Elvire Porte asistió pasivamente al registro de su casa. No reaccionó cuando Mimouni cogió un voluminoso montón de papeles, colocados de cualquier manera en el fondo de una caja de plástico, en un rincón de su habitación, una habitación deteriorada, desordenada e indescriptiblemente sucia. En las otras, reinaba un frío húmedo y malsano. Mimouni, asqueado, cogió todos los documentos, pensando en examinarlos después. Cuando salieron de la casa, cuando tuvieron que cerrar la puerta con llave, la mujer abrió por primera vez la boca para preguntar con voz tenue si estaría de vuelta en su casa por la noche. Mimouni le dijo que no contara con ello, y pareció que se encerraba en sí misma. Como si hubiera comprendido que llegaba al final de su recorrido, el final de una larga desolación. Todo su cuerpo lo indicaba. El color gris de su piel, su pelo sucio, la delgadez de sus miembros y su vientre hinchado denunciaban un deterioro generalizado. Lazare había pensado que el interrogatorio de su madre ablandaría a Jérémy y lo haría confesar. Elvire Porte conocía a su hijo seguramente mejor que nadie porque, en cuanto salieron a la calle, mientras el capitán Mimouni dudaba todavía sobre si esposarla, ella consiguió librarse del agarre de un agente confiado. Hay que decir, a favor de este hombre, que la mujer apenas se tenía en pie, parecía estar al límite de sus fuerzas y a punto de derrumbarse a cada paso. Sin embargo, hizo acopio de las suficientes energías para echar a correr en dirección a la avenida perpendicular a la calle Paul-Doumer. Salió al mismo tiempo que un autobús, y se lanzó contra él con todas sus fuerzas…