—Se preguntarán cuál era el plan. Intriga diabólica. Lo primero que vio cuando empezó a buscar la manera de eliminar a su madrastra fue que necesitaría un cómplice. Y lo primero que yo vi, que supongo fue lo primero que vimos todos en este asesinato, es que había un cómplice. Caramba, si no había nada sobrenatural el asesino tuvo que tener un cómplice para escapar de la habitación y dejar la puerta cerrada, y no dejar rastros en la huida dos minutos más tarde. Y para Strickland había un obvio asistente, a mano y dispuesto: el chófer Fellowes. Pero no era tan tonto como para hablar con Fellowes hasta haber decidido que este fin de semana era el elegido.
»Ojo, miren que sabía el terreno que pisaba. Es seguro que esta idea de asesinar a su madrastra estuvo en su cabeza, mucho tiempo, y en todas sus visitas recientes habló con el chófer. Conocía su historia. Sabía que había estado preso. Sabía que la única ambición de su vida era salir de este lugar con dinero suficiente para comprar un bar y casarse con Enid. Sabía que había una especie de affaire entre él y la señora Thurston. Y lo juzgó, sin equivocarse, el hombre ideal para su plan.
Aquí el sargento Beef interrumpió en voz alta.
—Bueno, no lo creo —dijo, cruzándose de brazos—. Conozco a Fellowes. Rudo sí, y tuvo problemas hace tiempo, robo, pero no asesinato. No lo creo. Podía poner dos dardos sobre tres en el dieciocho doble las veces que quería, y no creo que haya tenido nada que ver con cortarle la garganta a esa señora. No lo creo. Además, sé quién lo hizo.
Lord Simon sonrió con paciencia.
—Me alegra oír de la habilidad de Fellowes en el pasatiempo que parece absorber casi todo su tiempo y atención, sargento. Pero me temo que no veo la conexión. Además, ¿le he pedido que creyera a nuestro joven amigo culpable de asesinato? Debe aprender la virtud de la paciencia, sargento. Es útil en este trabajo. Y no saltar a conclusiones. ¿Dónde estábamos? Ah, sí. El viernes, por la mañana Strickland llega a la estación después de una semana de carreras de caballos que llamaríamos desastrosas si quisiéramos ser moderados. Lo recibe Fellowes, que últimamente ha visto mucho a su novia, sacándola en el coche. Eso también pudo haber sido desastroso. A juzgar por lo que hemos visto de Enid, no supongo que le hiciera ninguna gracia esta larga espera, ahorrando dinero, demorando mucho antes de poder casarse y comprar la taberna. Además, no creo que le gustara mucho tampoco ver cómo le silbaban a su amado como un perrito faldero cada vez que la señora se sentía solitaria o temperamental. De pronto, quizás también Fellowes se estuviera aproximando al punto límite.
»No creo que Strickland hubiera dicho nada definitivo entonces. Sabía lo suficiente para estar seguro de Fellowes. Pero quizás pensara verlo después del almuerzo, o le pudo preguntar si estaba dispuesto a intervenir en algo que los transportaría al Barrio de los Ricos. No sé. Al menos, tuvieron tiempo para hablarlo, solos en el coche desde la estación.
»Ya le había hecho saber a la señora Thurston que necesitaría dinero y ella, como sabemos, tenía doscientas libras listas para él. Pero aquí surge otra dificultad. Hacía unas tres semanas, Stall interceptó una carta de la señora Thurston a Fellowes. Era una carta tonta e indiscreta, el tipo de cosa que sólo alguien tan tonto e irreflexivo como esta señora pudo escribir. Pero para él fue suficiente para aterrorizarla y obligarla a entregarle grandes sumas de dinero. La verdad es que la señora Thurston estaba enamorada de su marido, pero, por ser en esencia un alma inocente, se imaginaba que esta tonta debilidad de ella por un joven chófer era mucho más terrible de lo que le parecía a cualquiera. De todos modos, cuando Strickland la encontró sola un minuto después del almuerzo y le preguntó si le tenía el dinero preparado, ella tuvo que decirle que no. Quizás no tuvo tiempo o quizás no quiso decirle por qué. Supongo que todo sucedió entre los dos en esta misma habitación, y en la presencia de alguno de ustedes. Un apresurado intercambio de susurros.
»Lo que sucedió, probablemente, es que Stall estuvo escuchando en el teléfono cuando Strickland la llamó el jueves por la mañana para decirle que necesitaría el dinero. Y Strickland la oyó prometer que lo tendría pronto. O Strickland vio el cheque en su talonario y así supo que ella acababa de retirar las doscientas libras. O de casualidad eligió este momento para una última y decidida campaña de chantaje, sabiendo que pronto se iría. De todos modos, olió el dinero, y no tenía dudas de que iría a parar a sus manos.
»Al descubrir que no recibiría esta suma, que intentaba duplicar, Strickland fue derecho al chófer y le contó el plan. En este punto demostró una determinación terrible. No dudó. Lo tenía todo pensado e iba a ponerlo en práctica.
Aquí lord Simon dudó. Lleno de admiración, lo observé encender otro cigarro, antes de revelarnos lo que ardíamos en deseos de conocer. No había dicho quién era el asesino, pero su identidad no era, pensé, tan misteriosa como su método, y yo quería decirle. «¡Siga! ¡Siga!», mientras él acercaba con indiferencia un fósforo al cigarro. Pero se tomó su tiempo, y cuando empezó a hablar lo hizo desde un nuevo ángulo.
—Cuando pensaron en la huida de la habitación, y supieron que había una soga en algún lugar, ¿se preguntaron cómo había sido usada la soga? —Me hizo la pregunta a mí directamente.
—¿Si me lo he preguntado? No he hecho otra cosa —respondí irritado—. Aun suponiendo que un cómplice dejó caer la soga desde el piso superior, no veo cómo pudo resultarle útil. Le he dicho una y otra vez que nadie pudo haber tenido tiempo de trepar a la soga, cerrar la ventana, subir y recogerla, antes de que Williams volviera a abrir la ventana. Incluso si hubiera tenido tiempo de hacer todo eso, no podría haberse reunido con nosotros con la rapidez con que lo hicieron Strickland, Fellowes y Norris.
—¿Y si se dejaba caer?
—Lo mismo. Supongamos que había alguien arriba para recogerla, el asesino tuvo que trepar a la soga, cerrar la ventana, caer al suelo y escapar antes de que Williams mirara hacia afuera, y la soga tuvo que ser retirada después de que él la usara. No creo que haya sido posible, pero incluso de haber sido posible, ¿cómo puede ser que no haya dejado huellas en el parterre de tierra fresca que ocupa casi dos metros desde la pared? ¿Y cómo volvió a entrar, y a subir hasta donde estábamos a tiempo? ¿Y cómo hizo su cómplice para recoger la soga y bajar con tanta rapidez? No. No creo que sea posible. Es más —agregué con súbita inspiración—, no estoy muy seguro de que las sogas no hayan sido utilizadas para despistar.
Lord Simon sonrió.
—Tiene razón sobre las dos primeras cosas —admitió—, no pudo haber tiempo para que nadie subiera o bajara por la soga.
—¿Entonces?
—¿Quizás no se le ocurrió que haya otras direcciones en las que se puede viajar?
—¿Qué quiere decir?
—Quiere decir —interpuso monseñor Smith desde su sillón—, que una soga no se usa sólo para que un hombre trepe, sino también para que se balancee.
—Exacto —dijo lord Simon—, balancearse es la palabra que necesito ahora y de ahora en adelante. Strickland sabía que no tendría tiempo de trepar o dejarse caer por una cuerda, y establecer así la coartada irreprochable que le era necesaria. Pero tendría tiempo para balancearse en una soga, con toda la comodidad del mundo, desde la ventana de Mary Thurston hasta la suya. Todo lo que tenía que hacer era que antes colgaran una soga de la ventana que estaba encima de la suya, con un extremo enganchado en la de la señora Thurston, y así su huida de emergencia, o huida de la justicia, estaba a punto. El cómplice sólo era necesario para entrar la soga después.
Quedé con la boca abierta. ¡Por supuesto! ¿Por qué no pensé en eso? ¡Y Williams y yo hablando de cosas sobrenaturales!
—Pero Strickland no era ningún tonto —continuó lord Simon—. Era un buen juez de temperamentos y sabía que Fellowes no aceptaría entrar en algo así. Para empezar, Fellowes no ganaría suficiente. Estaba el testamento a favor de los sirvientes, pero Strickland vio que no sería tentación suficiente para inducir a alguien a ser cómplice de asesinato. Creo que tenía razón. Fellowes no era tan mal tipo. No, Strickland fue mucho más inteligente. Lo que iba a hacer, dijo, era robar las joyas de la señora Thurston.
»Ahora bien, esto era terreno conocido para el chófer. Él, o el hermano de Enid, sabían dónde venderlas después. Y el plan de Strickland era ingenioso. Lo que debían hacer, dijo, era asegurarse de que no se sospechara de nadie de la casa. La puerta tenía que quedar cerrada y había que escapar por la ventana. Ahí entraba Fellowes. Fue en este punto que Strickland simuló pensar en un obstáculo. Las joyas de la señora Thurston eran valiosas, y se había instalado una caja fuerte en la pared de su dormitorio para ellas, y sólo ella y el doctor conocían la combinación. Entonces Strickland se dedicó a pensar un rato. Dijo: “Ya sé. Me pondré una máscara, un sobretodo viejo y la esperaré cuando suba a acostarse. La amenazo con un revólver y la obligo a abrir la caja. Entonces, si usted tiene la soga a punto, me escapo por la ventana y a ella nunca se le ocurrirá que fue alguien de la casa. Y a la policía tampoco, cuando vengan a investigar. Pensarán que quien sale por una ventana entró por la ventana, y si nos hacemos ver por la casa unos minutos antes y unos minutos después del robo, estamos salvados”.
»A Fellowes el plan no le pareció tan disparatado como puede parecerles a ustedes. En primer lugar, se podía confiar en que la señora Thurston se fuera a acostar a las once. En segundo lugar, era una mujer fácil de asustar. Y en tercer lugar, escapando por la ventana Strickland haría la imitación perfecta de un extraño. Debía asegurarse del silencio de ella, por supuesto, hasta estar lejos, y también de que no le seguiría hasta la ventana, pues lo vería pasar a la de al lado. Pero ninguna de las dos cosas sería complicada.
»De todos modos, para Fellowes no fue difícil, porque su parte en el plan era fácil y no muy incriminadora. Lo único que tenía que hacer era recoger la soga cuando Strickland estuviera sano y salvo en su ventana, y luego recoger las joyas. No era demasiado trabajo para un hombre que había estado preso por robo.
»Entonces arreglaron todo así. Durante la cena Fellowes debía entrar en el gimnasio, colgarla de la ventana de su dormitorio que, como ustedes saben, está encima del de Strickland, bajar al de la señora Thurston y, con un gancho o algo parecido, traer la soga hasta la ventana. Podía fijarla allí sencillamente apretándola con la ventana misma. Aunque entrara alguien después de él antes de que la señora Thurston fuera a acostarse, las largas cortinas la ocultarían.
»Cuando fijó la soga, Fellowes sacó la bombilla para que, cuando entrara Strickland, el dormitorio estuviera en penumbras. Y después no tuvo nada que hacer hasta las once, cuando debía subir a su habitación y subir la soga.
»Mientras tanto, según lo que sabía Fellowes, Strickland iría a acostarse temprano, entraría en la habitación de la señora Thurston disfrazado, esperaría a que fuera a acostarse, le taparía la boca con una mano para que no gritara, la amordazaría, la obligaría a abrir la caja, se guardaría las joyas, la ataría a algo alejado de la ventana, subiría la soga, se balancearía hasta llegar a la ventana, lo que lograría sin inconvenientes gracias a la ley de gravedad, entraría, escondería las joyas y se prepararía para salir de su dormitorio y unirse al alboroto.
»A Fellowes le pareció una idea espléndida. Sólo había un obstáculo: su amigo Miles. Sabía que era el día libre de Miles, quien era por cierto alguien de fuera y no de la casa, y que, como experimentado ladrón, se sospecharía de él en primera instancia. Esto podía evitarlo con facilidad viendo a Miles esa tarde y diciéndole que tratara de conseguirse una coartada férrea para la noche. Y Fellowes se quedó satisfecho.
»Y ahora el plan real, algo más íntimo, de Strickland, también era perfecto. No usaría absurdos disfraces. Un disfraz podía hacerla gritar antes de tiempo. Esperaría en el dormitorio de la señora Thurston con su encantador aspecto natural, y cuando ella subiera le cortaría la garganta y se iría a su habitación sin peligro. Luego saldría con una coartada perfecta antes incluso de que otra persona llegara a la puerta. Después, le explicaría a Fellowes que había sido necesario. Y Fellowes estaría demasiado involucrado para delatarlo. Un tipo fascinante, este Strickland.