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En una diminuta sala de reuniones situada en la planta de operaciones, la teniente MacKree y el capitán Davis repasaban con Brian las características del plan para localizar —y neutralizar— a Mukhtar al Din y a la cúpula de Al-Isra. El plan era conseguir que Brian entrevistara a Mukhtar llevando un dispositivo de localización. Eso permitiría al equipo de operaciones conocer la situación exacta del líder de Al-Isra. La idea era intervenir una vez que Brian se hubiera marchado. Con un poco de suerte accederían al cuartel general del grupo terrorista.

Pese a que ya no era un objetivo prioritario, Brian había decidido seguir colaborando en el plan, con la secreta esperanza de que aquello le sirviera para que lo dejaran marchar. Por los servicios prestados. Desde que el acontecimiento se había revelado, en Orión no tenían muy claro qué hacer con él, y aunque era posible que al final lo dejaran marchar, no dejaba de ser un periodista externo que conocía la existencia de una agencia secreta del gobierno. Una situación incómoda para Orión. Y Brian sabía que no pocas agencias habían liquidado a personas incómodas por mucho menos.

Por eso había accedido también a implantarse aquel chip. Campbell le había dado a entender que sería tomado como un claro gesto de buena voluntad. De modo que Brian aceptó. Ya pensaría luego como quitárselo, lo primero era salir de allí. Además, ya casi no tenía intención de revelar nada referente a Orión. Cuatro semanas en la agencia habían bastado para que se sintiera como uno de la casa.

Andy Davis le tendió un voluminoso libro con docenas de fotos y anotaciones. Fichas de miembros conocidos de Al-Isra, perfiles psicológicos e información relevante de la organización.

—No pretenderás que me estudie todo esto, ¿no? —protestó Brian, asombrado ante el tamaño del dosier—. Se supone que solo voy a hacer una entrevista.

—Al menos familiarízate con los datos fundamentales —respondió Davis con gesto grave—: Nombres, jerarquías, lugares…

Brian tomó el libro con desgana.

—Lo intentaré.

—Bien. Como sabes, ya te hemos conseguido una entrevista con Mukhtar.

—Ya, la verdad es que no me explico cómo lo habéis conseguido —se apresuró a responder Brian—. Y en tan poco tiempo…

—Bueno, el director del USA Today les ha prometido un gran artículo.

—Joder, ¿habéis hablado con mi jefe?

—Un contacto indirecto. Y lo cierto es que se ha mostrado muy colaborador. Ha llamado en persona a Tawfik Rateb y le ha convencido de celebrar la entrevista. Un hombre persuasivo. Pero sí, nosotros también creímos que sería más difícil. Al parecer, en Al-Isra guardan buen recuerdo de ti —Andy le guiño un ojo con complicidad.

—Pues ni siquiera publiqué nada de la primera entrevista que mantuvimos —gruñó Brian—. Bueno si, una pequeña reseña que dicté por teléfono a Susan.

—El caso es que aunque fuera poco, publicaste algo. Eso les gustaría; no creo que estén muy acostumbrados a salir en el USA Today. Me imagino que eso ha creado una relación de confianza. Este tipo de organizaciones se basan mucho en eso. Primero prueban y luego confían. Es el tipo de ser árabe. Relaciones humanas, y todo eso. Les habrás caído bien.

—Ya. Los guardaespaldas me ponían ojitos —protestó Brian—. En fin, el caso es que me tengo que plantar enfrente del tipo ese. Supongo que querrá hablarme del acontecimiento… soltarme su rollo religioso integrista. A saber cómo se habrá tomado todo esto.

Andy, preocupado, negó con la cabeza.

—No te pongas a debatir con Mukhtar. Tú síguele la corriente; dile que sí a todo y sal de ahí en cuanto puedas. Recuerda que te tendremos monitorizado: El chip que te hemos implantado emite una señal en la frecuencia de 1,27 Gigahercios y nos permite situarte con una precisión de veinte centímetros. En el fondo funciona de forma parecida a un GPS —Andy se puso a dibujar en una pizarra blanca—. Su señal llega a cinco satélites que nos permiten triangular tu posición en tiempo real. Y a diferencia de un dispositivo externo, este implante tiene la enorme ventaja de que es indetectable.

—¿Cómo de indetectable? Porque seguro que me registran y me pasan detectores.

—Completamente indetectable. Por ningún método. Estate tranquilo en ese aspecto. Te puedes concentrar en uno de sus inconvenientes —señaló Andy—: No funciona bajo tierra. Podemos localizar su señal en coches, dentro de edificios, y hasta bajo los gruesos muros de la mezquita de Al-Aqsa. Pero si te meten en un lugar subterráneo, como un sótano, o una cueva, dejaremos de verte.

Brian enarcó las cejas, sorprendido.

—Joder, hoy en día los móviles de sexta generación tienen cobertura en sótanos.

—Tienen mucha mayor potencia —respondió Andy—. Aquí hemos tenido que priorizar tamaño y conseguir que no se pueda detectar. Y eso limita su sensibilidad.

—Pues Jerusalén está llena de pasadizos y sótanos. No sería raro que acabáramos en uno, créeme.

—En ese caso solo sabríamos el lugar en que perdemos la señal. De todas formas, te han citado en Jerusalén pero la reunión no tiene por qué ser ahí. Con Tawfik te llevaron a una especie de monasterio en el desierto.

—El Cenobio de San Jorge. Pero no creo que repitan el mismo lugar.

La teniente MacKree intervino, sacando unos papeles que le tendió a Brian.

—Los informes de la NSA nos indican que es poco probable que Mukhtar esté en Jerusalén. Es una ciudad muy vigilada y todo el mundo lo conoce. Seguramente te llevarán a Cisjordania, al desierto. Sabemos que por razones de seguridad Mukhtar apenas se mueve de su escondite, por lo que es muy probable que te entrevistes con él en su cuartel general. Recuerda nuestros tiempos de respuesta: tres minutos para Jerusalén, siete para alrededores y doce para lugares más remotos.

Brian no se mostraba muy convencido.

—¿Y no podéis intervenir si perdéis la señal?

—¿Contigo en medio? —respondió Andy—. Demasiado riesgo. Si se da el caso, realizas la entrevista y te largas. Tienes buenas relaciones con ellos, de modo que no creo que tengas problemas. Y al menos lo habremos intentado. Luego podríamos investigar con más calma el lugar en que perdemos la señal. Así que no te preocupes, no correrás ningún riesgo.

—Con esa gente nunca se está a salvo, créeme.

—Tú pon buena cara, haz la entrevista y lárgate. El resto es cosa nuestra.

El general Campbell, impaciente, esperaba nervioso a que la conexión se estableciese. Había llegado a la sala de videoconferencias lleno de esperanzas, quizás demasiadas, para la poca información que aún tenía. Pese a ello, se animaba pensando que si el equipo de Jerusalén no tuviera nada relevante que decir, no les habría convocado con esa urgencia. Especulaba inútilmente acerca de qué sería aquello de “No exactamente”. ¿Un error en la teoría? ¿Qué el experimento se había realizado de forma incorrecta? Campbell no lo sabía, pero rezaba a un dios desconocido por que apareciera de nuevo.

El cristal negro de la pared de la sala de videoconferencias se iluminó tenuemente, y al otro lado apareció la sala de comunicaciones del complejo Weizmann de Jerusalén. Frente a ellos, los directores del tercer equipo estaban ya sentados y en sus puestos. Estaban muy serios, pero no parecían nerviosos. Todo lo contrario que en la parte de Orión, en la que no solo Campbell, sino el coronel Pyrik y siete directores de departamento se removían inquietos en sus asientos, expectantes ante el contenido de la reunión. Quien más quien menos fantaseaba con que de aquello pudiera salir algún tipo de solución al terrible desastre que había supuesto el fatal descubrimiento.

El general Campbell tomó la palabra. Ajeno a la zozobra interior que le embargaba, abrió la reunión con un tono absolutamente sereno y profesional. Noblesse obligue.

—¿Estamos todos? —preguntó, mirando a su alrededor—. Bien. Caballeros, hemos recibido su solicitud de videoconferencia y estamos a su disposición para lo que puedan necesitar. Me imagino que tienen algo que comunicarnos en relación a sus verificaciones del acontecimiento, y mentiría si no les dijera que confío en que hayan encontrado algún fallo en el mismo.

El director del equipo científico, un poco sorprendido por aquella intervención tan directa, miró desconcertado a los colegas de su parte de la mesa. Era un hombre de pelo blanco con ya muchos años de experiencia. Se incorporó ligeramente en su silla y fue directamente al grano.

—Lamento decepcionarlos, pero por desgracia tenemos que informar que el experimento se ha realizado de un modo correcto. En nuestros trabajos hemos conseguido reproducir el acontecimiento y hemos estudiado sus implicaciones. Nuestra conclusión es que el nuevo modelo cosmológico de Universo eterno e increado es el único que encaja con las observaciones. Y mal que nos pese, conlleva necesariamente la ausencia de un creador, con lo que en ese aspecto me temo que debemos confirmar punto por punto lo publicado hasta ahora.

Campbell, sorprendido con la precisión y concisión de aquella intervención, tardó unos segundos en reaccionar. Había esperado una nueva sesión de circunloquios y lenguaje científico farragoso, pero aquel hombre no se andaba por las ramas. Recordó que se trataba de un español de la zona del País Vasco que había desarrollado toda su carrera en el instituto Max Planck de Dusseldorf. Alain Etchart. La eficiencia alemana mezclada con el seco carácter de los vascos. Bien, al menos la reunión sería corta.

—No lo entiendo —le contestó—, ¿para qué demonios nos han solicitado una reunión si lo único que pueden aportar es una confirmación de lo que ya sabemos? —Campbell, frustrado, le soltó la pregunta sin medias tintas ni tacto alguno. Si aquel hombre hablaba en plata, él tampoco se andaría con historias.

El director vasco-alemán no pareció alterarse con la pregunta.

—Porque hemos ideado un nuevo experimento que confirmará definitivamente toda la teoría.

—¿Que confirmará? —respondió Campbell, arrastrando las palabras. El general no pudo evitar un tono sarcástico en su pregunta.

—No pretendemos engañarlos ni darles falsas expectativas. La teoría es sólida. Sin embargo, algunas de sus predicciones son… digamos que chocantes. Eso no quiere decir que pensemos que sean falsas. Pero tenemos en mente un experimento que confirmará algunas de las más extrañas. Verá, el modelo Dematisse comparte con la teoría de cuerdas la existencia de dimensiones adicionales. La teoría de cuerdas postulaba la existencia de once dimensiones. Ya sabe, además de las tres dimensiones y la del tiempo, otras siete dimensiones que conformaban el Universo. Gracias al acontecimiento, hoy sabemos que no son once sino doce dimensiones. Y lo que es más importante, la duodécima dimensión presta interacción con nuestro espacio tiempo euclídeo.

—En cristiano, por favor.

—Las nuevas partículas descubiertas… interaccionan —el director se afanó en buscar un término más sencillo—, podría decirse que… se comunican con la dimensión duodécima. Algo así como unas mensajeras que transportan información entre nosotros y la dimensión IOVA.

—¿Dimensión Iova?

—La hemos llamado así en honor al proyecto que la ha descubierto. El caso es que hemos ideado un experimento que nos permitirá emplear estas partículas para obtener información de la dimensión Iova.

—¿Otro experimento? ¿De qué tipo?

—Pretendemos aumentar la carga del acelerador más allá del umbral en el que se ha producido el acontecimiento. Hasta los 30 Teraelectronvoltios, solo ligeramente por encima de los protocolos de seguridad del acelerador. Con esa potencia, la teoría predice que las nuevas partículas interaccionarán con la nueva dimensión y podremos obtener información sobre su naturaleza y estructura. Una de las predicciones es que en ella, la segunda ley de la termodinámica no es aplicable. La dimensión Iova genera entropía negativa que permite un ciclo ilimitado de expansiones y contracciones del Universo. Estamos convencidos de que nos dará como resultado una ecuación de estado menor que uno, que es lo que predice el nuevo modelo. Pero evidentemente…

—Evidentemente, hasta que no lo hagan, no lo sabrán a ciencia cierta. ¿Qué pasaría si los datos que recibieran no fueran los esperados?

—Bueno —el director se revolvió incómodo en su silla—, nada nos indica que eso pueda pasar… aunque es cierto que son unas predicciones asombrosas —concedió—. Ahora bien, si me lo plantea como una hipótesis…, querría decir que algo falla en la teoría del Universo increado. O que la dimensión Iova no es como nosotros pensamos. Pero ese es un escenario que creo que podemos descartar. Aunque como dice usted, hasta que no lo hagamos, no tendremos la certeza absoluta —el director hizo una breve pausa y bajó la cabeza por un instante—. En cualquier caso, la verdad es que los hemos llamado para que nos ayuden. Queremos convencer al equipo directivo del Instituto Weizmann de que nos permitan colocar el acelerador más allá de la carga máxima —confesó el director—. Y hasta el momento, se oponen a que lo forcemos lo más mínimo. Si pudieran ayudarnos en este punto…

Campbell meditó unos instantes. Aunque no era lo que había esperado, en el fondo suponía una pequeña oportunidad para refutar el acontecimiento. Aquella misteriosa dimensión quizás aportara los datos que confirmaran el acontecimiento… o quizás no. No sería la primera vez que algo seguro fallaba. Algo era algo. Y por debajo de la seguridad y el aplomo del director del equipo, Campbell creyó percibir un punto de inquietud. Como si estuviera vendiéndole unas certezas no del todo seguras. Además, así al menos tomaba algo de iniciativa. Campbell odiaba estar sin hacer nada.

—De acuerdo, cuente con el acelerador. No lo romperá, ¿verdad?

El director sonrió, con un rictus nervioso.

—Er… por supuesto que no. ¿Y cómo… cómo los van a convencer?

—No se preocupe por eso —respondió Campbell, con una sonrisa—. Podemos llegar a ser muy persuasivos.