Había dos equipos en posición en París. Uno, bajo la dirección de Mimouni, decidido a que no lo apartaran de la acción, esperaba en el sitio del grupo Axa France, en la calle Drouot de París, donde el falso Thomas Fréaud debía reunirse con un apoderado en torno a las nueve y media. El otro, dirigido por Glacier, estaba en la calle de las Pyramides, delante del despacho del notario Delamare, a quien el interlocutor misterioso no había comunicado la hora de la cita. Se trataba de una primera toma de contacto, la lectura del testamento solo podía llevarse a cabo en presencia de todos los legatarios designados. Los equipos estaban conectados por radio y sabían que, en Versalles, el comisario de división Gaillard se encargaba en persona de la coordinación. Lazare y Sonia se habían ido a descansar unas horas alrededor de las cinco de la mañana. Mimouni y Glacier habían vuelto a su casa hacia las dos. Durante toda la noche se habían turnado para intentar conseguir una confesión de Jérémy Dumoulin. Tenía un temple de órdago. Ni siquiera titubeaba ante las pruebas. Los elementos materiales formaban ahora una telaraña de la que no conseguiría escaparse. Su confesión o, para ser más precisos, «el reconocimiento de los hechos» que él había originado habría hecho progresar mucho más rápido la investigación, pero había que resignarse: Jérémy Dumoulin no estaba todavía maduro.
El equipo de la calle Drouot fue el primero en ponerse en marcha. Vieron llegar el Porsche Cayenne, que aparcó no lejos del Hôtel des Ventes. El conductor fue a pie hasta la sede de Axa. Mimouni dio la orden de esperar el contacto para intervenir. El apoderado de la compañía hizo subir al individuo al tercer piso. Cuando se presentó como Thomas Fréaud y entregó la carta anunciada, el capitán irrumpió en la habitación. A quien esposó fue ni más ni menos que a Gary Varounian, apenas sorprendido y casi resignado.