La redacción del USA Today era un hervidero de actividad. Aunque aún era temprano. El caos y la ansiedad no alcanzaban su punto culminante hasta la hora del cierre de la edición, sobre las siete del a tarde. Sin embargo, aquel día el periódico estaba especialmente alborotado. «Típico de un Lunes», pensó Brian Wilson. Los jefes de área acababan de llegar del fin de semana y se encontraban de nuevo con la acumulación de llamadas, noticias y reuniones propias del inicio de semana.
Los becarios corrían por los pasillos, angustiados por la sobrecarga de trabajo y llevando y trayendo documentos y recados a los redactores. Los monitores de televisión, colgados del techo cada pocos metros, atronaban con sus noticiarios, y a cada paso que daba se encontraba con una mesa llena de papeles y un periodista desgañitándose al teléfono. Brian sonrió. Hasta en los fines de semana echaba en falta esa sensación que tenía al estar en la redacción. Su chute diario de adrenalina.
De camino a su despacho, oyó a lo lejos la voz crispada de un redactor de la sección internacional, que chapurreaba por teléfono y a gritos un francés destartalado. Sin pudor alguno, alternaba insultos con halagos a un interlocutor desconocido. Al parecer no consiguió lo que deseaba, pues colgó bruscamente el auricular mientras soltaba un improperio. Brian llegó a su pequeño despacho a tiempo para ver cómo el redactor saltaba de su asiento y desaparecía, marcando apresuradamente un número en su teléfono móvil.
—Buenos días, Brian —lo saludó una mujer menuda, que compartía su despacho—. Llegas un poco tarde, ¿no crees? CeJota lleva veinte minutos llamando a la reunión a voz en grito. Y no le hace caso nadie —añadió, divertida.
—¿Cómo está hoy de humor?
—De perros. Pero ya lo conoces. El día en que nuestro amado director esté de buen humor, será la primera señal del Apocalipsis.
—Si, la noticia del siglo.
A veinte metros de allí, un hombre alto, de edad avanzada y calva prominente, salió de su despacho, y llegando al pasillo de la enorme sala de redacción, hizo embudo con las manos y gritó a la sala: ¡Las diez y veinteee! Alargó el grito todo lo que pudo y se volvió a su despacho murmurando maldiciones entre dientes.
—¿Pero es que ya nadie piensa acudir a las reuniones a la hora? —masculló, enfadado.
La sala acogió con indiferencia su bramido, que se perdió entre el resonar de las televisiones y las conversaciones histéricas de los periodistas.
—Ya lo has oído —dijo la mujer, entre risas—. Creo que ya solo faltáis unos pocos.
—Aún tengo cinco minutos. Y necesito hacer una llamada.
Brian buscó apresuradamente su libreta de teléfonos. En su mesa se amontonaban cientos de papeles, informes y objetos de lo más variopintos. Pese al evidente caos, siempre se las arreglaba para encontrar con rapidez lo que necesitaba.
Solía tener más problemas con los ficheros informáticos de su ordenador. Acostumbrado a dejar las cosas reales en cualquier sitio, utilizaba el mismo sistema con los archivos virtuales de su Mac, guardando los documentos al azar en cualquier directorio. El resultado era que la gran memoria visual que tenía le servía para localizar las cosas físicas que había desperdigado por su mesa, pero no era útil a la hora de encontrar un documento de Word guardado quién sabe dónde.
Finalmente localizó la libreta y el contacto que buscaba, y marcó el número de Dick Smith, un antiguo compañero de trabajo en el New York Times, y que actualmente era adjunto al subdirector de comunicaciones de la Casa Blanca.
—¿Dick? Soy Brian —saludó—. Brian Wilson.
Al otro lado de la línea, Dick Smith sonrió con malicia.
—Caramba Brian, cuánto tiempo. Sabía que tarde o temprano acabarías llamándome. ¿Cómo va todo?
—Bien, ya sabes que dejé el Times, ahora estoy en el USA Today —Brian decidió que la mejor estrategia era soltar sus conjeturas sin el menor tacto e intentar presentarlos como hechos comprobados—. Estoy investigando por qué traéis de vuelta a John Campbell.
Dick se sobresaltó ligeramente al oír el nombre Campbell. Pensaba que ese asunto estaba felizmente enterrado hacía meses, y le sorprendió que aún coleara. Pese a todo, consiguió ocultar su inquietud y mantener un tono neutro y calmado.
—¿Desde cuando el USA Today se interesa por la investigación política?
—Desde que estoy yo —replicó Brian con impaciencia—. Vamos, ¿que pasa con Campbell?
—No pasa nada con Campbell. Que yo sepa, está felizmente retirado en Montana.
—Venga ya. Todo el mundo sabe que lo habéis traído de vuelta.
—Pues te aseguro que aquí ni está, ni se le espera —contestó Dick, extrañado—. De todas formas, los periodistas estáis paranoicos, Brian; sale uno con un rumor y todo el mundo lo toma como un hecho cierto.
—¿Estáis? ¿Tan pronto reniegas de tu profesión?
—Ahora lo veo desde el otro lado. Me he dado cuenta de que la prensa tiene un límite. Y ese límite debe ser decir la verdad, no especulaciones fantasiosas sin fundamento.
—De acuerdo, Dick. A ver qué te parece esta especulación: El secretario de Defensa Cravitz ha bloqueado el informe de las actividades en Oriente Medio para tapar un caso de corrupción que le afecta directamente. Un desvío de fondos. Y si no fuera porque tiene setenta y dos años y es un católico practicante, hasta diría que es para mantener a una amante en Jerusalén.
—Brian, siempre has tenido mucha imaginación, lo reconozco. Pero en esta ocasión te pasas de la raya —Dick se puso serio—. No intentes recuperarte a base de emponzoñar la reputación de este gobierno.
—¿No se trata de eso? Entonces ¿qué está pasando? No podéis bloquear una comparecencia invocando el Acta de Seguridad Nacional y esperar que nos quedemos de brazos cruzados —Brian comenzó a enojarse—. Si no es para tapar trapos sucios, ¿para qué es?
—Sabes mejor que yo que esta administración ha hecho gala de una tolerancia cero hacia la corrupción. Lo sabes muy bien. Solo espero que el USA Today no se ponga ahora a publicar insinuaciones sin base alguna.
—Mira, lo que te puedo asegurar es que investigaré este asunto hasta el fondo. Y si tú no me ayudas, la hipótesis de la corrupción es la más plausible —Brian decidió apurar su farol—. Y la que más vende. Venga, Dick, échame una mano.
Dick meditó rápidamente si decirle algo.
—Mira, lo único que sé es que iba a ser una comparecencia informativa sobre los fondos reservados para operaciones en Oriente Medio, y que de repente se ha cancelado sin motivo aparente.
—¿Sin motivo aparente? Por favor, he oído excusas menos burdas.
—Sin motivo aparente. En el gabinete estamos tan sorprendidos como tú. Y a juzgar por la cara de preocupación que trae el Presidente todos los días, mucho me temo que no es un simple caso de corrupción. Solo lo he visto así cuando la guerra —Dick suspiró—. Aquí nadie sabe nada, Brian. Y los militares están como histéricos.
—No me jodas, ¿de verdad quieres que me crea que no sabéis nada?
—Te lo aseguro. Últimamente el presidente está muy raro, parece que le hayan caído diez años. Pasa mucho tiempo a solas en el despacho oval, hasta el punto de que ya apenas despacha con sus asesores. No sé lo que le pasa. Pero lo que sí te puedo garantizar es la honorabilidad de esta administración. No intentes cuestionarla porque ahí sí que no estarías diciendo la verdad. Y te la jugarías, porque te aseguro que nos defenderíamos.
—Está bien. Puede que sea un asunto de corrupción o puede que no. Pero por lo que sé y por lo que me has contado, algo grave está pasando —Brian vio cómo su compañera de despacho le hacía gestos para que colgara, mostrándole la hora—. Te tengo que dejar, Dick; gracias por la información.
Colgó el auricular rápidamente y salió disparado hacia el despacho de CeJota. La reunión ya había comenzado, de modo que entró murmurando unas disculpas y pidiendo perdón por la interrupción. El director acogió su llegada con aspavientos.
—¡Si no mantenemos unos horarios y una disciplina, resulta imposible dirigir un periódico! —Bramó, crispado—. ¿Dónde estábamos? Ah, si, Local —murmuró, mirando sus papeles—. ¿Has terminado? —le espetó sin ningún tacto a una joven redactora.
—No. Bueno, casi. La sección de…
—Si no has terminado ya con el tiempo que llevas, no terminarás nunca —le interrumpió el director—. Y no tenemos todo el día. ¿Investigación?
Brian comenzó a hablar apresuradamente, casi escupiendo las palabras, como era tradición en aquellas reuniones meteóricas que montaba Carl Johnson.
—Esta semana recibo el informe sobre el alcalde y la empresa de aguas. Parece ser que el sobrecoste en la construcción del canal ha sido irregular. Pero tengo un caso que puede ser mucho mayor. Está relacionado con Cravitz y con los fondos reservados para Oriente Medio. Creo que puede ser algo importante.
Cejota, que estaba repasando sus notas, levantó la vista.
—¿Importante? ¿Cómo de importante?