado un impresionante cambio. Las rutas oceánicas, surcadas principalmente por portugueses y castellanos, pero también por italianos, ingleses y franceses, han ensanchado ampliamente los conocimientos sobre la Tierra. Ya se ha producido el primer viaje de circunnavegación, aquel iniciado por Magallanes y coronado por Elcano, entre 1519 y 1522, y los españoles han puesto el pie en las islas Filipinas. Y son también los españoles, castellanos en su mayoría, los que han saltado al continente americano, asentándose fuertemente desde Río Grande, en México, hasta Santiago de Chile. Entre tanto, Portugal ha consolidado su talasocracia marítima, bordeando la costa occidental africana, adentrándose en el océano Índico y alcanzando con Vasco da Gama las ricas tierras de la India, la gesta que cantaría pocos años después un poeta de excepción: Camoens. A su vez, desde el este de Europa, Rusia inicia la penetración en Siberia.

Es asistir a una creciente comunicación entre los pueblos de los distintos continentes. Por primera vez, se está realizando una política —y una economía— a escala mundial.

Es un mundo en expansión.

Y en ese mundo brillan las Artes y las Ciencias. Es todavía, no lo olvidemos, la época del espléndido Renacimiento, cuando figuras como Rafael, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Tiziano despliegan la maravilla de sus lienzos, cuando se pintan La Sagrada Cena o los frescos de la Capilla Sixtina. Cuando Erasmo extiende su magisterio espiritual por media Europa, cuando Copérnico escribe su De revolutionibus orbium coelestium y Vesalio su De humani corporis fabrica, de forma que el uno da a conocer a los hombres las maravillas del Universo, y el otro las peculiaridades propias del cuerpo humano.

Son los tres magnos descubrimientos de la época: el hombre, la Tierra, el Cosmos. Por primera vez se precisa cómo está compuesto el cuerpo humano, por primera vez se comprueba que la Tierra es redonda, por primera vez se afirma que la Tierra es la que gira en torno al Sol, y no a la inversa[6].

Pero también es un tiempo de luchas, de conflictos, de divisiones. En Alemania, un contemporáneo de la reina Juana de Castilla, de nombre Lutero, ha osado enfrentarse con Roma, la Roma católica de los Papas, iniciando una tremenda escisión en la Cristiandad, que tomará el título de Reforma.

Por otra parte, las fuertes personalidades que dominan el escenario político han dado en convertirse en señores de otras tierras y de más reinos. Es la época de Francisco I de Francia y del otro Emperador de Oriente, el señor de Constantinopla, aquel Solimán el Magnífico que quiere hacer sombra a Carlos V, el hijo de la Reina de Tordesillas.

Pero estas indicaciones sobre la época, relativas sobre todo a la política internacional, siendo adecuadas para enmarcar la vida de Juana de Castilla, no son suficientes. Resulta más preciso señalar cómo estaba organizada aquella Corona, y más aún, cómo eran las creencias y las costumbres de aquellos tiempos. A esos efectos, Juana vive toda su vida, a partir de la muerte de su esposo, en una parte muy peculiar de lo que se denominaba la Monarquía Católica. Y le damos ese nombre, que era ya el utilizado más frecuentemente entonces, porque su soberano regía unos países que desbordaban con mucho a España, y porque en esa misma España las leyes, las costumbres y la lengua diferían mucho, si se trataba de reinos de la Corona de Castilla, o si lo eran de la Corona de Aragón.

Por lo tanto, conviene polarizarse en esa Castilla, de donde, a partir de 1506, ya no saldrá Juana en el resto de su vida.

Y algo que conviene recordar es la gran división territorial que entonces existía entre una Castilla de realengo y una Castilla de señorío; la primera, que no abarcaba más allá de la tercera parte del territorio castellano, era sin embargo la más pujante y donde descansaba el verdadero poderío del Rey. Sus principales ciudades y villas eran, además, las que controlaban las Cortes que, incluso con sus limitaciones, dejaban sentir su voz en temas tan importantes como la sucesión, el pago de los servicios a la Corona, o la presentación de las quejas del Reino para su debido remedio por el monarca.

Esa Castilla de realengo estaba gobernada por un Consejo, pues aunque su carácter era consultivo, para asesorar al Rey (y de ahí su nombre: el Consejo Real), de hecho gobernaba el país en nombre del monarca. Eso, desde el seno de la Corte. En lo territorial, el Consejo descansaba en la labor de los Corregidores, que administraban gobierno y justicia en los 66 Corregimientos con que los Reyes Católicos habían dividido el territorio de Castilla. Con lo cual, y teniendo en cuenta que también habían sido ellos los que habían reorganizado el Consejo Real, poniéndolo bajo la primacía de los letrados —lo que ocurrió en las Cortes de Toledo de 1480, cuando Juana de Castilla tenía un año de edad—, y considerando que también fueron ellos los que introdujeron el sistema inquisitorial, podremos darnos cuenta de hasta qué punto Castilla fue transformada a lo largo de la vida de aquella Reina. Una Castilla que había visto ampliados sus horizontes hasta límites insospechados por los antepasados; en primer lugar, con el remate de la Reconquista, con la conquista de aquel fabuloso reino nazarí de Granada, hazaña que haría célebres a los Reyes Católicos, que en solo diez años habían domeñado aquel reino musulmán que, protegido por la fragosidad de Sierra Nevada, parecía de todo punto inexpugnable. Después se había incorporado el reino de Navarra, acontecimiento también de particular importancia, realizado cuando ya Juana era, de derecho, la legítima Reina de Castilla. Añadamos la expansión por el norte de África y por el sur de Italia, amén de todas las hazañas cumplidas por los castellanos al otro lado de los mares, y tendremos ya una idea de lo que suponía vivir en aquella Castilla; era lo que se resumía en el lema de aquel hidalgo castellano del Quinientos, representado en un grabado de la época con su espada y un compás, y con esta breve pero expresiva frase:

Con la espada y el compás
y más, y más, y más, y más.

Hemos hablado de una Castilla de realengo. Por supuesto, de realengo era la villa de Tordesillas, donde desde los tiempos de Pedro I existía un palacio regio. Por lo tanto, lugar para asentamiento del Rey —en este caso, de la Reina—, con la ventaja de estar a una jornada de Valladolid, una de las mayores urbes meseteñas, como asiento que era del principal Tribunal de Justicia: la Chancillería. Valladolid era también asiento preferente de aquella Corte nómada. Lo había sido, durante muchas jornadas, para los Reyes Católicos —allí habían efectuado sus esponsales—, y lo sería más tarde para la Corte de Carlos V y de su esposa, la emperatriz Isabel de Portugal. Por eso cuando en 1507 Fernando el Católico se plantea el problema de encontrar un lugar para establecer la morada fija de Juana, se acaba decidiendo por Tordesillas. Tal designación provocaría un cambio: al poner al frente de la Casa de doña Juana al marqués de Denia, Carlos V le dio también el mando de la villa, con título de Gobernador. Por eso no encontramos corregidores en Tordesillas mientras en ella vive la Reina cautiva[7].

Adentrándonos por los recodos de las creencias y de las costumbres, lo más importante a destacar sería en qué grado y medida aquella sociedad estaba inmersa en un ambiente mágico.

Algo que, evidentemente, requiere un capítulo aparte. No olvidemos que entonces se pensó muy en serio hasta qué punto no estaría doña Juana embrujada. Ella misma se quejó una y otra vez de que las dueñas que mal la servían no eran sino brujas. Y el nombre del maligno circula más de una vez por los escritos de aquellos que entraron en la Corte de la Reina.

Y aquí surge la pregunta clave: ¿Qué entendemos por mentalidad mágica?