Nigel Miltown por fin pudo traer a Katrina a su cuarto. La habitación del colegio mayor no era muy grande, pero su compañero de estudios se había ido el fin de semana a casa de sus padres, por lo que aquellos días podían disponer de cierta intimidad. Ardían en deseos de estar juntos y solos, pero hasta entonces no habían tenido la oportunidad de disfrutar de un lugar confortable y discreto. Así que cuando estaban juntos, solían pasear por la ciudad, deambulando sin rumbo mientras charlaban. Los fines de semana, o cuando se cansaban de dar vueltas, iban al cine. Se notaba que era una ciudad universitaria, puesto que con la luz apagada la parte trasera de los cines era un hervidero de jóvenes parejas. También solían coger el coche de Nigel para ir de excursión a Surrey o a los pueblitos cercanos.
Pero ahora estaban en la habitación. ¡Toda para ellos! Era como estar en tu propia casa. St. James era un colegio mayor mixto, por lo que la presencia de Katrina pasó completamente desapercibida. Además, ya eran mayorcitos. Aquel año se licenciarían, y con un poco de suerte encontrarían trabajo rápido y podrían independizarse. Alquilarían un apartamento. No les importaba irse a las afueras de Londres, donde los precios todavía eran bastante asequibles.
Katrina se recreaba en aquellos dulces pensamientos, planificando con asombroso detalle cómo sería su vida después de la universidad. Junto a ella, Nigel permanecía despierto. Aun en la oscuridad, pudo ver cómo su novio tenía los ojos abiertos y la repasaba con la mirada, embobado.
—¿No puedes dormir? —le preguntó Katrina en un susurro.
—Es este maldito calor. Además, no quiero dormir. Para una vez que estamos juntos, y solos, quiero aprovecharlo.
—Bueno, bien que lo hemos aprovechado hace un rato, ¿no tigre?
—Más aún. Quiero mirarte.
—Te quiero —le dijo ella entrecerrando los ojos.
—Yo también te quiero.
Katrina se apoyó sobre un brazo, incorporándose un poco en la cama.
—¿Sabes guardar un secreto?
—Por supuesto que si. Ya lo sabes, cari.
La joven sonrió con nerviosismo. Su novio le había guardado bastantes secretos, pero este era diferente. Era un gran secreto.
—A ver, ¿de qué se trata?
Katrina no tuvo que luchar mucho para vencer las escasas dudas que tenía de si contarlo o no. ¡La noticia era la bomba! Nigel iba a flipar.
—Te acuerdas de mi amiga Karen?
—Si, la seta.
—¡No la llames así! Solo es… un poco tímida.
—Si tú lo dices…
—Bueno. El caso es que su padre es un físico nuclear o algo así. Me ha contado que está metido en una investigación importante para la CIA, o el Pentágono… no sé, algo del gobierno americano. Lo llamaron hace unas semanas y tuvo que salir disparado hacia Chicago. Pues bien, volvió ayer. Y ha vuelto hecho polvo. Está como ido, como ausente… Dice Karen que parece que haya vuelto otra persona.
Nigel sonrió malévolamente.
—Fijo que estaba trabajando en un experimento biológico y algo ha salido mal. Ahora esta mutando a una nueva especie.
—¡No te burles de mi! ¡Estoy hablando en serio!
—Mujer, perdona, ¡que es una broma! ¿Qué más te ha contado la seta…? digo… ¿Karen?
—Está muy afectada también. Esta mañana, ella y su madre le han preguntado a su padre qué es lo que pasaba. Y el pobre hombre se ha echado a llorar y se ha derrumbado. Entre sollozos, les ha confesado que ha formado parte de un experimento. Y agárrate; ¡han demostrado que Dios no existe! Imagínatelo. ¡Es brutal! ¡Que Dios no existe! A la peña le va a encantar. Bueno, sus padres están hechos polvo… son muy religiosos. Especialmente su padre. Creo que se ha quedado medio tonto.
Nigel soltó una ruidosa carcajada.
—¡Una familia de setas…! ¡Venga ya!, ¿y que más? ¿Han descubierto que Dios es una mujer? No, espera, igual lo han encontrado y lo han encerrado en un disco duro. Ahora hablan con él y filosofan sobre el Cielo y la Tierra.
—¡Si, tú ríete, pero Karen estaba muy afectada! ¿A que no sabías que el bosón de Figgs se comporta se un modo extraño a altas energías?
Nigel negó con la cabeza, aún sonriendo.
—¿Desde cuando en Filología dais Física Cuántica? Y es el Bosón de Higgs, no de Figgs.
—Me lo ha dicho Karen. Su padre no hace más que hablar de esa cosa, y de partículas nuevas que surgen de la nada.
—Si, si, de la nada más absoluta…
Katrina insistió varios minutos con aquella absurda historia de Dios y los bosones. Y aunque confundía todo en una mezcla sin sentido, la verdad es a Nigel le sorprendió un poco que manejara con tanto desparpajo ideas como sincrotrón y electronvoltios. Para una estudiante de Filología, era todo un logro. ¿Acaso él se metía con Shakespeare y Rilke? No. Cada uno en su campo. Ella era brillante en las letras. Ya estaba él para el área científica.
Al día siguiente decidieron ir al parque. Era domingo, de modo que había mucha gente disfrutando del buen tiempo y del sol. No había ninguna tumbona libre, por lo que extendieron una toalla en el césped y se acomodaron en una esquina del parque, frente a la iglesia de St. Paul. A esa hora, el sol caía de plano, y Katrina se había tumbado para broncearse. Nigel suspiró. A él no le gustaba el sol, y además se aburría si estaba mucho tiempo en el mismo sitio sin hacer nada. Pero a Katrina le encantaba. Era capaz de estar horas así, inmóvil como un lagarto mientras los rayos UVA se comían su piel y la coloreaban de un tono anaranjado.
Aburrido, se entretuvo contemplando a la gente que salía de la misa dominical. Familias enteras se arremolinaban en la puerta. Parecían contentas. Seguro que era porque por fin había terminado la misa. En la puerta, el párroco saludaba a los feligreses con gran efusión. También parecía alegre, pero a Nigel ya no se le ocurrió ninguna explicación ingeniosa.
Aquella tarde Katrina tenía que hacer unos recados, de modo que después de comer se separaron. Nigel regresó a su habitación y decidió conectarse a Internet desde su portátil. En el colegio mayor no tenían buena conexión; al menos no tan buena como la de la facultad, pero los 20 megas que disfrutaba le servían para ver películas, aunque en baja definición, y actualizar su blog.
Era un gran aficionado a Internet y a los videojuegos. Había pasado de los veinte mil puntos y de la pantalla cien en la nueva versión de “Guerreros del honor”. Y mantenía un blog muy activo sobre Astrofísica, su especialidad en la Facultad de Ciencias.
Se sentó con calma frente al portátil y repasó durante unos minutos algunas bitácoras similares que solía hojear con asiduidad. Muchas eran gestionadas por amigos y colegas, y les gustaba entablar pequeñas discusiones y contrarréplicas en sus artículos. A veces la blogosfera era absorbente. Se podía pasar horas leyendo bitácoras y charlando con colegas. Y siempre cuidaba mucho sus posts. Quería causar buena impresión en la comunidad científica de bloggers.
El domingo era el día de actualizar su bitácora personal, por lo que comenzó a escribir el artículo en el que había estado pensando esa semana. Pero ese día no estaba inspirado. La columna sobre las Enanas Marrones que estaba escribiendo era más que mediocre. Era aburrida. Últimamente no escribía buenos artículos. Demasiado conservador. Sus amigos lo habían acusado de apoltronarse.
No. Aquello era infumable. ¿A quién le puede sorprender las conclusiones del grupo de Harvard sobre la espectrometría de las Enanas Marrones? Estaba demasiado visto. Necesitaba algo nuevo, algo rompedor, algo de lo que hablaran el resto de amigos de la comunidad.
Se acordó de la loca historia de Katrina sobre Dios. Jugueteó un poco con la idea de hablar sobre aquello. Al fin y al cabo, no dejaba de ser una posibilidad con la que siempre se puede especular.
Indeciso, comenzó a escribir algunas líneas, pero pronto vio que volvía a un tratamiento convencional y conservador. El problema era que lo que le había contado su novia no tenía ni pies ni cabeza, y la mitad de los datos que le había soltado la noche anterior eran erróneos o estaban mezclados. Por eso se dio cuenta de que estaba desmontando una teoría absurda que ya de por sí no se la iba a creer nadie. ¿Y eso qué valor tenía? Ninguno. Otro artículo largo y pesado sin nada interesante o novedoso que aportar.
Decidió intentar un nuevo enfoque. Quizás podría especular sobre la posibilidad de que algún día la ciencia descubriera el origen del Universo y demostrara que Dios no existía. Eliminar a Dios de la ecuación. Era una hipótesis absurda, si, y especulativa, también; pero sugerente. Animado, comenzó a escribir, salpicando su artículo con algunos de los datos que le había comentado Katrina.
A medida que iba escribiendo, Nigel se animaba más y más. A mitad del artículo decidió reescribirlo completamente y presentarlo como un hecho cierto. Se había acordado de los anuncios-espectáculo, que se basaban en presentar como cierta una noticia falsa, buscando el impacto y consiguiendo la atención del público. Más adelante desvelaban el truco, y reconocían que todo había sido una farsa. Pero el mensaje ya estaba lanzado y la atención ganada. La clave era ser creíble y verosímil.
Tendría que retocar un poco los datos que le había contado Katrina, pero podía hacer algo que diera el pego. Empleó su imaginación y sus conocimientos para rellenar las partes que los datos de Katrina no llenaban, y reconstruyó la información presentándola de un modo más serio. Tenía la ventaja de que no tenía que explicar nada en detalle; solo presentar por encima el descubrimiento: Un equipo del Fermilab II de Chicago, apoyándose en un nuevo acelerador de partículas experimental, acababa de demostrar que Dios no existía.
Al cabo de cuarenta minutos, contempló satisfecho su obra. Debidamente cocinada, la información que le había dado Katrina le había conferido a la noticia una credibilidad escalofriante.
Cuando terminó el artículo, lo subió a su blog y lo envió como comunicado a varios de los más populares agregadores de noticias de la comunidad científica en Internet.
El cebo estaba servido. Ahora solo faltaban que los peces picaran.
Nigel Miltown se acostó pronto. No podía dejar de reír, fantaseando con la cara que pondrían sus amigos cuando le preguntaran si todo aquello era cierto.
A dos mil quinientos kilómetros de allí, un agente del FSB, el servicio secreto ruso, marcaba nervioso el número de teléfono de su mujer. Le sudaban las manos. Al principio, la noticia no le había afectado demasiado. Sin embargo, no había podido dejar de pensar en ello, y con el paso de las horas se había ido poniendo cada vez más nervioso. Intentó controlarse, pero aquello era demasiado grande como para ignorarlo. Era inconcebible. El tipo de noticia que te va carcomiendo por dentro, a medida que la digieres y te haces consciente de sus implicaciones. Inconscientemente pensó en su madre, que siempre había sido tan religiosa.
—¿Natasha? Soy yo. Necesito verte esta tarde. Ha… ha ocurrido algo.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
—Si, estoy bien. Bueno… ¡no lo sé! Necesito hablar con alguien. Nos hemos enterado de algo horrible.