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El mismo día

Vasili estaba sentado en la cama, fumando y tirando la ceniza sobre la moqueta, bebiendo directamente de la botella. No se hacía ilusiones: si no entregaba a sus superiores a los fugitivos Leo y Raisa, lo más probable era que se enfadaran por la muerte de Fiódor Andreyev. Ése había sido el trato alcanzado antes de salir de Moscú. Sólo creerían la historia que les había contado —que Fiódor trabajaba para Leo, que, al ser descubierto, había intentado atacarle—, si les entregaba a Leo. El MGB estaba haciendo el ridículo al no poder capturar a aquel matrimonio desarmado y sin dinero, que parecía haberse desvanecido. Si Vasili podía atraparlos estarían dispuestos a perdonarle cualquier cosa. Los oficiales pensaban ya que Leo estaría en el extranjero, en garras de diplomáticos occidentales. Habían informado a los agentes que tenían fuera de sus fronteras. En las embajadas de todo el mundo ya habían recibido fotografías de Leo y de su esposa. Se estaban trazando los planes para asesinarlos. Si Vasili podía ahorrarles la molestia que suponía llevar a cabo una cacería internacional, cara y complicada desde el punto de vista diplomático, su historial quedaría completamente limpio.

Tiró la colilla al suelo y miró un instante cómo ardía antes de pisarla con el talón. Se había puesto en contacto con la Seguridad del Estado en Rostov, una auténtica chusma. Les había dado fotografías. Les había dicho a los agentes que debían tener presente que Leo podía haberse dejado barba, o haberse cortado el pelo. Quizá no viajaran juntos. Quizá se hubieran separado. Uno de ellos podía estar muerto. O quizá viajaran en grupo, con ayuda de otros. Los agentes no debían prestar mucha atención a los papeles, pues Leo sabía falsificarlos. Debían arrestar a cualquiera que considerasen remotamente sospechoso. Vasili sería quien tendría la última palabra a la hora de soltarlos o no. Con treinta hombres en total, desplegaría una serie de puntos de control y búsquedas aleatorias. Había dado órdenes de que todos los agentes informaran de cualquier incidente por trivial que fuera para poder comprobarlo él mismo. Los informes le llegaban constantemente.

Hasta el momento no tenía nada. ¿Acaso lo iba a humillar Leo de nuevo? Quizá aquel idiota de Fiódor se había equivocado. Quizá Leo se dirigía a otro lugar completamente distinto. De ser así, Vasili sería hombre muerto.

Alguien llamó a la puerta.

—Adelante.

Un agente, con la cara roja, apareció con una hoja de papel. Vasili le hizo un gesto para que se la diera.

Fábrica de Rostelmash. Sección administrativa.

Dos hombres han sido atacados.

Se han llevado documentos del departamento de personal.

Vasili se levantó.

—Está aquí.