32

Así al fin supimos quién era el culpable. Como dijo el sargento Beef, la prueba de la almohada y la funda no era circunstancial, sino cierta. No puedo aducir que yo había sospechado del doctor Thurston, porque me había parecido imposible que él, que había estado con nosotros desde que la señora Thurston se fue a la cama hasta que la encontramos aparentemente asesinada, podía tener algo que ver con el asesinato. ¿Quién podría haber sospechado que su cómplice, su desdichado e inconsciente cómplice, había sido justamente la mujer asesinada? Parecía demasiado espantoso, pero incluso al pensarlo, me di cuenta de que era diabólicamente inteligente.

Pero un hombre había decidido ser leal a Thurston. El doctor iba a hablar en respuesta al sargento Beef cuando Williams le puso una mano en el hombro.

—Doctor, como su abogado le prohíbo que diga nada en respuesta a esto por el momento. Todo es ridículo, y podremos probar que este policía estúpido ha cometido un error.

Lord Simon se reclinó en su asiento.

—Esta vez no, Williams —dijo—. No me apasiona defender a la policía, pero me han bajado los humos. —Luego agregó—: ¡Señor! ¡Qué alivio haberse equivocado aunque sólo sea una vez! ¡No saben lo monótono que es ser infalible!

—Yo también, el gran Amer Picon, quedo satisfecho. Al fin he dado el faux pas. Hurra, como dicen ustedes, ¡es una novedad!

Y monseñor Smith murmuró en voz baja.

—Estoy muy, muy contento.

—De todos modos —dijo Williams furioso—, no diga nada, doctor, hasta que hablemos en privado. —Luego se dirigió a Beef—. Entiendo que no hay objeción en que el doctor Thurston venga conmigo al estudio un momento antes de que usted… siga adelante.

—Ninguna, señor. Hay policías en los jardines y nadie puede salir. Le doy diez minutos.

Los dos salieron de la habitación y el sargento Beef hizo un ruido desagradable como si estuviera chupándose los dientes, lo cual probablemente estaba haciendo. Luego, de repente, se puso de pie despacio.

—No sé si debería dejarlos solos… —empezó a decir.

Pero sus palabras fueron bruscamente interrumpidas. Se oyó el estampido de un disparo de revólver que pareció estremecer la casa, y retumbó ensordecedor en mis oídos durante algunos segundos. Saltamos y corrimos al vestíbulo. La puerta del estudio estaba abierta, y el pesado cuerpo del doctor Thurston yacía sobre el suelo cuan largo era, aferrando todavía el revólver con la mano derecha. Williams se arrodilló a su lado, y lo mismo hizo Beef.

—Me temo que no pueden quedar dudas sobre la muerte en este caso —dijo Williams—. Debe de haber sido instantánea.

—¿Cómo ha sucedido? —pregunté.

—Me trajo aquí, y luego me pidió que le dejara solo un momento. Dijo que quería serenarse antes de hablar conmigo. Y como un tonto le hice caso. Por alguna razón no se me ocurrió que ésta fuera su intención. Apenas abrí la puerta oí el disparo a mis espaldas.

—Volvamos a la otra habitación —dije yo, pues el cuerpo del muerto era horrible. Había una expresión de horror y sobresalto en la cara muerta de Thurston que me resultaba insoportable. Antes de dejarlo, sin embargo, taparon el cadáver con una manta, y Beef se ocupó de cerrar la puerta con llave cuando salimos todos de la habitación.

—Bueno, parece muy apropiado para probar su teoría, sargento —dijo Williams, cuando habíamos vuelto a la atmósfera más natural de la sala.

Y en verdad que si era necesario obtener otra prueba, era ésta. ¿Qué podía ser más definitivo que el suicidio del protagonista? Pero al parecer Beef se sentía molesto.

—¿Qué teoría? —dijo—. Yo no tenía ninguna teoría.

—Sí, la tenía —dijo Williams—, y muy brillante, y ahora resulta asombrosamente cierta. ¡Pobre Mary! ¿Cuál sería el motivo de Thurston? Supongo que lo sabremos cuando revisemos los papeles de ella. Fue una idea maligna e inteligente, que Thurston la convenciera de ese simulacro y luego, con la coartada establecida, volviera y la matara.

El sargento Beef estaba parado entre nosotros y la puerta.

—¿Quién ha dicho que el doctor Thurston volviera y la matara? —preguntó de pronto.

Por un instante no comprendí las implicaciones de esta extraordinaria pregunta, luego me horrorizó ver que el sargento había sacado un par de esposas y se había incorporado cuan alto era.

—Samuel James Williams —dijo—, es mi deber arrestarlo. Está acusado del asesinato de Mary Thurston y del asesinato del doctor Alexander Thurston. También es mi deber advertirle que cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra.

Antes de que yo me hubiera recobrado de la sorpresa vi que le había puesto las esposas al abogado.

—Pero… pero… —dije—. Acaba de probar que fue el doctor Thurston.

—Le ruego que me perdone, señor, no he probado nada de eso. Supe que era él todo el tiempo.

Entonces el sargento Beef hizo algo muy común. Sopló fuerte en un silbato.

—¡Ay! —dijo lord Simon, cuya sensibilidad fue herida por el ruido.

Entraron dos policías.

—Llévenselo —dijo el sargento Beef—. No dirá nada, siendo abogado. Pero no se salva de ésta. Lo van a colgar por el cuello hasta que muera, ya lo verán.

Tras lo cual el sargento se sirvió un vaso de cerveza, y después de pasarse la lengua concienzudamente por los extremos del desordenado bigote pelirrojo, dijo:

—Ya ven, caballeros, yo no tenía teorías, como las de ustedes. Sigo creyendo que eran notables. Pero sabía quién lo había hecho. Era muy sencillo. Lo que les dije de la broma era cierto. Fue idea del doctor Thurston, una broma. No tuvo más intención que ésa, ¿entienden lo que quiero decir? Sacó la bombilla para hacerla mejor, pues no quería que nadie viera que todavía estaba viva y se estropeara todo, y cortó el teléfono para que nadie llamara a la policía, nosotros viniéramos y se metiera en líos por molestarnos sin motivo. Luego todo sucedió como dije que había sucedido. Pero cuando Williams estaba registrando el cuarto vio de reojo que la señora Thurston estaba tan muerta como él. O quizás la oyó reírse. Y tiene una mente rápida. «¡Caramba!, he aquí la oportunidad de eliminarla», pensó. Se deshizo de todos ustedes. El doctor Thurston tenía que actuar como si estuviera muy afligido, para seguir la broma, así que se quedó abajo. En ese momento, Williams, que habría dicho que iba a intentar de nuevo llamar por teléfono subió y le cortó la garganta mientras ustedes registraban el jardín… Tiró el cuchillo por la ventana, como dije. No fue mucho antes de que usted lo encontrara. Señor Townsend. Con razón la sangre estaba todavía fresca.

»Ya ven, Williams fue un asesino de los más inteligentes, el que sabe cómo aprovecharse de una oportunidad. Eso es la mitad de la partida. Soy de la opinión que cualquiera puede ser asesinado, y el culpable no será encontrado si el asesino lo hace en el momento justo. Eso es lo que pensó Williams cuando simulaba registrar la habitación. Sabía que el doctor Thurston estaba en el juego con ella, pero sabía muy bien que cuando el doctor descubriera que ella estaba muerta de verdad, nunca se animaría a revelar la verdad, porque él mismo sería colgado, seguro. Sólo tenía que asegurarse de que el doctor subiera solo, y lo descubriera a solas, también.

»No creo que fuera difícil. Sabía que el doctor estaba solo en la sala. Lo único que debía hacer era sugerirle algo que le hiciera subir otra vez. Quizás dijo oír un ruido desde el dormitorio. Quizás no tuvo que sugerir nada, porque el doctor querría ir a reírse con su esposa de la broma, cuando todos ustedes estaban fuera del camino. Nunca lo sabremos. Pero de todas formas, Williams volvió a la antesala y dijo que era imposible comunicarse por teléfono, como si no hubiera dejado de insistir.

»Entonces el doctor Thurston subió a ver a su esposa. Pero al entrar en el dormitorio descubrió que había sido asesinada. Iba a gritar cuando vio que su situación no era muy clara. Era inocente, pero después de todo fue él quien sugirió ese juego estúpido. La hizo simular. Y cuando cualquiera viera cómo había sido cometido el crimen, sospecharían de él. Especialmente ahora que él estaba solo con ella. Así que no dijo nada y bajó, justamente lo que esperaba Williams.

»Abajo se encontró con Townsend, Strickland y Norris, que volvían de registrar los jardines. Sabía que era alguno de ellos quien lo había hecho, pues todos estuvieron en el cuarto de arriba, pero no sabía de quién sospechar. Entonces les preguntó dónde habían estado. Pero vio que parecería extraño que se pusiera a hacer preguntas, y se calló. Sin embargo, a partir de ese momento deseaba que se descubriera al asesino. No le gustaba guardar el secreto, pero tenía suficiente cabeza para darse cuenta de que lo colgarían si contaba toda la historia de la broma.

El sargento hizo una pausa para beber otra vez.

—No hay mucho más que contar, excepto que no debería haberlos dejado nunca que entraran solos en el otro cuarto. El doctor Thurston estaba a punto de contarlo todo, cómo planeó la broma con su esposa y que no tenía nada que ver con el asesinato, cuando Williams, como vieron ustedes, le detuvo. El doctor Thurston no sabía de quién sospechar, pero nunca sospechó de Williams. Le llevó como un corderito al otro cuarto. Para decir la verdad, no tendría que haberlos dejado ir, pero esperaba conseguir más evidencias si Williams le decía que no dijera nada y él llegaba a sospechar de Williams. Apenas llegaron allí Williams le disparó, le puso el revólver en la mano y abrió la puerta, con una historia a punto de cómo el doctor Thurston se había suicidado al darle la espalda. Si eso hubiera resultado, habría sido inteligente, ¿se dan cuenta?

»Williams debe de haber creído que yo sospechaba del doctor Thurston. Pero yo no sospechaba. Sabía que era Williams.

—¿Por qué? —pregunté—. Después de todo, fue Thurston el que organizó la «broma». Fue Thurston el que dijo que ella estaba muerta. ¿Cómo sabía usted que fue Williams el que volvió a ese cuarto y mató a la señora Thurston?

—Sencillo, señor. Le he dicho que no tengo teorías. No soy bueno para esas cosas. Soy un policía común y corriente, como se dice. Descubrí cómo se había cometido el crimen por las manchas de sangre y de tinta. Y descubrí quién había cometido el crimen por las manchas de sangre y de tinta también. Usé los métodos del reglamento. Nunca me han servido esos trucos de imaginación como mástiles a media asta, arañas y moscas, Sidney Sewell y esas cosas. Ustedes, caballeros, entienden todo eso. Yo tengo que seguir instrucciones de procedimientos en un caso de asesinato. Entonces cuando descubrí las manchas tenía que buscar en la ropa que todos ustedes habían usado esa noche. Y en la manga izquierda de la camisa de Williams, cerca de la axila, encontré una mancha rosada muy débil. Y sabía que era tinta roja. Cuando agarró la primera funda con la tinta roja, la escondió en el chaleco para después quemarla. Y aunque para entonces ya estaba casi seca, dejó una pequeña mancha. Después en el puño también encontré otra macha. Ésta también era roja, pero no era tinta, era sangre. Muy probablemente habría más en la chaqueta, pero la había mandado a lavar. Era casi imposible que alguien la viera. Era pequeña, justo en el borde del puño. Por eso supe que era él.

»Pero tendremos muchas más pruebas. No dejó huellas digitales porque tuvo tiempo. Pero cuando mató al doctor Thurston estoy seguro de que las dejó en el revólver, pensando volver más tarde a limpiarlas. Ahí lo agarramos. Además, cuando se haga la indagatoria de la muerte del doctor Thurston, descubrirán que el tiro que lo mató no pudo ser disparado por él mismo. Siempre se sabe si el tiro vino desde un metro o un metro veinte de distancia o desde cerca de la cabeza.

»Pero hay una prueba más importante contra él. En la estufa de su dormitorio encontré restos de tela quemada, y la mandé a Scotland Yard para que la examinaran. Resultó ser del mismo material que están hechas todas las otras fundas. Bueno, eso no habría sido concluyente si la muchacha no me hubiera contado lo de las chimeneas en las habitaciones. ¿Recuerdan cómo él me hizo callar cuando le empecé a preguntar a Enid sobre eso? ¿Y que para no resultar pesados ustedes, caballeros, le dieron la razón? Bueno, tuve que hablar con ella más tarde. Dijo que a Williams no le gustaba que le encendiera el fuego en la habitación. Y Williams nunca había encendido el suyo. Y cuando ella vino a limpiar el hogar serían las nueve, porque yo lo había examinado nada más llegar aquella mañana y encontré el pedazo de tela chamuscada. Me pareció entonces que el carbón estaba caliente todavía y ella dice que cuando fue a limpiar estaban tibios. Había un balde pequeño con carbón, y no lo habían usado todo. Así que no pudo encender el fuego hasta la madrugada, para quemar la funda, por lo que ninguna otra persona pudo entrar en la habitación para quemarla allí.

—¿Pero qué motivo tuvo? —pregunté. Ahora el mío no era escepticismo, sino curiosidad.

—¿El motivo? Tenía más motivos que nadie. Lo primero que hice fue revisar los papeles de la señora Thurston. Él tenía todo el dinero de ella. Para invertir, claro. ¿No les pareció extraño que una señora con dos o tres mil libras de renta anual, que nunca vivió con extravagancia, tuviera la cuenta bancaria tan limpia que no pudiera hacer un reintegro aun enfrentada a un chantaje? Bueno, ésa es la razón. Todo lo que no gastaba de sus ingresos se lo entregó a Williams durante años para que invirtiera por ella. Y él se lo gastaba. Y ahora, que Stall y Strickland la apremiaban, quería un poco. Pero no había nada. Claro que al llegar este fin de semana, él no pensó que se le presentaría una oportunidad tan buena de eliminarla sin ser atrapado.