Yo supuse que uno de los «moños» que monsieur Picon agregaría a la brillante reconstrucción del crimen hecha por lord Simon aludiría a Enid, la criada, por cuyos movimientos había dejado ver un interés tan agudo. Pero no veía qué más podía decirse. Lord Simon había sido tan exhaustivo y completo, sin olvidar ni el punto más trivial, y dando razones para cada hecho conocido, que no parecía quedar mucho para ser divulgado por monsieur Picon. No obstante, el hombrecito parecía ansioso por hablar, y exaltado por algo que debía comunicarnos, así que todos volvimos a reclinarnos en nuestros asientos y nos dispusimos a escucharlo.
—La suya —le dijo a lord Simon— fue una interesante teoría. Muy ingeniosa, mon ami. He escuchado con plaisir cada palabra. Por desgracia, sin embargo, es incorrecta, desde el commencement. El caballero llamado Strickland, tan jovial y tan sportif, como nos ha contado el buen Boeuf, es tan inocente del asesinato como usted o yo.
No puedo exagerar el efecto de esta asombrosa declaración. Lord Simon, por supuesto, fue el menos afectado y continuó bebiendo su coñac a pequeños sorbos, inmutable. Pero Butterfield se sobresaltó, y quedó pálido. Era evidente que nunca antes había oído que se cuestionaran las teorías de su patrón por quienes no fueran inspectores de policía, espectadores nada inteligentes o criminales. Que el celebrado monsieur Picon cometiera tal error le parecía increíble. Williams y yo nos incorporamos con violencia y hasta monseñor Smith mostró un ligero interés.
—Pero no tema —continuó el detective extranjero—, yo, Amer Picon, les revelaré todo. Todo. ¿Están listos? Allez… hoop!
»Ya les he dicho, creo, que cuando parece no haber motivo en el cerebro, uno debe buscar en el corazón. Éste no fue un asesinato del intelecto, aunque por su simplicidad fue difícil de reconstruir, sino un crimen pasional. Se sorprenden, ¿no? Eh bien, amigos, yo también fui sorprendido en este caso.
»Examinemos, si me permiten, a los ocupantes de esta casa antes de este violento suceso. Tenemos al jovial doctor Thurston, un caballero inglés que, como tantos de vuestros caballeros ingleses, no ven más allá de sus narices. Tenemos a madame Thurston, muy buena, muy sencilla, y un poco, debemos admitirlo, un poco estúpida. Tenemos al mayordomo, Stall, lo que ustedes llamarían “un vivo”, ¿eh? Y a la competente cocinera. Luego tenemos al joven Fellowes, que sabe lo que es estar en una cárcel, y a la muchacha Enid, de sangre mixta y antecedentes algo desdichados. Voilà: el reparto.
»¿Qué sigue ahora? Aquí tenemos el eterno triángulo, n’est-ce pas? Madame Thurston está encariñada con el joven chófer, quien a su vez está enamorado de Enid, que está muy enamorada de él. Y éste es el principio del conflicto. Amigos míos, cuidado con ese pequeño triángulo. Es peligroso.
»Todo es secreto. El buen doctor no debe saber nada, nada en absoluto. Madame Thurston puede dar un paseo en el coche para charlar con el joven que adora, pero debe ser clandestino. Enid puede saberlo todo, pues su novio le asegura que no debe tener dudas, pero ella no debe dejar ver ante madame Thurston que sabe nada. Y cuando el mayordomo, Stall, roba la fatal carta incriminadora de madame Thurston al chófer y la usa para chantajear a la señora, ella debe guardar silencio ante Fellowes, y ocultarle lo que sucede, para evitar que ataque al mayordomo y todo se descubra, todo termine. ¿Ven los secretos que había aquí?
»Dos personas además del astuto Stall sospechan de madame y su chófer: la cocinera y el párroco. Pero la cocinera está contenta con su trabajo, y, con mucha sensatez, decide que no es asunto suyo aunque, como nos dijo, había cosas que no le parecían bien. Y el párroco, no está seguro. Le gusta el espionaje, al buen párroco, y pronto sabrá más.
»Mientras tanto, como tantos hogares, este hogar sigue su curso. Por debajo de la rutina madame Thurston esconde su amor, y la tortura de ser chantajeada. Enid oculta el fuego furioso de sus celos, que persiste a pesar de lo que diga su novio. El chófer le oculta a la señora madura su amor por la muchacha. El chantajista oculta sus actividades a todos, excepto a madame Thurston. Y todos ocultan todo ante el doctor Thurston. Voilà, qué atmósfera. Todos tienen secretos. Pero la casa sigue como cualquier otra.
»¿Y por qué? Porque, amigos, hay dinero. Para los sirvientes hay buenos sueldos ahora, muy buenos. Y está el testamento que los hará ricos a todos algún día. Y muchas cosas se soportan por dinero. Así continúa todo, y se acerca el momento de este fatal fin de semana, en el cual las cosas llegan a un clímax.
»Ahora todos se aproximan a lo que se llama punto límite. Pero más que nadie el chófer. Hace tres años que trabaja aquí, y aún no se ha casado con Enid. Quiere comprar una pequeña posada. Tiene algún dinero ahorrado, pero no bastante. Enid también quiere irse con él. ¿Pero cómo? Si dejan este trabajo quizás no puedan encontrar otro donde estén juntos. Cuando estamos enamorados somos esclavos. Deben quedarse aquí y trabajar, y él debe ser amable con la señora, y ella debe soportar los latigazos de los celos. No hay escapatoria, al parecer.
»Pero está el testamento. ¿No nos olvidábamos del testamento, de la trampita que madame Thurston les ha tendido a sus sirvientes? Voilà, ¡una oportunidad! Si madame muriera ahora súbitamente, de cáncer o pulmonía, digamos, todo se arreglaría. Serían ricos, podrían comprar la posada, no habría más celos para Enid, ni Fellowes tendría que volver a lavar el coche. Si… ¿pero por qué soñar? Madame es fuerte. Madame puede vivir otros treinta años. ¿Por qué soñar?
»Y sin embargo, ¿por qué no? Si algo le pasara a madame, ahora, eso ayudaría. Un accidente, un accidente fatal. Ya las ideas cobran vida. Ya comienza el plan. Y en cuanto al momento, ¿cuándo mejor que este fin de semana, con tantos invitados? Hay que encontrar la manera de hacerlo. Eso es lo más importante, la manera de planear ese lamentable accidente fatal, sin que haya posibilidad alguna de que la policía meta la nariz después. Ése es el gran interrogante.
»Y, messieurs, nosotros los que sabemos algo de estos asuntos sabemos demasiado bien que cuando lo demás está decidido, siempre se halla la manera. Demasiado pronto. Y así nos encontramos con Fellowes, el chófer decidido a que madame Thurston sufra el accidente mientras se acerca el fin de semana. Fue con esta atmósfera de crimen en potencia que llegaron ustedes a pasar el fin de semana.
»El chófer fue marino. Cuando vi por primera vez que entre los tatuajes de su brazo había una representación de la Cruz del Sur, me convencí de eso, y luego él lo admitió. Y se me ocurrió la idea, la obvia idea, de que un marino sabe trepar a una soga. Era una idea tan sencilla que hasta se le habría podido ocurrir a un niño. Pero hay que andar con ojo ante las posibles complicaciones. La idea era correcta. Pudo haber sido de otro modo, pero como verán era correcta.
En este punto Sam Williams interrumpió con bastante impaciencia.
—Pero monsieur Picon —dijo—, ya hemos hablado una y otra vez de la posibilidad de que alguien haya salido por esa ventana, y se ha probado que no era posible en el tiempo…
—Paciencia, por favor —dijo Picon—, paso a paso, si desean escucharme. Yo, Amer Picon, les contaré todo. Eh bien, aquí estamos con un chófer que sabe trepar por una cuerda. Pero ¿de qué sirve eso? Debe tener una coartada. No es divertido cometer un crimen y ser atrapado escapando por una soga. Pas du tout. Hay que hacerlo bien. ¿Cómo? Ah, entonces llega la gran idea. El chófer ve justo cómo la pauvre madame Thurston puede sufrir el accidente, cómo él y Enid pueden heredar algo de dinero y escapar sin despertar sospechas. ¡Una gran idea, esta vez! Y una que puede engañar a casi todos los detectives. A todos excepto a Picon. Pues Picon también tiene ideas a veces.
»La habitación debe estar algo oscura, y el chófer debe ir a ver a madame. Lo cual, ya sabemos, no era inusual. Debe cerrar la puerta. Eso también pudo haber pasado antes. La soga cuelga en la ventana, suspendida con firmeza desde la ventana de la cámara de las manzanas. Esconde la soga. Baja a la cocina. Conversa con la cocinera. Voilà un menu!
»Mientras tanto la joven, Enid, hace su parte. Está en el dormitorio del doctor Thurston, separado del de madame Thurston por una pared. Se para junto a esta pared. Espera hasta que su novio haya bajado a la cocina y el asesinato esté consumado. Luego, aaaayyy, aayyy, grita. Es madame Thurston cuando la asesinan. ¿Pues quién puede distinguir los gritos de dos mujeres? Uno puede conocer muy bien las voces, pero con los gritos es diferente. Nadie se daría cuenta. Y bien cerca de la pared, debe parecer que vienen desde el cuarto de la pobre mujer. Luego, lo demás. Se echa la puerta abajo, se descubre el crimen. ¿Quién lo ha hecho? Por cierto no el chófer, pues estaba hablando con la cocinera. Por cierto no Enid, pues llegó de inmediato a la puerta. Por cierto no Miles, pues estaba con Boeuf. Ése fue el plan. Inteligente, n’est-ce pas? Pero no lo suficientemente inteligente para vencer a Amer Picon.
»Y ahora veremos en qué terminó ese plan. Allons! Voyons! A la gloire!