Capítulo 64

Lazare llevaba una hora irritándose con Jérémy Dumoulin. Tenía la impresión de estar mareando la perdiz, con la complicidad del señor Jubin. El abogado no dejaba de girarse hacia la cámara, que registraba la declaración de su cliente, y de repetir a su cliente que no dijera nada. El otro solo hablaba del robo de su Range Rover, la noche de Navidad, y de que conocía, pero poco, a Thomas Fréaud, y solo porque sabía que los polis lo demostrarían muy rápido. A Lazare le costaba mantenerse calmado, pero sabía que podía contar con las 48 horas de custodia preventiva, interminables para cualquiera que pretendiera mantener posturas insostenibles. Esperaba también que el señor Jubin, esa noche, declinara la invitación a asistir a su cliente para una segunda ronda…

Para tratar de conservar la calma, evitaba mirar demasiado a menudo a Jérémy, que mostraba en todo momento una mueca antipática y desagradable. Las ganas de pegarle eran irresistibles. Registraba sus mentiras y sus negaciones descaradas, pensando que no perdía nada con la espera: aquello no era más que una simulación de proceso verbal o de enroque, para ser más exactos. Interrumpió la grabación cuando vio la cabeza del comisario de división Gaillard detrás del ventanuco de la puerta de la sala de interrogatorios. Ignorando la gélida observación del señor Jubin sobre que tenía cosas mejores que hacer que aguantar los caprichos de la policía, salió a su encuentro.

Marie Vallon reconoció sin dificultad a Marcelle Fréaud en la foto en blanco y negro. ¡La verruga de la nariz era notable! Antoine Glacier preguntó a la joven por qué, en su opinión de estudiante de medicina, aquella mujer conservaba en la cara una protuberancia tan poco favorecedora que, por añadidura, debía de hacerla bizquear. La joven se echó a reír espontáneamente antes de explicar que esas anomalías eran nevus blancos, benignos, pero que crecen sin que se pueda frenar la expansión. La erradicación quirúrgica era aleatoria, porque esas guarradas volvían a crecer, en el mismo sitio o al lado. En la nariz, la extracción podía incluso dejar un agujero peor todavía que la verruga.

—Y a menudo —concluyó— la gente acaba por acostumbrarse.

También identificó la ropa que llevaba la pseudoenfermera. Mientras Glacier le tomaba declaración, se le ocurrió una idea.

—Es usted muy observadora, señorita Vallon —dijo con admiración—, es bastante raro…

—Me gusta interesarme en lo que pasa a mi alrededor…

—¿Y los coches? ¿Se interesa por los coches? —insistió el teniente sin el menor rastro de ironía.

Ella sonrió.

—Soy una chica, ¡ya sabe! Los coches… En fin, depende… Si es bonito, lo miro.

—Recuerde, el día en el que vio a la enfermera, ¿no se fijó en un coche, digamos, un poco excepcional?

—¿Bromea? Aquella zona rebosa de coches excepcionales… ¿Como cuál, por ejemplo?

Antoine Glacier dudó. La joven quería complacerlo, eso se leía en sus ojos negros. Pero ningún coche había llamado su atención especialmente.