Epílogo

EL verano ha llegado después de una primavera sombría. En los balcones, algunos náufragos olvidados por el éxodo estival hacen barbacoas. Bandadas de niños ociosos ocupan los patios pelados de la urbanización Beauregard, mientras se pelean por un balón deshinchado. Sonia Breton contempla sin pesar el montón de cajas de cartón y el alojamiento que dejará al día siguiente.

Maxime Revel, en su cama del hospital, espera mientras mira con frecuencia su reloj. Se acuerda de que su madre también hacía eso, cuando la muerte empezó a rondarla. Ella rechazaba que se la torturase con un tratamiento de caballo que la mataría con más seguridad y más rápido que el cáncer. El comandante ha comenzado a seguir las prescripciones médicas. Porque las mujeres de su vida así lo querían. Después de tres meses, su estado no ha mejorado. El cáncer podrá con él, de todos modos. Quiere morir en paz, sin tubos en la nariz. No sabe cuánto tiempo hará falta y, en el fondo, no tiene importancia, porque llegará. Mira su reloj. Las agujas se mueven con una lentitud exasperante.

Marlène, ahora, se ocupa de Léa. Ha comprado una bonita casa de ciudad en el centro de Versalles, en el lado opuesto, en todos los sentidos, de la calle de las Lilas. Han vendido la casa amarilla con los postigos azules sin pesar, aliviados, tanto Maxime como Léa, por dar la espalda al periodo más sombrío de su existencia. Marlène tiene la ilusión de tener por fin una familia. La semana anterior, abordó un tema delicado. Pidió a Revel permiso para adoptar a Léa. Él dijo que sí, sin dudarlo. Léa, en cambio, refunfuña, un poco apenada por la renuncia a vivir que percibe detrás de la aceptación demasiado rápida de su padre. Sigue sin comer lo suficiente, pero ríe más a menudo. Desde hace un mes, un tal David la llama regularmente y la invita a salir. Una noche que Marlène estaba sola con Maxime, en el jardín de la casa, este adoptó un aire solemne, y el corazón de la antigua novia oculta se embaló. Se esperaba una petición de matrimonio en toda regla pero él le pidió que dejara de darse bótox porque le hacía boca de pato. Ella se rio hasta perder el aliento. Vio en aquello la señal de que todavía le quedaban ganas de vivir.

Renaud Lazare, después de meses de idas y venidas conyugales, de preguntas sin respuesta y de desgarramientos incurables, finalmente ha decidido separarse de su mujer. Esta vez no habrá vuelta atrás, al menos es lo que pretende. Espera ascender a comandante a fin de año.

Abdel Mimouni, después de tener un lío con la joven chica rubia de Pro-services, conoció a una esteticista morena, luego a otra rubia, a la camarera china de un restaurante japonés y a una enfermera de hospital, un día que fue a ver a Revel. Sigue sin encontrar su alma gemela, pero continúa vistiéndose como un novio de luto para asistir a las autopsias. No ascenderá a comandante este año, la decisión estaba entre Lazare y él.

Sonia Breton y Antoine Glacier han logrado desembarazarse de sus respectivas conchas para dejar salir a la luz su verdadera naturaleza. Han explorado el Kamasutra en todos los sentidos. Cansados de gesticular para no decir nada, decidieron, hace un mes, casarse. Sonia se va a vivir mañana a casa de Antoine, a su apartamento de Chesnay, completamente amueblado en Ikea. En su casa había demasiado trabajo, a fin de cuentas. Mirándolo bien, Beauregard comienza a envejecer mal con la aparición de sombras barbudas en chilaba y de coches quemados. Corren rumores de que Sonia está embarazada. Ella y Antoine quieren formar la cuarta pareja de la criminal de Versalles.

A petición de los padres de Nathan Lepic, Sonia ha ido varias veces a ver al joven. Sus locas risas han animado la casa de Mami Aline. Sonia tiene un amigo bien situado en el mundo de la Fórmula 1. El talento de Nathan lo ha seducido. El joven ha conseguido un contrato en prácticas en un gran grupo automovilístico en el que ya solo se habla de él. De la noche a la mañana, renunció a Sonia. La encontraba demasiado alta y demasiado vieja. Sus padres han hecho las paces, su madre ha ido a la peluquería y ha encontrado un empleo.

Annette Reposoir ha puesto su comercio en venta. Desde que ya no tiene que acechar las visitas de Revel, su vida ha perdido la sal. Va a retirarse a su Creuse natal. Ya ha comprado unas cabras, porque teme a la soledad.

En la prisión de Fleury-Merogis, Jérémy Dumoulin prepara su juicio. Supone que la condena será larga, y el abogado Jubin no se atreve a desmentirlo. Con veintiséis años, ya tiene el palmarés de un avezado criminal. No será juzgado por el asesinato de su padre. El caso Jean-Paul Dumoulin ha prescrito definitivamente.

En el estanque Du Prince, los patos han recobrado la tranquilidad. Se reproducen sin hacerse preguntas, lejos de las turbulencias de los hombres y de sus curiosas costumbres.