Cuando recibió la llamada de Sonia, Lazare acababa de decidir que esposaran a Jérémy Dumoulin y le notificaran su puesta en custodia. El joven, sorprendido por el desembarco policial, había empezado fanfarroneando. No conocía a Lazare y sin duda no habría reaccionado igual con Revel. Sin embargo, el número de agentes que intervinieron y la puesta en marcha de inmediato del registro y de la detención le habían provocado el efecto de un uppercut. Con las manos a la espalda, se quedó lívido y se puso a gritar a pleno pulmón que llamaran a su abogado.
—Nos ocuparemos de ello —repuso Lazare—. Ahora vamos a leerle sus derechos y avisaremos al fiscal de la República. Está usted bajo arresto a partir de este momento, las ocho y treinta y siete. Mientras tanto, procedemos al registro…
Sonia Breton le había informado de que el examen del cuerpo carbonizado en el Range Rover de Jérémy Dumoulin había permitido establecer que se trataba de un hombre por la forma de los huesos de la pelvis, la longitud de las extremidades y el aparato genital interno que seguía en bastante buen estado. Se trataba de un sujeto joven que medía en torno a 1,75 metros y había sido de constitución delgada. La presencia de residuos de combustión y de hollín en los pulmones determinaba que lo habían quemado vivo. Bajo el efecto del dolor, el sujeto, incluso inconsciente, tiene una inspiración refleja. Los análisis anatómico-patológicos y toxicológicos podrían confirmar ese punto. Los exámenes en profundidad de sus vísceras revelarían con certeza la presencia de sedantes que le habían obligado a tragar antes de chamuscarlo. La sangre que le habían extraído del corazón permitiría establecer el perfil de ADN. De los tres dedos de la mano izquierda del cadáver, menos destrozados que los otros, cuya carne se había fundido por completo, el técnico forense había podido aislar algunas huellas digitales tras la disección de dos de las ampollas formadas en las extremidades. Una vez hinchadas se asemejaban a ampollas un poco caramelizadas y no eran de una calidad perfecta, pero una al menos parecía aprovechable. Solo cabía esperar que el propietario de esas huellas estuviera fichado en el FAED (fichero automatizado de huellas digitales).
—¿Joyas? —había preguntado Lazare que pensaba en Thomas Fréaud y en sus adornos para las orejas.
—No, nada, no llevaba nada a partir de la cintura y lo único que hemos encontrado es una cadena de oro en el estómago…
—¿Una cadena de oro? ¿En el estómago?
—Sí…
—Tommy, si no recuerdo mal, llevaba una.
—Sí, pero no me preguntes cómo ha llegado esta joya a su estómago. El forense cree que la víctima ha podido tragársela adrede…
—Ah, sí, vale… ¿Y la han recuperado?
—Evidentemente, y los jirones de tejido también. Los técnicos están con ellos, se trata probablemente de la parte de arriba de un chándal gris oscuro. La parte de alrededor de la sisa estaba cubierta por un ribete de cuero o similar rojo. Con un poco de suerte, puede que encuentres algo similar durante el registro…
Después de colgar, Lazare se volvió hacia Jérémy, custodiado por los agentes de la secreta. Le examinó con intensidad y esbozó una sonrisa que el muchacho sintió como un nuevo puñetazo en el estómago.