A la mañana siguiente, la expectación ante el informe de Chicago era enorme. La sala de videoconferencias estaba abarrotada; muchos habían tenido que conformarse con seguir la reunión por circuito cerrado de televisión desde una habitación anexa. Solo los directores de área y los consejeros de mayor nivel habían conseguido un asiento en la sala de reuniones. Una de las afortunadas era la teniente MacKree, que acababa de llegar de Jerusalén. Sin apenas tiempo ni para ducharse, le habían informado de la reunión, y de que Campbell la quería en aquella sala.
MacKree escrutó la extraña sala de videoconferencias. Se trataba de una estancia estrecha y alargada, no demasiado grande, en la que destacaba una lujosa mesa de reuniones de madera oscura. Le sorprendió comprobar que en realidad solo había media mesa. Sin duda en algún tiempo fue una mesa completa, pero la habían cortado longitudinalmente y ahora solo era una extravagante mesa, enormemente larga y estrecha, pegada además a una pared de vidrio.
La teniente fue la última en llegar. Todo el mundo había tomado ya asiento; Campbell en el centro de la mesa y diez o doce personas más a un lado y al otro del general. Resultaba bastante extraño verlos sentados así, todos en línea mirando a una pared de cristal. Parecía un jurado observando la ejecución de un reo al otro lado del espejo.
Solo que al otro lado no había una sala de ninguna clase. En su lugar, se alineaban catorce cámaras Red 8k de ultra alta definición. Fijas en robustos trípodes, abarrotaban un estrecho pasillo rodeadas por una maraña de cables.
MacKree tomó asiento en el único hueco que había disponible. Frente a ella, una inquietante cámara la escrutaba detrás del cristal. Le resultó extraño estar mirando como un pasmarote a un escaparate lleno de cámaras y cables. A su lado, un joven oficial le sonrió con entusiasmo.
—¿No ha asistido nunca a una reunión por videoconferencia?
—No. Bueno, no aquí —aclaró MacKree—. Pero he realizado muchas videoconferencias en la NSA.
El oficial ensanchó su sonrisa.
—Ninguna como esta, se lo aseguro. Ya verá. Es muy curioso.
—¿Está Chicago preparado? —la voz del coronel Pyrik resonó por toda la sala.
—Aún no.
—No importa, conecten ya —intervino el general Campbell, impaciente—. Es la hora. Que espabilen.
Las luces de la sala adquirieron una cálida tonalidad anaranjada, y tras unos segundos el cristal que tenían frente a ellos se volvió completamente opaco, ocultando tras de sí cámaras y cables.
Si a MacKree le había resultado extraño estar frente a un cristal y una hilera de cámaras, formar parte de una mesa con catorce personas alineadas frente a una pared completamente negra le parecía ya surrealista. Estaba a punto de comentárselo a su compañero cuando súbitamente algo sucedió.
Como por arte de magia, la pared cobró vida.
MacKree no daba crédito a sus ojos. Delante de ellos apareció otra habitación. Era similar a la suya, y estaba ocupada por decenas de personas. No se trataba de un vídeo o una proyección. Sencillamente, parecía que estuviera allí mismo, delante de ellos, como si hubieran encajado la otra mitad de la habitación y se hubiera levantado el velo que la ocultaba. Hasta la mesa encajaba. Continuaba por el otro lado y estaba llena de documentos y papeles. Tal era la sensación de realismo que la teniente, como embobada, tendió la mano hacia el cristal, convencida de que conseguiría traspasar la pared y coger unos papeles que veía frente a ella, al otro lado. Su mano chocó contra el cristal, pero el efecto óptico que hacía era como si chocara con un misterioso campo de fuerza que le impedía pasar de determinado punto. Al otro lado, un hombre mayor, de aspecto cansado, sonrió levemente.
—Es la primera vez que asiste a una videoconferencia, ¿no? No se apure. Recuerdo mi primera vez… me pasé toda la reunión jugueteando con el sistema.
Con gran ceremonia, el director del equipo de investigación, un cuadriculado físico inglés pidió la palabra. MacKree estudió su rostro. Tenía la habilidad de adivinar si alguien era portador de malas o buenas noticias fijándose tan solo en las primeras palabras y gestos. Y en este caso, la cara del director del equipo era muy reveladora. Estaba demasiado serio, muy ceremonioso y algo encorsetado. Parecía que asistía a un funeral. Mientras preparaba su intervención, conversó en voz baja con uno de sus ayudantes y echó fugazmente un par de miradas nerviosas a Campbell.
Cuando comenzó a hablar, MacKree supo que traía malas noticias.
Con una actitud excesivamente formal, el director comenzó a detallarles todos los preparativos, comprobaciones y prolegómenos de su experimento.
—Hemos cumplido todos los protocolos de funcionamiento. El sistema de control a distancia del acelerador se ha verificado y revisado varias veces. Hemos gestionado con sumo cuidado la instalación y recalibrado todos los sensores. El tratamiento informático se ha realizado por duplicado, y el manejo estadístico ha sido supervisado por los mejores expertos del Instituto de Tecnología de Massachussets. Hemos revisado todo lo que se nos ha ocurrido, y dispuesto nuevos controles intermedios de detección avanzada de errores. Tal y como se nos encomendó, nuestro objetivo era repetir el experimento y detectar posibles fallos, errores o distorsiones en los datos obtenidos o en la interpretación de los mismos.
El director continuó su discurso describiendo extensos procedimientos científicos en una jerga apenas comprensible. Relató cómo comenzaron a incrementar poco a poco la carga del acelerador, sin novedad reseñable, hasta acercarse a la energía crítica de 26 Teraelectronvoltios, energía con la que se había producido el acontecimiento original y se habían descubierto las nuevas partículas. De los labios del director comenzaron a salir conceptos como gluones, supercuerdas, campos magnéticos y energía extraña. Una explicación farragosa que apenas sirvió si no es para aburrir a una audiencia impaciente. Tras unos minutos interminables, el jefe del equipo de Chicago improvisó una breve pausa, que aprovechó para tomar el vaso de agua que estaba frente a él. Se lo acercó con gesto preocupado y lo apuró de un largo trago. Parecía nervioso.
—En el umbral de veintiséis Teraelectronvoltios, casi la carga máxima que puede alcanzar el acelerador… se han producido los mismos fenómenos que los descritos por el equipo de Dematisse. En nuestro experimento hemos detectado las mismas partículas y estas se han comportado de la misma manera. De hecho, la información volcada en nuestros servidores encaja exactamente con la aportada por el equipo de Dematisse.
—Perdone que le interrumpa, doctor Jackson. ¿Quiere decir eso que Dios no existe? —un enjuto hombrecillo, sentado en el extremo de la mesa, le había soltado a bocajarro la pregunta del millón. Un murmullo de aprobación recorrió la sala, cansada de tanto tecnicismo.
El director del equipo, molesto por la interrupción, respondió con un leve tono de irritación. Siempre le pasaba lo mismo cuando hablaba con no-científicos. Eran demasiado impacientes, y no prestaban atención a los detalles; solo querían resultados.
—Aún no había llegado a ese punto. Les estaba confirmando que el equipo de Dematisse no ha cometido ningún error en la realización del experimento, y que efectivamente en el nivel energético de los 26 TeV, una energía nunca alcanzada hasta ahora, hemos detectado las mismas partículas, y éstas se han comportado de la misma manera.
El director, fastidiado, decidió abreviar el programa explicativo que había preparado. Era evidente que no se encontraba ante un auditorio que apreciara la precisión ni las explicaciones técnicas. Se saltó varias de las páginas de su presentación, hasta llegar al capítulo de consecuencias. Resignado, tomó aire, consciente de la trascendencia de lo que iba a decir.
—En cuanto a las consecuencias de este hecho… hemos estudiado a fondo sus implicaciones y trabajado en modelos que lo expliquen. Como saben, ni la Relatividad General ni la Mecánica Cuántica, dos de las teorías más importantes con las que explicamos el Universo, funcionan a altas energías. De hecho, son incompatibles entre sí. Hasta ahora, explicábamos el origen del universo con el Big-Bang: Una gran explosión que ocurrió hace trece mil setecientos millones de años, en el origen de los tiempos. Esa explosión fue el comienzo del Universo. Pero no sabíamos el cómo ni el por qué: Nuestros modelos no funcionaban con el Big-Bang, no explicaban sus procesos, ni mucho menos por qué pasó de un estado a otro. Por eso lo llamábamos “La Singularidad”: algo que no sabemos lo que es, que no comprendemos bien y que no podemos explicar. Pues bien, este experimento ha revelado nuevas partículas de interacción, y con ellas… podríamos decir que se nos ha caído el velo que nos impedía dar una explicación completa y definitiva al origen del Universo. La teoría Dematisse integra los nuevos datos y supone un nuevo marco de referencia. Abarca todos los escenarios, incluidos los más cercanos al Big-Bang. Ha dado explicación a los procesos anteriores al tiempo de Planck. Para entendernos, explica lo que había antes del Big-Bang… aunque “antes” no sea un término demasiado exacto —puntualizó, puntilloso—. En realidad, hay más dimensiones que las cuatro conocidas del espacio-tiempo, y leyes que creíamos inmutables se comportan de un modo diferente en un tiempo anterior al de Planck, ya que…
—Perdóneme, doctor Jackson —esta vez era Campbell el que le había cortado—. De verdad, lamento interrumpirlo. Pero conocemos la teoría, al menos en su versión accesible; ya nos han explicado lo del Universo eterno e increado, los ciclos de expansión-contracción y las leyes de la naturaleza, operando mecánicamente desde el comienzo de los tiempos… Todo eso ya lo sabemos. Por eso, le agradezco que nos vuelva a exponer los fundamentos teóricos, pero me temo que el tiempo apremia y estamos todos impacientes por saber si respaldan ese modelo o han podido encontrar algún fallo o explicación alternativa. Seguro que no se le escapan las implicaciones… religiosas del descubrimiento. Tenga en cuenta que esta es una comisión ejecutiva, no científica.
El Doctor Jackson se envaró, tieso como una estaca. Su rostro adquirió una leve tonalidad rojiza. Lentamente, cerró sus notas y respiró hondo varias veces, repasando mentalmente las conclusiones que tenía preparadas y desarrollando sobre la marcha una síntesis sencilla. Debía haber previsto que a aquella gente no le interesaba la ciencia, sino tan solo las implicaciones religiosas colaterales. Típico de gente poco instruida. Como buen inglés, exprimió a fondo su vena flemática para controlar su voz y hasta consiguió que no se notara demasiado su irritación por el apremio del general.
—Le agradezco la observación, profesor Campbell —respondió Jackson con elegancia—. Por resumirlo mucho, Dematisse ha unificado la Relatividad General y la Mecánica Cuántica. Se trata de una explicación sólida, redonda y definitiva. Ya hemos comprobado muchas de sus predicciones. De hecho… algunos experimentos son impresionantes. Pero en definitiva, el malogrado profesor ha descubierto el santo grial de la Física… y sí, lamentablemente, todo ello demuestra sin género de dudas la imposibilidad de un ser creador consciente. La ciencia ha demostrado la inexistencia de Dios. Y puedo decir que la demostración es definitiva e irrefutable, al menos a la luz de la evidencia científica.
La noticia sentó mal en el personal que asistía a la reunión. Aunque estaban advertidos de que el descubrimiento era muy sólido, quien más quien menos había fantaseado con la posibilidad de que hubiera algún error en todo aquel embrollo. Se oyeron aspavientos y hasta alguna pequeña maldición contenida.
Por su parte, el director Jackson no pudo evitar sentir una pequeña satisfacción personal cuando comprobó el efecto que habían causado sus palabras. Al menos aquella gente reconocía su autoridad como científico y valoraban sus conclusiones. Resarcido su ego, se reconcilió un poco con ellos. No entendía por qué tanto alboroto con la implicación religiosa, que al fin y al cabo era la demostración final de algo que cualquier científico intuía desde hacía mucho tiempo. Pero él no tenía tiempo para aquellas pequeñeces. Lo importante era la ciencia. Y la nueva teoría era simple, sencilla, y fiable.
Y maravillosamente bella.