Pese a llevar casi una hora en la cinta de correr, la teniente Ellen MacKree apenas estaba cansada. De hecho, sentía una estimulante claridad de ideas, como si el ejercicio físico intenso la hubiera llenado de energía en lugar de habérsela gastado. Se disponía a iniciar su tercera serie en la elíptica cuando un oficial de aspecto eficiente entró en el gimnasio y se le acercó.
—Teniente, la reclaman en La Cripta. Parece que es urgente.
MacKree suspiró. Estaba claro que no iba a poder tener ni una hora de tranquilidad en aquel lugar.
Desde que llegó a Orión, hace un par de días, aquella había sido la primera vez que había tenido tiempo para utilizar el gimnasio. Hasta entonces, había participado en una interminable serie de reuniones, en las que preparaban hasta el más mínimo detalle el doble plan de acción diseñado por Campbell. Y por las noches, MacKree robaba horas al sueño para ponerse al día en la estructura, organización y operativa de Orión, además de repasar los numerosos informes sobre el origen y las implicaciones de la actual crisis.
El horario de trabajo en Orión era, sencillamente, ininterrumpido. Pese a que el atrio se oscurecía por las noches, el ritmo de trabajo era infernal y siempre había gente despierta y trabajando a cualquier hora. A la teniente, la agencia Orión le recordó a Nueva York; la ciudad que nunca duerme.
—Siempre es así en tiempos de crisis gordas, ya lo creo —le comentó un oficial el tercer día, cuando la teniente le preguntó si aquel ritmo era normal—. Pero bueno, también hay épocas tranquilas, y créame, no tiene nada que ver. Los muchachos organizan barbacoas y campeonatos de póker, y hasta el general participa a veces.
Le habían asignado una habitación en el ala de oficiales de la Planta Nido. Aunque el personal de Orión vivía fuera del cuartel general, en las épocas de crisis era habitual que la ingente carga de trabajo animara a muchos a dormir allí.
Pronto se familiarizó con los distintos grupos de la agencia. Muchos eran analistas y personal de gestión, como ella. Estaban también los miembros de operaciones, en su mayor parte dispersos por medio mundo, infiltrados en diversos organismos y recabando información para la agencia. La primera planta la ocupaba la gente de comunicaciones y control de medios. Contaban con una impresionante sala de infiltración telemática que habría hecho palidecer de envidia a la mismísima NSA. Y hasta había un pequeño equipo de intervención, formado casi en su totalidad por jóvenes SEAL.
Toda aquella amalgama de personas, misiones y personalidades diversas convivía muchas horas bajo tierra en épocas de crisis. La agencia había previsto las posibles incidencias y seguía el modelo basado en la psicología de entorno confinado, empleado a menudo por las bases antárticas de investigación científica.
MacKree bajó de la cinta de correr. Se tomó su pequeña venganza duchándose con tranquilidad y cogió el ascensor oeste hasta la planta sub siete.
Cuando llegó a la sala de crisis, se encontró con un panorama preocupante. En la reunión apenas participaban nueve personas. Al lado del general estaba el coronel Pyrik, y en torno a la enorme mesa se sentaban los directores de las distintas secciones del grupo de análisis, el Mayor responsable del grupo de operaciones, así como los jefes de las áreas de intervención y comunicaciones. A juzgar por las caras largas y los rostros tensos, algo importante había sucedido. En un extremo de la habitación, Campbell, con aspecto enfadado, le hizo una seña a MacKree para que se sentara junto a él.
—¿Qué ha sucedido? —le preguntó en voz baja.
—Han encontrado muerto al director del proyecto Iova —le contestó Campbell con voz gélida—. Al parecer ha sido asesinado por la Yihad Al-Isra.
Por la puerta de la sala entraron los dos últimos asistentes, por lo que Campbell comenzó a hablar en voz alta a todo el gabinete.
—Como saben, hace cuarenta minutos el director del proyecto Iova ha sido hallado muerto a las puertas de su domicilio, con dos disparos en la cabeza. Todos los informes apuntan a que ha sido obra de Al-Isra, un grupo terrorista palestino de inspiración yihadista —el general, que había estado consultando unos papeles mientras hablaba, dejó el informe encima de la mesa y tensó el tono de voz, inclinándose sobre la mesa—. Pero lo peor de todo es que acabamos de enterarnos de que este mismo grupo había cometido un atentado con bomba en el puesto de control de acceso al complejo de investigación ¡hace cinco días! ¡Y nos enteramos ahora! —al general comenzó a temblarle un poco la voz—. ¡Maldita sea, si no saben hacer su trabajo, no sé qué demonios pintan aquí! —Campbell miró a los jefes de las secciones de análisis—. ¡Cinco días! ¡Este tipo de retrasos en el flujo de información es inadmisible! Podíamos habernos adelantado a este movimiento, investigado al grupo terrorista, dispuesto una nueva estrategia… Pero no. Hemos perdido un tiempo precioso; un tiempo que les recuerdo que no tenemos —el general hizo una pausa—. Y hemos perdido la iniciativa.
En toda la sala cundió un profundo silencio. Los asistentes, con caras serias y de preocupación, observaban a Campbell o aparecían ensimismados, como reflexionando sobre sus palabras. Aunque muchos estaban acostumbrados a situaciones de tensión y a que el general les presionara, había algo en Campbell que resultaba extraño. Era algo más que enfado o preocupación. Era pánico. Una especie de urgencia, de ansiedad por esclarecer esta crisis y hacerlo ya. El general continuó hablando, más calmado.
—Este último acontecimiento nos coloca en una situación comprometida. No sabemos hasta dónde llega la información que tiene en su poder este grupo terrorista. Ni los motivos u objetivos que les mueven. Tan solo sabemos que suponen una amenaza de enorme alcance para el control del acontecimiento. Imagino que son conscientes de las implicaciones que tiene este hecho. Y que esta crisis es superior a todas las demás —el general hizo una pausa, observando a cada uno de los asistentes—. Nos estamos jugando el mundo. Y no pienso permitir que un grupito de fanáticos terroristas destruya a la humanidad. Es posible que debamos considerar de nuevo la eliminación del personal que ha participado en el proyecto.
Uno de los responsables de análisis, un hombre delgado de mediana edad, tomó la palabra.
—No lo entiendo, John, ¿estás diciendo que eliminemos al equipo científico que ha llevado a cabo el descubrimiento? Perdona que te lo diga, pero para eso ya están los terroristas.
Pyrik intervino.
—Ahora sabemos que los científicos han perdido su anonimato, que alguien les sigue la pista. Eso representa una enorme amenaza para la confidencialidad del experimento.
—Bueno, hasta ahora no han supuesto ningún problema —respondió el primer hombre—. ¿No íbamos a contactar con ellos para asegurarnos de su discreción?
—Nuestro problema —respondió Campbell— es que no sabemos qué es lo que sabe este grupo… la yihad… —el general consultó sus papeles— la yihad Al-Isra. Es posible que solo hayan tenido acceso a una información parcial del experimento, posiblemente a través de los servicios secretos sirios. O quizá no. No lo sabemos. Hoy han matado al director del proyecto, pero mañana pueden decidir chantajear a cualquiera del equipo científico para que les revele detalles del experimento. O si tienen suficiente información, pueden secuestrarlos y difundir sus conclusiones. Lo cual, como todos sabemos, sería catastrófico para la supervivencia del mundo, tal y como lo conocemos.
—Bueno, los indicios apuntan a que no están interesados en secuestros, ¿no es así? —comentó un joven oficial de operaciones—. Lo han podido hacer en esta ocasión y han preferido asesinar al director.
El coronel Pyrik negó con la cabeza.
—No podemos asumir ese riesgo. No con un asunto de esta magnitud. Implica ceder la iniciativa a los terroristas y estar a merced de sus decisiones. Si se les cruza el cable y deciden secuestrar a algún responsable del experimento, estaríamos vendidos y en sus manos.
—Una opción más conservadora sería sacarlos de ahí —apuntó el Mayor Adams—. Retenerlos en Estados Unidos mientras dura la crisis para evitar que puedan filtrar información. O que se la extraigan a balazos.
—Y si la crisis no se resuelve, que hacemos con ellos, ¿matarlos?
—Al menos les habremos dado una oportunidad, ¿no? —Terció el joven de operaciones.
Campbell, que había permanecido callado mientras el equipo discutía, intervino.
—Caballeros, quiero que el equipo de intervención prepare un plan para eliminar a todo aquel que suponga una amenaza —dijo, de forma solemne.
MacKree sonrió.
—Es decir, tanto científicos como terroristas —comentó.
—Así es —concedió Campbell—. La amenaza primaria proviene del grupo terrorista, de modo que por el momento la prioridad es dar con los terroristas y neutralizarlos. Con respecto a los científicos, aún no he tomado una decisión al respecto, pero quiero que si llega el momento de tomar decisiones difíciles tengamos todo listo y a punto. Quiero que también preparen un plan secundario para extraer a todo el equipo científico comprometido y retenerlo en un entorno controlado. Y por si se diera la necesidad y tuviéramos que enfrentarnos a una emergencia con rapidez, quiero también un plan para su eliminación.
—Señor, no creo que haga falta un plan muy sofisticado. Sería como cazar conejos.
Campbell gruñó, pensativo.
—Pues más nos vale que antes cacemos al lobo.
El general dio por concluida la reunión, pero le indicó a MacKree que se quedara.
—Teniente, apenas ha intervenido en la reunión; me gustaría saber cuál es su opinión sobre los planes que acabamos de decidir.
MacKree se tomó un momento antes de contestar, eligiendo bien las palabras.
—Creo que se han contemplado todas las posibilidades —respondió, con cautela—. Incluso las más extremas.
—Imagino que se refiere a la posibilidad de eliminar al equipo científico. ¿Acaso no lo aprueba?
—Se me hace muy difícil pensar en esa opción, señor. Son civiles inocentes, por el amor de Dios.
—Bueno, espero que comprenda que no tenemos tiempo para sutilezas —Campbell permaneció pensativo—. Yo no tengo tiempo —añadió, en tono críptico. Tras una pausa, Campbell le lanzó de improviso una pregunta a bocajarro—: ¿Está usted de acuerdo en que el fin justifica los medios?
—¿Cómo ha dicho? —MacKree hizo una pausa, reflexionando un momento sobre sus convicciones—. Con carácter general, no, no estoy de acuerdo.
Campbell sonrió.
—¿Con carácter general? O sea que sí está de acuerdo para situaciones excepcionales.
—Bueno, es otra forma de verlo.
—¿Acaso la situación actual no es excepcional? Estamos bajo la mayor amenaza en la historia de la humanidad, un evento de proporciones casi apocalípticas.
—Ya veo a dónde quiere ir a parar. Pero es posible que no me haya expresado con precisión. Estoy en contra de una eliminación preventiva. Ahora bien, si la situación lo requiere, y no hubiera ninguna otra alternativa, yo misma eliminaría a esos científicos. Pero tendrían que darse unas circunstancias extremas. Y a día de hoy no veo que se cumplan. Por eso he de admitir que me ha impresionado la rapidez con la que preparamos opciones tan drásticas, eso es todo —MacKree suspiró—. Espero que no tengamos que llegar a esos extremos.
—Es cuanto necesito saber por el momento —contestó Campbell—. Y créame, yo también espero que ninguna de esas medidas sean necesarias —añadió, suspirando—. Pero tiene que saber que llegado el momento no me temblará el pulso la hora de tomar decisiones difíciles. ¿Lo comprende?
—Lo comprendo y le apoyo, general.
—Muy bien. Le preguntaba todo esto porque me gustaría que supervise personalmente los planes de intervención, y que sea el enlace entre el equipo desplegado sobre el terreno y yo —le dijo, sin rodeos.
La teniente dudó un momento, sorprendida por el ofrecimiento. No esperaba que Campbell la eligiera para algo así.
—Señor… si me permite la pregunta… ¿Por qué yo?
—Quiero a alguien fresco, que no esté demasiado involucrado en la dinámica de trabajo de Orión. Además, los chicos de las pistolas son un poco… impulsivos. Necesito a alguien que temple sus ánimos, alguien que no acepte alegremente las opciones más radicales, sino que busque siempre mejores alternativas. Pero que a la hora de la verdad, no tenga problemas de conciencia y cumpla mis órdenes. ¿Está usted dispuesta a ello?
MacKree, consciente de la responsabilidad del encargo, se lo tomó con aplomo.
—Cuente conmigo, general.
—Muy bien. Y quiero que me transmita todas las sugerencias que se le vayan ocurriendo en relación a este despliegue.
—Ya que lo menciona, señor, ¿no sería conveniente solicitar la colaboración del Mosad? Al fin y al cabo, ellos dispondrán seguramente de información detallada de Al-Isra. Movimiento, personas, estructura…
Una leve sonrisa asomó al rostro de Campbell.
—Por norma general, nosotros no avisamos a nadie, salvo que sea absolutamente imprescindible. Pero además, en este caso concreto, la verdad es que no es necesario. Lleva poco tiempo aquí, teniente, pero seguro que no le sorprende si le digo que tenemos a gente infiltrada en el Mosad. La propia Agencia de Seguridad Nacional para la que usted trabajaba tiene agentes infiltrados. Solo que los nuestros están a un nivel más alto; a un nivel ejecutivo, de hecho. Y hasta conocemos los nombres de los agentes que el Mosad tiene infiltrados en la NSA. Créame, teniente, toda la información que precisemos nos será entregada con puntualidad y eficiencia.
—Un momento, general, ¿ha dicho que el Mosad tiene agentes infiltrados en la Agencia de Seguridad Nacional? —le interrumpió MacKree, incrédula—. ¿Y cómo es que no los hemos denunciado? No pongo en duda su criterio, general, y con el debido respeto, pero creo que nuestro deber es descubrir a los agentes extranjeros que estén infiltrados en nuestros servicios de inteligencia.
El general parecía divertirse con aquella conversación.
—Nuestro deber es servir a nuestro país, no apegarse a un código de conducta. Si los destapamos, los juzgamos y los encerramos, el gobierno de Israel no tardará en infiltrar a nuevos agentes, a quienes quizás no descubramos nunca. Y la NSA estaría en una situación mucho peor que la de ahora.
La teniente comenzó a protestar, pero el general no dejó que lo interrumpiera.
—Sin embargo —continuó—, que no les hayamos detenido no quiere decir que les permitamos hacer lo que deseen. Al tenerlos localizados están neutralizados. Sabemos qué información transmiten a su gobierno y podemos adelantarnos a sus movimientos. Es más, la NSA está informada de la situación y les dan cuerda, seleccionando la información a la que tienen acceso. De este modo, el Mosad obtiene una información filtrada e inocua.
MacKree enmudeció.
—Pero agradezco sus sugerencias, créame. Prefiero que la gente me aporte puntos de vista diferentes, aunque luego no los tenga en cuenta.